jueves, 18 de junio de 2015

Un hombre nuevo

Hoy soy un hombre nuevo, y no lo digo como expresión, no, lo digo “literalmente”, usando bien la palabra por una vez. Soy un hombre nuevo porque me han puesto las piernas de un atleta, el brazo derecho de un campeón de pulsos de baja categoría, de tal forma que es duro y fuerte pero no así un armatoste de músculo grimoso. Mi otro brazo es de un adolescente zurdo al poco de haber descubierto la masturbación y haberse enamorado de todas las compañeras de su clase, mis manos de un pianista exquisito y mis uñas de una modela francesa que tenía unas uñas preciosas pero naturales, es decir, que ni eran largas ni estaban pintadas, por lo que si las veis ahora en mí no os parecerían de mujer. Mi tronco también es de modelo, pero en este caso masculino, mis órganos de las personas con mejor salud del planeta, y mi miembro viril de un actor pornográfico en pleno apogeo de su carrera profesional. Ya poco queda que decir, como que la mitad de mi cerebro es de un científico brillante y la otra mitad de un artista genial. Y bueno, luego está el corazón, ¿a que no saben de quién es? ¡Pues mío! Es de lo poco que me he quedado, de hecho lo único si no contamos los trece lunares repartidos de forma estratégica que he mantenido por cuestiones sentimentales. Pero no se asusten, que no me voy a poner cursi o romántico o pamplínico (esta palabra viene de “pamplina”), sino que solo venía a deciros que mientras que el cambio de cerebro ha alterado mi forma de pensar, sigo sintiendo lo mismo por las cosas, lo que se puede justificar con la existencia del alma o porque el corazón sigue ahí (hablar de la posibilidad de que los lunares y los sentimientos estén relacionados sería acabar con las bases de la civilización, y no estoy de humor). Esto me recuerda a una historia que oí de pequeño y que a mi hermano también le sonaba de forma confusa y que no he logrado encontrar, en esta historia había un hombre con un corazón impecable que se burlaba de otro que lo tenía lleno de cicatrices y de partes de varios colores, entonces pasaba algo, no recuerdo qué, y resultaba que el segundo hombre tenía el corazón así porque había ido cambiando trocitos de su corazón con otras personas, haciéndolo más feo pero más completo. Finalmente el hombre de corazón impecable se arrancaba un trocito y se lo cambiaba al otro (que yo siempre pensé que cómo sabían que el segundo hombre le estaba dando un trozo de su propio corazón y no uno ajeno).
Pues así soy yo ahora, un hombre nuevo de corazón viejo.

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