jueves, 11 de junio de 2015

Tres historias de osos y un accésit de hormigas

Primera historia.

Cerré la campana de extracción y entonces me di cuenta de que la había tenido abierta solo por el ruido que proporcionaba, así que me comí la cena en silencio, con la espalda entornada sobre el plato. Fregué los platos en menos de lo que me hubiese gustado y dediqué un rato extra a pasar el estropajo por el vaso, una vez terminado, sequé los trastos, apagué la luz de la cocina y empecé a subir las escaleras. De pronto oí un ruido y me quedé quieto, alerta por si volvía a sonar poder identificarlo, volvió a sonar y me asusté pues venía del estudio, un cuarto tranquilo en el que perfectamente podía caerse un libro de una estantería y hacer ruido, pero no dos. Me acerqué despacio, de puntillas, terminando de subir los escalones pisando donde creía que estos harían menos ruido. Llegué a la puerta, la entorné ligeramente y estaba oscuro, así que metí la mano y encendí la luz. Allí, en mitad del estudio, sentado, había un gran oso pardo.
Una vez, en la casa de mis abuelos, se escapó un burro del establo, entró en la casa, subió las escaleras y cuando lo encontraron estaba allí, en mitad del pasillo de la segunda planta, y resultó que algunos animales podían subir escaleras pero no bajarlas. Ahora me preguntaba si ocurriría lo mismo con el oso, cómo lograría bajarlo o sacarlo de la casa de la forma que fuese. Tampoco me llegaba a imaginar cómo había llegado hasta allí, aquello era la periferia, una urbanización con un par de parques y un polígono industrial, más allá solo había tierra muerta de matojos amarillos, y no había cerca ni lejos zoológicos ni circos de donde pudiese haberse escapado. Estuve un rato sentado en pasillo, observando la puerta entornada, imaginándome al oso jugando con mis objetos decorativos y pensando en cómo solucionar aquella situación. De pronto se me ocurrió algo, y a medida que pensaba en ello cada vez me parecía mejor idea. Finalmente me levanté y bajé a la cocina procurando no hacer ruido, allí abrí la nevera y extraje un paquete de cuatro filetes de salmón, abrí éste y puse uno en el plato. Mis manos temblaban ligeramente, así que dejé el plato en la mesa, volví a subir y abrí la puerta del estudio muy despacio, sin que el oso pareciese notar mi presencia. Volví a bajar sin tener tanto cuidado, cogí el plato, subí y lo deje en el pasillo, frente a la puerta del estudio, y entonces esperé al oso, el próximo movimiento era suyo. Pero el animal de pelaje pardo se puso a cuatro patas, avanzó hacia el plato, cogió el salmón con sus fauces, dio la vuelta y regresó al estudio, solo le faltó cerrar la puerta al entrar. En ese momento mi expresión era de incredulidad, aquel oso se estaba burlando de mí, cualquier rastro del miedo y el agobio que hubiese podido sentir se habían extinguido. Pero aun me quedaban tres filetes, así que recogí el plato que el oso había dejado en el pasillo y bajé a la cocina, allí me limpié el sudor de la cara y pensé un plan fríamente, como si aquel oso fuese un humano, un humano que me estaba tocando las narices.
El oso alzó la cabeza, olisqueando el aroma de un nuevo filete de salmón, uno que yo agitaba desde mitad de la escalera. Lentamente se incorporó y salió del estudio, desde el pasillo pudo ver un plato colocado en mitad de la escalera sobre el que descansaba el trozo de pescado naranja, se dirigió hacia él bajando los escalones con mucho cuidado, eso no se me había ocurrido, el que pudiese resbalar y caer, una masa peluda y enfurecida que atacaría a todo lo que se pudiese romper, pensé que ojalá no resbalase. Lanzó el filete al aire y cuando éste cayó lo cogió con la boca tragándoselo directamente, pero entonces yo, desde el final de la escalera ya estaba sacudiendo una tercera pieza, y el oso me miró, pisó el plato rompiéndolo en silencio, y bajó para encontrarse con el botín. Solo quedaba un filete de salmón, y estaba en mis manos, llenándolas de grasa, detrás de mí la puerta de la casa estaba abierta, y un poco más allá, pasado un breve tramo de jardín, la puerta de la calle también estaba abierta. Fui retrocediendo lentamente, sin quitar los ojos de la bestia, pero cuando ésta, que también avanzaba despacio, llegó hasta el recibidor, me di la vuelta y empecé a correr. Salí a la calle corriendo mientras oía una respiración profunda tras de mí, no sé cuánto puede correr un oso, pero seguramente lo suficiente como para darme alcance cuando coja velocidad, así que al poco de salir a la calle, rodeé un coche, con el oso aun tras de mí, y volví corriendo a casa, donde cerré la puerta de la calle tras de mí y caí apoyado en ella, exhausto, oyendo al oso arañarla por fuera, entonces vi que aun tenía el salmón sujeto con fuerza, así que lo lancé por encima de la puerta.


Segunda historia.

El oso llegó a un claro del bosque y en éste se echó a dormir. No habían pasado ni quince minutos cuando empezó a sentirse incómodo, sentía como un picor en la panza y en el lomo que no se iba ni rodando por el suelo, de pronto comprendió, se había echado a dormir sobre un hormiguero, las hormigas cubrían su cuerpo, se las imaginó mordiendo y ocupando cada vez más partes de su cuerpo, así que se alzó sobre dos patas, rugió y cayó de nuevo sobre cuatro, pero el picor continuaba, así que se echó a correr. Pasado el claro y de nuevo en el bosque, el oso vislumbró una charca de barro y, pensando que éste asfixiaría a los insectos, se lanzó sobre él y empezó a revolcarse, levantándose y saltando una y otra vez. Al cabo de un rato dejó de sentir picor, pero entonces sintió como el barro empezaba a secarse por todo su cuerpo en una sensación insoportable, así que volvió a correr lanzándose contra cada árbol de apariencia firme, en los cuales se frotaba pretendiendo quitarse el barro, pero como éste aun no estaba seco del todo, se le empezaron a pegar en él pequeñas ramas que conseguían atravesar su pelo y llegar a clavarse, por lo que volvió a empezar a correr. El oso corrió sin destino durante bastante tiempo, y de pronto frenó, pues la tierra se le había acabado y delante de sus zarpas se extendía el mar. Sin dudarlo se lanzó al agua, sintiendo con placer cómo se llevaba el agua ramas y barro, sin embargo no dejó de nadar en ningún momento, pensando que debía seguir nadando para limpiarse y porque después de haber corrido tanto tenía que continuar por aquella dirección. El oso nadó durante días, y finalmente, agotado, subió a un trozo de tierra blanca que flotaba frente a sus ojos como un desierto blanco, un paisaje siniestramente bello. Anduvo muy poco rato antes de sentir frío y cansancio, y entonces se acurrucó y, para escapar del viento, se cubrió con aquella arena blanca. Cuando despertó, horas más tarde, lucía una preciosa melena blanca.


Tercera historia.

En zoo de la ciudad se publicitó en los medios de comunicación después de muchos años por una sola razón que se esperaba que atrajese a muchos nuevos visitantes, había nacido en cautividad un precioso osezno. Su madre enfermó y murió al poco tiempo, pero el pequeño no tuvo tiempo ni  para poder echarla de menos, pues constantemente era situado frente a la verja tras la cual solo había flashes de cámaras y gritos histéricos, además de la mirada fría de la niña rubia que comía helado, que siempre estaba allí y que siempre lamía muy lentamente sus tres bolas de heladas, sin quitar los ojos del pequeño osezno, que fingía jugar para ocultar su nerviosismo. Pero el osezno sabía que aquél no era su lugar, se encontraba incómodo, se sentía observado y no soportaba el ruido de los turistas del zoo, así que un día uno de sus cuidadores lo encontró tirado, aparentemente enfermo, así que lo llevó a la sala del veterinario, y allí, cuando el cuidador fue a llamar al doctor, el osezno se escabulló de la camilla y consiguió llegar hasta una de las calles del propio zoo,  con todo el personal buscándole. Entonces tuvo que llevar a cabo la segunda parte de su plan, sin duda la más complicada. La niña rubia que comía helado de pronto se topó con un muñeco idéntico al osezno que le gustaba tanto, y pese a que pesaba un quintal, su padre, por el amor de su hija, cargó con él, y así fue como el osezno escapó por fin del zoo. En el mismo parking se zafó de la familia y empezó a pasar los días recorriendo la ciudad, comiendo de la basura, huyendo de la policía y provocando que las madres llamasen mentirosos a sus hijos. A donde quiera que fuese se metía en problemas, a veces asustaba y a veces le asustaban, usándole como blanco de todo tipo de perrerías sacadas de la cara oculta del hombre, y por ello acabó huyendo de las zonas más pobladas hacia la periferia, donde un día escaló por una cañería y el techo de un garaje y se introdujo por una ventana abierta en una sala llena de libros que parecía un estudio…


Accésit de hormigas.

-Señores, la misión que se les encomienda es altamente peligrosa, por ello se les ha elegido entre los mejores para desempeñar lo que puede ser la mayor misión de colonización que jamás hayamos llevado a cabo. Ahí afuera, frente a la entrada norte, ha echado el amarre una bestia milenaria conocida como bära, xambaari, bear, tragen, sustinere, kandma u oso, su misión será la de seguir al comandante Z, subirse al lomo de la criatura y desembarcar cuando hayáis llegado a tierras vírgenes. ¿Alguna pregunta? ¡Pues marchando!

El comandante Z y sus dos mil hormigas salieron del hormiguero y alcanzaron el objetivo a primeras horas de la tarde, solo que cuando empezaron a subir al pelaje marrón, la criatura empezó a moverse, no estando aun los amarres listos, y empezó a avanzar dejando a unas doscientas hormigas en tierra. El comandante ordenó sujetarse, pero la bestia se movía bruscamente y muchas iban cayendo, y después llegó el barro. Una vez el barro empezó a secarse ya solo quedaban trescientos camaradas a bordo, y cuando divisaron el mar acercándose, el suboficial comentó que si el oso alcanzaba el agua morirían todas, así que el comandante Z ordenó que desembarcase quien quisiese y que colonizasen aquella playa, pero que él se iba con quien le siguiese, y así alcanzaron el océano once hormigas bajo el pelaje marrón lleno de barro y pequeñas ramas. Pasaron así días, y cuando el bära salió del agua un frío intenso les atormentó hasta que la criatura se detuvo y se cubrió de nieve. Entonces, las hormigas, pensando que había muerto, bajaron y decidieron colonizar aquello, y así es como nacieron las desconocidas hormigas blancas que habitan allá donde haya nieve y temperaturas extremas, construyendo sus hormigueros en témpanos de hielo.





Y con esta ya son 250 entradas las que he publicado.

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