martes, 2 de junio de 2015

Día de examen

Hoy es el día del examen, así que duermo de forma intermitente soñando con personas desconocidas con las que hago cosas raras. Como no he dormido bien decido entrar en un profundo sueño unos minutos antes de que suene el despertador, y entonces lo hago sonar tres veces, casi de forma ritual, de hecho para la tercera vez ya estoy sentado en la cama con los pies colgando esperando el tercer sonido estridente que termina el toque de queda. Al oír el despertador estando relativamente consciente pienso que nunca me había parado a escuchar su melodía, de hecho, tal vez por estar cansado, me parece más bien una nana agria. Por último hago una lista de los despertadores que han tenido el privilegio de despertarme a lo largo de mi vida, incluido aquél que despertaba a mi madre para que luego ella me despertase a mí, despacho rápidamente las conversaciones que me esperan en mi teléfono, me calzo y me levanto de la cama. Levantarse de la cama es algo peligroso, porque es el momento en el que las sombras que sobreviven a la luz del día y que se esconden tras la puerta, entre las botas, entre los pliegues de los folios y entre los libros malos pueden salir y morderte el tobillo, de hecho si te levantas de pronto la habitación puede girar y tú puedes marearte. Abro la ventana con la dulce sensación de que cuando vuelva a la habitación ésta estará ventilada y fresca, ah, y libre de polvo, que eso es lo más importante. Bajo a la cocina y recuerdo que es martes y no lunes y que no estará Kalinka haciendo de la cocina un lugar apacible, entonces no le preguntaré qué tal, qué has hecho este finde, qué tal tu hijo, qué tal tu hija, qué tal le fue su examen y qué tiempo hace hoy, en ese orden y con sus posibles preguntas accesorias. Tomo un café con leche sin azúcar y a medio calentar, y por ser día de examen hago el sacrificio de desayunar, y entonces me como una naranja, con las consecuencias que ello implica, pues me tendré que lavar las manos, el cuchillo, el plato y limpiar la mancha del café, que siempre queda allá donde pose la taza, además de secarme el bigote, que se me empapa y molesta, aunque eso se acaba mañana, pues como hoy es día de examen, mañana toca volver a ser joven, por lo que me cortaré el pelo y me afeitaré, aunque no sé si haré ambas cosas el mismo día o primero aparentaré tener veinte años por la feria del libro. Salgo al jardín, paso importante, pues cualquier estudiante medio lleva horas repasando, pero eso, claro está, es porque no tienen jardín, no se sacuden el pelo, estiran los huesos y andan descalzos por el mullido césped, pobres, que no saben que ese es el secreto para aprobar, eso y apuñalar al que saca mejores notas mientras le susurras al oído “cállate pesado, mira lo que has hecho”. Tras esto está la duda de si ducharme primero o hacerlo después de perder el tiempo sobrante en el ordenador, finalmente tomo esta segunda opción, pero entonces me enfrento a un test hermano del que tendré por la tarde, pero tras terminarlo no entiendo las respuestas, no sé si lo he hecho bien, me mosqueo y me voy a la ducha, no sin antes sobrevolar blogs ajenos, ver que solo ha escrito una persona, leerla y escribir esta entrada mínimamente inspirado por su forma de escribir. Me ducho, oh sí, lamento no tener música pero ya la pongo yo cantando el único trozo que recuerdo de una canción una y otra vez, porque curiosamente el final y el principio de dicho trozo encajan muy bien, así que canto en bucle. Como mañana me corto el pelo hoy uso el champú que más lo destroza, para despedirme en condiciones. Después, haciendo malabarismos con la toalla, bajo el stor para que mis vecinos no me vean, me pongo el colgante lentamente, y me visto deprisa en el siguiente orden: calzoncillos, camiseta por estar encima de la silla de forma muy accesible, calcetines por estar doblados a los pies de la cama (¿quién los ha puesto ahí?), pantalones y deportivas. Me pregunto si coger la sudadera para llevarla en la mano, porque veréis, soy el dios de la climatología o algo parecido, cuando llevo la sudadera en la mano hace un calor espantoso, pero basta que la deje en casa para que Madrid se pierda en una tormenta siberiana. En unos veinticinco minutos estudio el tercio del examen que me quedaba por mirar, de hecho lo leo, no lo estudio, pero me doy por satisfecho, tras esto como muy pronto y con el estómago revuelto lo que cocina mi hermano y con mi escusa “recoge tú que yo tengo examen” también recoge la cocina, que como no ha venido hoy Kalinka no está armoniosa.

Finalmente preparo la mochila dándome el capricho de, aun no habiendo terminado la tira de exámenes, cogerme un libro de cuentos breves para leer en el metro en vez de repasar o ir estudiando futuros exámenes. Por último cojo la pistola, la cargo, le pongo el seguro y la guardo. No sé si la usaré contra la profesora o contra mi persona.

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