Los soldados, aquellos fieros que casi habían dejado
de ser personas a causa de tantos años de guerra, lloraban a su paso. Los siete
hombres encargados de disparar cuando se diese la orden del fusilamiento también
lloraban, lloraban tanto que sus lágrimas empaparon las armas que sujetaban, haciendo
que la pólvora se mojase y por lo tanto quedara inservible. Cuando se reemplazó
a los ejecutores, empezó a llover y hubo que postergar la ejecución.
La lluvia no cesó un instante en tres días, y cuando
se le decidió fusilar bajo techo, el tiempo, burlón, presentó un magnifico sol.
Esta vez no se pasó frente a nadie innecesario, solo caminaban a primera hora
de la mañana por la tierra embarrada el hombre que sería ejecutado, el oficial
y los siete tiradores, pero cuando el hombre miró a los soldados, con las manos
atadas a la espalda y frente al muro del cementerio, se oyeron unos extraños
ruidos que se manifestaron en una caravana de mercaderes y mujeres preciosas.
Los siete soldados, gente sin vocación para la guerra que se encontraban allí
por haber sido reclutados a la fuerza, no podían concentrarse viendo a esas
mujeres que a la fuera debían haberse escapado de algún jardín de dioses. El
oficial mandó a filas a todo su regimiento y les ordenó que mantuviesen
alejadas a aquellas hermosas mujeres y a aquellos hombres que traían los
productos más curiosos y asombrosos jamás vistos. A duras penas pudieron los
soldados empujar con delicadeza a esas mujeres que les hacían sutiles caricias
y les besaban en las mejillas.
Para cuando estuvieron de nuevo solos los nueve, el
sol que se había agradecido aquella mañana empezó a arder más y más fuerte, la
gente juraría después que hasta se hizo más grande aquel día. A la sombra y con
los pies en hielo, el oficial abanicaba a los dos soldados que se habían
desmayado, se volvió a aplazar el fusilamiento.
La mitad del cuartel se puso a rezar, llevaban casi
una semana y aun no habían podido fusilar a aquel hombre, quienes rezaban
decían que era a causa del demonio o de los ángeles, lo mismo daba, sus almas
probablemente corrían peligro. Los oficiales estuvieron encerrados toda una
noche y la conclusión fue que ese hombre debía seguir viviendo, sino podían
ocurrir tres cosas, que la población local se rebelase, que los soldados se
amotinasen temiendo por sus almas o, pero aun, que les ocurriese de verdad algo
a sus almas.
Yo por aquel entonces era un niño, vi a los soldados
llorar y la expresión serena de aquel hombre, mantuve una vigilia durante los
tres días de lluvia, y después, cuando el sol se hizo infierno. Vi todas las
idas y venidas de soldados y oficiales y finalmente presencié como aquel hombre
se marchaba, sin risa ni burla, sereno, mientras se frotaba las doloridas
muñecas donde habían estado las esposas.
Nunca supe quién fue aquel hombre, tampoco supe
por qué los soldados le lloraban ni por qué le mandaron fusilar, solo sé que no
lo hicieron y que nunca se volvió a saber de él.
Son bellas historias que siempre te dejan pensando qué mas ocurrió u ocurrirá
ResponderEliminarMe ha gustado mucho
ResponderEliminar