Robaron en casa del niño el día justo después de su
cumpleaños, con los regalos abiertos aun sin estrenar, a excepción de los
zapatitos blancos para ocasiones especiales. Mientras los padres corrían
alarmados revisando estanterías volcadas y ventanas rotas, el niño sacó de la
basura el papel de colores que había envuelto sus regalos y con el que había
sentido una inmensa satisfacción al romperlo, y con él en las manos lloró de
rabia e impotencia, y lloró tanto que todo aquel papel quedó mojado. A su edad
cumplir años era muy importante, pasar de siete (un amarillo pálido que parece
blanco) a ocho (un precioso marrón que sabe brillar) era subir un escalón muy
alto desde el que se veían más cerca las cimas de los edificios, además de
estar ya solo a dos años de los diez, que se dibujaban en su horizonte como la
siguiente meta por alcanzar, habiendo sido la anterior que le dejasen beber
refrescos con cafeína. Por otra parte cumplir años traía aparejadas
responsabilidades que su madre iba depositando en él como hacía tiempo había
sido ir al baño solo, ducharse sin ayuda o ir solo al colegio. Pero por encima
de todo, a su edad, lo importante eran los regalos, la ilusión de ser
despertado con ellos e ir recibiendo alguno más a lo largo del día, el hecho de
ver tras el papel lo que había pedido, las cosas que no conocía pero que
despertaban su interés y aquellas que le regalaban por ser útiles o por
necesitarlas, como los zapatitos blancos para ocasiones especiales. Y ahora, el
día después de su cumpleaños, cuando ya no era el rey pero podía jugar con su
botín, se lo habían robado todo, le habían dejado el cumpleaños vacío.
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