lunes, 15 de junio de 2015

Cuentos de princesas

Te diría, o te diré, que te comas toda la cena y que rebañes el plato, que ahí aún queda mucho. Después te mandaría a lavarte los dientes y ponerte el pijama, y mientras tanto yo recogería los platos, entonces me daría la vuelta, una vez finalizada la faena, y te vería ahí, en el marco de la puerta, con el pijama rosa y blanco y con ojines de sueño. Yo daría un grito teatral y te cogería en brazos, y así te llevaría hasta tu cuarto mientras mis manos hacen cosquillas en tu tripita. En la cama te diría que escogieses un libro para que te leyese, pero tú me pedirías la continuación o la reemisión del cuento de la princesa del parche en el ojo que te conté la semana pasada, y yo lo pasaría mal, porque esos cuentos los improviso y luego no me acuerdo bien de ellos, así que te contaría una nueva aventura de dicha princesa, y en la historia intercalaría pinceladas de tu madre sin que te dieses cuenta, para que admirases a la princesa y también a tu madre, aunque sin saberlo, y quién sabe, quizá algún día, cuando seas mayor, te diría que aquellas heroínas, tan grandes individualmente, se asemejaban a tu madre si las unías todas. Lo malo de estos cuentos es que casi te dejarían más despierta que dormida, por lo que te tendría que leer uno del conejo, del elefante de colores o de los dragones que no son malos, pero mientras lo hiciese tú seguirías preguntando sobre la princesa del cuento anterior, suspirando al pensar que no llegarías nunca a ser como ella y yo sonriendo al pensar “si tú supieras”. Al final te susurraría buenas noches, te besaría en la frente y apagaría la luz, pensando que el día siguiente ojalá fuese como el de hoy, o que por lo menos lo fuese en lo que a ti respecta, que siempre fueses la niña a la que dejo en la cama dormida, inocente, soñando con princesas que estén donde estén, te quieren mogollón.

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