Un día salió a dar un paseo, y sin proponérselo recorrió
valles y montañas de tal forma que sus zancadas abarcaban cada vez más terreno.
Así fue como su falda, con el bajo manchado de barró, salió ondeando por
primera vez del país. Pero salir por fin de casa para ver tierras iguales solo
que con otro nombre no le pareció suficiente, por eso sus pies no cesaron
frente a mares y montes. Su ropa se le pegó al cuerpo cuando recorrió los
océanos nadando, andando a veces sobre la superficie marina. Y así, cuando hubo
recorrido el mundo, alzó su pie derecho con esfuerzo y lo posó en el planeta
vecino, mostrando los secretos bajo su falda a toda la civilización. El planeta
naranja lo abandonó al cabo de un día, y lo siguieron el verde, el azul y el
gris, incluso aquel que ya no era planeta pese a seguir girando. Las zancadas
la llevaban de planeta en planeta, haciendo aburrido todo lo ya logrado, y así
alcanzó las estrellas en el sentido literal. Y fue cuando los telescopios de
casa la perdieron de vista, con los bajos de la falda manchados de barro y
polvo estelar.
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