jueves, 31 de julio de 2014

Aquel hombre.

Los soldados, aquellos fieros que casi habían dejado de ser personas a causa de tantos años de guerra, lloraban a su paso. Los siete hombres encargados de disparar cuando se diese la orden del fusilamiento también lloraban, lloraban tanto que sus lágrimas empaparon las armas que sujetaban, haciendo que la pólvora se mojase y por lo tanto quedara inservible. Cuando se reemplazó a los ejecutores, empezó a llover y hubo que postergar la ejecución.
La lluvia no cesó un instante en tres días, y cuando se le decidió fusilar bajo techo, el tiempo, burlón, presentó un magnifico sol. Esta vez no se pasó frente a nadie innecesario, solo caminaban a primera hora de la mañana por la tierra embarrada el hombre que sería ejecutado, el oficial y los siete tiradores, pero cuando el hombre miró a los soldados, con las manos atadas a la espalda y frente al muro del cementerio, se oyeron unos extraños ruidos que se manifestaron en una caravana de mercaderes y mujeres preciosas. Los siete soldados, gente sin vocación para la guerra que se encontraban allí por haber sido reclutados a la fuerza, no podían concentrarse viendo a esas mujeres que a la fuera debían haberse escapado de algún jardín de dioses. El oficial mandó a filas a todo su regimiento y les ordenó que mantuviesen alejadas a aquellas hermosas mujeres y a aquellos hombres que traían los productos más curiosos y asombrosos jamás vistos. A duras penas pudieron los soldados empujar con delicadeza a esas mujeres que les hacían sutiles caricias y les besaban en las mejillas.
Para cuando estuvieron de nuevo solos los nueve, el sol que se había agradecido aquella mañana empezó a arder más y más fuerte, la gente juraría después que hasta se hizo más grande aquel día. A la sombra y con los pies en hielo, el oficial abanicaba a los dos soldados que se habían desmayado, se volvió a aplazar el fusilamiento.
La mitad del cuartel se puso a rezar, llevaban casi una semana y aun no habían podido fusilar a aquel hombre, quienes rezaban decían que era a causa del demonio o de los ángeles, lo mismo daba, sus almas probablemente corrían peligro. Los oficiales estuvieron encerrados toda una noche y la conclusión fue que ese hombre debía seguir viviendo, sino podían ocurrir tres cosas, que la población local se rebelase, que los soldados se amotinasen temiendo por sus almas o, pero aun, que les ocurriese de verdad algo a sus almas.
Yo por aquel entonces era un niño, vi a los soldados llorar y la expresión serena de aquel hombre, mantuve una vigilia durante los tres días de lluvia, y después, cuando el sol se hizo infierno. Vi todas las idas y venidas de soldados y oficiales y finalmente presencié como aquel hombre se marchaba, sin risa ni burla, sereno, mientras se frotaba las doloridas muñecas donde habían estado las esposas.
Nunca supe quién fue aquel hombre, tampoco supe por qué los soldados le lloraban ni por qué le mandaron fusilar, solo sé que no lo hicieron y que nunca se volvió a saber de él.

2 comentarios:

  1. Son bellas historias que siempre te dejan pensando qué mas ocurrió u ocurrirá

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