El tablero de ajedrez es demasiado pequeño, sesenta y cuatro
casillas en las que es imposible que las piezas de uno y otro bando no se encuentren
y se acaben haciendo trizas con el único objetivo de acabar con el rey enemigo.
El tablero de ajedrez debería ser más grande, un amplio desierto con
cordilleras lejanas allá donde acabase el tablero, un lugar donde encontrarse
con un peón enemigo y retarle a un duelo fuese algo extraño, un lugar donde el
rey muriese de viejo.
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