Había una vez tres amigas, pero de las que se conocen
desde pequeñas, amigas de verdad. Era una triple amistad sin celos, política,
engaños o trapos sucios. Lo extraño, que no necesariamente malo, fue cuando
llegó la adolescencia, para las tres por igual, y Alia, viendo todos los
cambios que empezaban a surgir y la velocidad que parecían cobrar las cosas una
vez quitado el velo de la niñez, empezó a dudar y a tener miedos. Estos miedos
no se los contó como tales a sus dos amigas, y no por algún motivo concreto
sino porque ni ella los entendía, solo parecían claros cuando pensaba en ellos
de manera distraída, si intentaba identificarlos, desaparecían, como las
pequeñas manchas que a veces se aprecian en la mirada y que huyen de la pupila
cuando intentas cercarlos. Sin embargo, Alia encontró una aparente solución que
calmaba sus miedos sin nombre y una excusa para exponerla, les dijo a sus
amigas que ahora se rodearían de mucha más gente que hasta ese momento, gente
de todas las clases, quizá incluso cautivadora o que tuviese algo que llamase a
alguna de las tres de una forma irrevocable, así que les propuso establecer
algún tipo de vínculo entre las tres que, aunque se rompiese todo lazo, en el
futuro les ayudase a recordar la amistad que durante tanto tiempo habían mimado
y que, si dios quería, seguirían teniendo. Sus amigas, divertidas y reflexivas
a un tiempo, aceptaron, pero ahora surgía el problema de qué marca. Lo que
mostraban las películas y que más sencillo y claro parecía, claro está, era un
tatuaje, un tatuaje idéntico y en la misma parte del cuerpo para las tres, pero
dejando a un lado que los padres de dos de ellas se negarían en redondo, un
tatuaje era algo común, y ellas no podían estar unidas por algo común, además
¿Qué se tatuarían? ¿Una palabra formada por parte de sus nombres? ¿Un símbolo
del infinito? Un tatuaje no podía ser. Pensaron en alguna pequeña cicatriz y
acabaron eligiendo un dibujo que se repasaban cada semana en la mano con
rotulador y que acabaron por dejar de hacer, pues era más bien una obligación y
no significaba nada, así que acabaron por olvidar el tema, aparentemente.
Alia, bastante tiempo
después, con los antiguos miedos sustituidos por problemas cotidianos la mayor
parte del tiempo, vio una imagen en su ordenador que le evocó a las tres
buscando una seña de futuros recuerdos. La imagen la formaban tres chicas de
espaldas con cuyo pelo se había hecho una única trenza que recorría sus tres
cabezas en horizontal de derecha a izquierda. Alia no pudo evitar fijarse en la
chica de la izquierda, su color de pelo era más claro que es de sus compañeras,
lo tenía más corto, por eso estaba en ese lugar, para tener que aportar menos
pelo, se imaginó la escena después de realizar la foto, las tres algo incómodas
sin poder girar la cabeza, moviéndose al unísono en mismas direcciones, y de
repente se imaginó a las dos de la derecha confabulando contra la chica de pelo
castaño corto, y ésta, despreocupada, se marchaba hacia la izquierda... se le
ocurrieron dos finales, en uno al intentar ir contra corriente tiraba de las
otras dos y acababan cayendo los tres, y en el otro, al ir contra ellas dos,
tiraba más fuerte y les arrancaba parte de pelo, y al marcharse, éste seguía
atado al suyo propio, como un trofeo.
Cuando les propuso la idea de la trenza a sus amigas,
como unión definitiva aunque momentánea, ya había contactado con un supuesto
mago de algún lugar de Oriente que, presentándose con una chilaba verde y un
turbante rojo, les hizo una trenza muy especial, una que no se podría deshacer.
Las amigas en menos de media hora ya se encontraban completamente hartas e
irritadas, bueno, solo dos de ellas, pues Alia ya había comprobado lo que
quería, fuese lo que fuese, entonces extrajo unas tijeras del bolsillo y, a
ciegas, cortó el pelo a la altura de la nuca, una vez libre lo agitó, haciendo
caer algunos pelos cortados, tras esto echó a andar, sin girarse en ningún
momento a socorrer a las dos chicas que no dejaban de gritar atrapadas por el
pelo.
Alia miró el mechón de pelo de tres colores que tenía
en una mano, y pensó que viéndolo en el futuro se acordaría de una niñez que ya
parecía demasiado lejana e irrenovable.
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