Ni me molesté en decir que iba a ir a Portugal porque
me he dejado ver bastante poco por el blog últimamente, ahora me parece increíble
que consiguiese escribir una entrada diaria, pero bueno.
Me apetece hablar, no sé qué decir ni qué acabaré
diciendo, pero Portugal ha sido un viaje muy bueno para ese niño que hay en mi
interior y que con el susurro de los árboles cree haber encontrado por fin a
las hadas. Ese niño es como yo a su edad, lee muchísimo, y ha vuelto a las
andadas, se merendó un libro muy rico en apenas unos días, encerrándose en la
habitación para que no le viesen con qué mala educación devoraba el libro, sin
respetar capítulos siquiera. Al terminarlo apenas tomó aire y ya le dio un buen
bocado al Macondo de Gabriel García Márquez. También he vuelto a soñar, no es
que hubiese dejado de soñar, sino que había sucumbido a la enfermedad de olvidar
lo que se sueña, pero por jugar con sueños me quemé, después de haber soñado
con una persona de la cual había olvidado su luz, quise volver a soñar con
ella, para oír su voz por medio de mi subconsciente, para que hiciese esos
gestos suyos con los que demostraba que el mundo que no era su mundo estaba carente de interés, pero
conseguir forzar un sueño solo puede ser malo, la primera vez desperté y le
dediqué a la mañana una sonrisa de la añoranza buena, la segunda noche desperté
agobiado y sudando, a partir de eso ignoré a una de las montañas circundantes a
la casa, porque esa montaña había dejado de gustarme sin ninguna razón lógica.
También contacté con un chico que era capaz de parar el tiempo, pese a ser una
grandiosa habilidad, su vida era triste y cercana a la demencia. Los poderes
que tenía se los había entregado una especie de hombre-perro-lobo negro que
vivía en el inmenso castaño que daba sombra a la casa, un día que estaba solo
en el jardín viendo las estrellas me imaginé que bajaba a ofrecerme tratos, tratos
que daban ganas de aceptar pero de los que sabías que eran malos, tenían que
ser malos. Sentí miedo por sus ojos, eran como incoloros, y de su voz, como una
voz que te llama por dentro y hace que se te humedezcan los ojos. También
escribí, en un cuaderno, decepcionándome después al pasar al ordenador mil
páginas que quedaron reducidas a pocos folios, las dos historias fueron hechas
dos entradas, y a punto estuve de poner el subtítulo “Portugal 1” y “Portugal 2”,
reservándome el tres para una larga y genial historia que creo que nunca
escribiré. La primera historia, la de Lucy y el vestido azul se me ocurrió en
apenas un segundo al ver un vestido azul de una tienda de una bonita ciudad, la
otra era a la vez una historia en si misma y la posibilidad de ser la
introducción a una historia mayor, como no se me ocurrió que título darle,
busqué cómo se decía noche en alemán, pero la palabra no me convenció, así que
probé con el persa, el francés y el letón, para finalmente dar por casualidad
con el latín, que ya me convenció. ¿He dicho ya que quiero aprender idiomas? Es
que al devorar el libro que ya dije, empecé a vomitar inglés, francés, alemán y
portugués, y ahora tengo el querer de aprenderlos. Me he dado cuenta, también,
a raíz de una conversación con Alex, mi hermano, de que el arte no solo no es
libre, sino que se encuentra en una celda que no le deja ni respirar, aunque
tampoco lo haré, tengo pendiente escribir sobre ello en algo que se llamaría “la
dictadura del arte” y dónde me gustaría incluir la desacreditadora frase de mi
hermano “esto es Jauja”. He tomado muchas notas, muchísimas notas, entre ellas la
libélula dorada de alas negras, “que pinta de rico cabrón”, “la pera, la eterna
incomprendida”, Arcáditas, el alma de la oreja, la mujer que tenía escamas en
el pelo, la discusión de las ancianas portuguesas, mi conversación imaginaria
con la alemana que visitaba castillos con la falda muy corta, las andanzas del
ateo enfadado, algo incomprensible sobre abril, algo incomprensible sobre las
cosas incomprensibles, el café Boavista, “Oporto es la única ciudad que tiene
el centro en la periferia”, la increíble historia de la casta de los peces, la
fuente de las lesbianas, la fuente de los niños que… bueno, hacían cosas para
nada propias para su edad, el río de cemento, esas cosas de militares, notas
sobre la mundialmente conocida librería de Oporto (conocida en todo el mundo,
pero no por todo el mundo), la historia de la tienda que aun seguía vendiendo
solo trampas para ratones y muchísimas notas más que no voy a poner aquí,
muchas de las cuales son notas para escribir historias que no creo que escriba.
Creo que iba a poner algo más, pero como no me acuerdo
voy a terminar con lo mejor que he visto nunca a la vuelta de un viaje en
carretera, bueno, que recuerde.
En la ciudad donde paramos para comer había parado un
circo, pero no un circo esplendoroso de esos que son muy caros y tienen mucho
retuntún, sino un circo de los que van de pueblo en pueblo, con una
carpa y un par de caravanas. Lo genial es que por falta de espacio habían
dejado a los animales en un descampado, y Alex y yo nos acercamos. Dos
dromedarios (que no camellos, ojo), una cabra con cuernos de diablo, un caballo
negro, un pony, otra cabra y, lo mejor de todo, una llama. En un descampado
amarillo y seco había una llama, que gran animal. Pero claro, Alex y yo no
sabíamos si era una llama, una alpaca o una vicuña, así que me giré y vi a un
niño pequeño medio desnudo perteneciente al circo que iba como perdido y le
dije.
-Perdona- Me miró- ¿Es una llama?
Y con un acento divertidísimo me dijo
-Siii, llama.
Jamás entenderé como puedes ser tan inoportuno y a la vez no perdereso que te hace especial. Verte es ese maravilloso país con el que compartimos península y del que sabemos tan poco, hubiera sido como ver un oasis en pleno desierto...pero no se puede tener todo. Si la vida fuera perfecta, no habría emoción, y sin emoción ningún reto valdría la pena.
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