sábado, 13 de junio de 2015

Las palomas

Aun huele a lluvia y se acaba de posar en mi ventana una paloma que graznaba como un cuervo. De mi ventana se ha ido a la chimenea de la casa de enfrente y se ha posado sobre el techo de ésta, de la chimenea, donde ya había otra paloma. Ambas eran flacas, por así decirlo, con una silueta curva, y han empezado a pelearse en lo que ha acabado siendo un baile en el que una batía sus alas y se posaba sobre la otra, que a su vez batía las alas para posarse en la espalda de la otra, y así ha sido hasta que una ha caído y se ha ido volando a la siguiente chimenea. Entonces se me ocurrió que tal vez lo que habían estado haciendo era una especie de ritual de apareamiento y que la paloma que tenía más cerca iría volando a la chimenea de la de más allá para volver a jugar al saltaespaldas, pero no ha sido así. Y ahí estaba yo, observando a cada paloma, cada una en una chimenea, estatuas grises contra el cielo blanco, y pensé “eso es porque son aves y no humanos”, porque un humano que se hubiese tenido que ir a la chimenea de más allá miraría con odio a la de aquí, no la sacaría de su pequeña cabeza y planearía mil formas de hacerle daño, y entonces un día volaría hasta la chimenea de más acá y lucharía por su tierra (que en esta ocasión tan solo es una plancha de metal que evita que entre agua por la chimenea cuando llueve) e incluso, en caso de ganar, se quedaría también con la otra chimenea, quedándose quieta en la más cercana pero volando a defender la otra cada vez que un pájaro osase posarse en ella. Pero mientras que podemos deducir el comportamiento de una paloma o el de una persona, jamás podremos predecir qué va a hacer una paloma que grazne como un cuervo.

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