Las historias antiguamente se creaban solas, por ello
existían los cuentacuentos pero no así escritores o algo parecido. Las
historias aparecían entre las rocas, si éstas estaban secas, de las montañas
más pequeñas, y bajaban rodando hasta los pueblos más cercanos, donde, después
de ser contadas, se subían de polizón a un carruaje y se dejaban llevar a
nuevos destinos. Estas historias a veces eran descubiertas a mitad de camino y
se obligaban a ser contadas en torno a una hoguera como forma de pagar el pasaje.
Pese a que las historias crecidas de las montañas eran frescas y de ancha
sonrisa, también estaban las que provenían de los bosques y se arrastraban como
serpientes. Estas segundas solían estar incompletas, de tal forma que quien las
escuchaba jamás quedaba plenamente satisfecho, además de que su contenido solía
ser oscuro o como poco misterioso. Solían buscar a cuentacuentos especiales,
personas con arrugas y un parche en el ojo o que en las tabernas se encontrasen
en la mesa más alejada, apenas reconocibles en la oscuridad, y solían acabar
perdidas en las más grandes ciudades.
Un día un niño escuchaba una historia que le contaba su
abuelo que a su vez la había oído en su momento de un cuentacuentos errante.
Como hacía tiempo de aquello y la memoria del anciano no era perfecta, algunas partes
de la historia no llegaban a cuadrar y el final era confuso, así que el
extrañado niño le dijo a su abuelo que aquello no podía ser, que la historia debía
ser así, y la contó entera, pero cambiada, subsanando errores y añadiendo
faltas y gustos personales, y así, con una sonrisa en el rostro, el niño
terminó de contar su historia sin saber lo que había hecho. Las historias
corrieron de mil formas al lugar de los hechos y allí se lanzaron sobre el
niño, mordiendo, estrujando, golpeando… hasta que el niño fue historia.
Desde aquello se desterró a las historias y se decretó que a
partir de ahora, en oídos humanos solo entraría lo que los humanos contasen.
Pero sí es cierto que, aun a día de hoy, en algunas, colinas, al atardecer, el
viento parece contar historias.
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