Aun huele a lluvia y se acaba de posar en mi ventana una
paloma que graznaba como un cuervo. De mi ventana se ha ido a la chimenea de la
casa de enfrente y se ha posado sobre el techo de ésta, de la chimenea, donde
ya había otra paloma. Ambas eran flacas, por así decirlo, con una silueta
curva, y han empezado a pelearse en lo que ha acabado siendo un baile en el que
una batía sus alas y se posaba sobre la otra, que a su vez batía las alas para
posarse en la espalda de la otra, y así ha sido hasta que una ha caído y se ha
ido volando a la siguiente chimenea. Entonces se me ocurrió que tal vez lo que
habían estado haciendo era una especie de ritual de apareamiento y que la
paloma que tenía más cerca iría volando a la chimenea de la de más allá para
volver a jugar al saltaespaldas, pero no ha sido así. Y ahí estaba yo,
observando a cada paloma, cada una en una chimenea, estatuas grises contra el
cielo blanco, y pensé “eso es porque son aves y no humanos”, porque un humano
que se hubiese tenido que ir a la chimenea de más allá miraría con odio a la de
aquí, no la sacaría de su pequeña cabeza y planearía mil formas de hacerle
daño, y entonces un día volaría hasta la chimenea de más acá y lucharía por su
tierra (que en esta ocasión tan solo es una plancha de metal que evita que
entre agua por la chimenea cuando llueve) e incluso, en caso de ganar, se
quedaría también con la otra chimenea, quedándose quieta en la más cercana pero
volando a defender la otra cada vez que un pájaro osase posarse en ella. Pero
mientras que podemos deducir el comportamiento de una paloma o el de una
persona, jamás podremos predecir qué va a hacer una paloma que grazne como un
cuervo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario