sábado, 19 de julio de 2014

La estatua de oro rojo.

La familia de los Oshar recibió un pago por parte del emperador con el que podrían vivir tres generaciones, los varones de las tres deberían elaborar en oro rojo una estatua de AlenasaH, el dios alado con cabeza de elefante, y entregarlo para que luciese en el salón del trono. Cuando el tercer varón alcanzase la edad del Caleidad la estatua debía ser entregada o encontrarse en uno de los caminos reales de camino al palacio del emperador, si esto no ocurría, automáticamente se ordenaría matar a todos los miembros de la familia, incluyendo parientes lejanos, y se realizarían las ceremonias oportunas para que los espíritus, tanto presentes como pasados, de la familia Oshar jamás descansaran en paz.

La familia Corel se había dedicado desde siempre al comercio, abarcando desde el intercambio de productos por mar, como hasta el comercio de frutas y verduras en improvisados puestos en la calle que rozaban la mendicidad. En los últimos tiempos la familia se dedicaba a vender en el mercado diario productos básicos y el último día de la semana se adueñaban del mejor puesto del mercadillo, alzaban una gran tienda y vendían una exquisitez elaborada por las mujeres de la familia durante toda la semana.

Saraiih, patriarca de la familia Oshar, ya anciano, pudo entregar a su hijo, Steferi, el tercer varón, la estatua de medio metro de AlenasaH, elaborada con oro rojo por él y por su padre. Faltaba aun tiempo para que Steferi alcanzase la edad del Caleidad, por lo que probablemente serían recompensados por entregar la estatua antes de tiempo. La estatua no se podía juzgar por lo hermosa que pudiese ser, pues solo con mirarla, uno sentía incomodidad, como poco un ligero nerviosismo. AlenasaH aparecía con la trompa de elefante algo ladeada, los brazos separados del tronco y las alas desplegadas desde su espalda, todo ello en el intenso tono del oro rojo.

Las mujeres de la familia Corel seleccionaban las mejores plantas para elaborar el mejor azúcar, después, éste lo separaban en siete cuencos, y en estos eran elaborados diferentes azúcares con diferentes especias, finalmente se realizaba la difícil tarea de enredar los siete azúcares, lo que dejaba una esfera blanca y azul.

Saraiih, patriarca de la familia Oshar, organizó una pequeña ceremonia de despedida para desear buen camino a Steferi, su hijo, que debería llevar la escultura de oro rojo al emperador, una vez emprendió la marcha, Steferi no miró atrás.

El puesto del mercado ya estaba preparado y el patriarca de la familia Corel le tendió el dulce azul a su hijo Ílano para que lo llevase, cubierto con un trapo grisáceo.

Steferi caminaba decidido y desconfiaba de cualquier otro viandante con el que se cruzaba, por lo que tampoco dejó de mirar a otro muchacho, tal vez de su edad, que se le incorporó a mitad del camino y que también tenía ese destecho en la mirada. En cierto momento, el desconocido dio un traspié y esto provocó que la bolsa que llevaba a la espalda se abriese un momento, enseñando algo azul. El desconocido, al ver los ojos abiertos por la curiosidad y la codicia de Steferi, extrajo con cuidado un trapo grisáceo y al abrirlo enseñó una esfera blanca y azul en la que parecían moverse los colores. Sin saber cómo, Steferi también extrajo lo que guardaba en su bolsa, la estatua de AlenasaH, y acabaron haciendo el trueque. El desconocido volvió caminando a su casa, Steferi lo hizo corriendo.

El patriarca de la familia Corel abrió la puerta de su casa encolerizado, toda la familia había sido humillada al esperar durante todo el día a Ílano, que no había aparecido con el manjar del último día. Pero nada más abrir la puerta desapareció toda rabia y ésta fue sustituida por un sudor frío. Frente a él estaba Ílano, de rodillas, sonriendo, y entre los dos había una estatua roja de AlenasaH, la estatua parecía hacer que las sombras de la habitación fuesen hacia ella, el patriarca supo que aquella estatua traería mal.

Steferi había llegado extasiado a su hogar, su padre, Saraiih, una vez comprendido lo que le decía su hijo y lo que esto significada, había empezado a golpearle con todas sus fuerzas, una vez fatigado desenvainó su espada y cortó de un tajo la cabeza de su hijo. Cortó la cabeza a quien había condenado, aun sin saberlo, a toda la familia de los Oshar.

Ílano caminaba por el sendero de noche, daba patadas a las piedras y maldecía todo y a todos, su padre, en vez de elogiarle, le había mirado serio y tras una larga pausa le había preguntado que de dónde había sacado aquella estatua, que si aun podía devolverla, de nada sirvió que Ílano le dijese que era de oro rojo, su padre no la quería, en sus ojos parecía haber algo que nunca había visto, un temor disimulado. De repente oyó a los arbustos susurrar a un lado y al otro del camino, desenvainó su cuchillo al tiempo que una flecha le atravesaba el muslo y otra se le clavaba en el pecho. Detrás de las flechas surgieron de la maleza tres hombres armados con espadas y vestidos de oscuridad.

La frente del patriarca de la familia Corel estaba arrugada, sus pensamientos se hacían la zancadilla los unos a los otros en una carrera que no parecía llegar a ninguna conclusión, su hijo menor, Ílano, había muerto, y era seguro que su muerte se debía de alguna forma a aquella estatua de oro rojo que descansaba en el suelo de la sala principal, el patriarca sentía los ojos de AlenasaH fijos en él, instándole a tomar una decisión que condujese a su fin, o peor, al de toda su familia. El patriarca de la familia Corel, de rodillas, les comunicó a sus otros dos hijos, también de rodillas, que se enterraría a Ílano como en los antiguos funerales, pero que no se haría nada más por él. Los hijos del patriarca se levantaron encolerizados, gritando a su padre que cómo podía dejar impune la muerte de un hijo, que no se merecía dirigir la familia, que era un miserable, un enemigo, cuando iba a contestar, el hijo mediano nombró que Ílano solo había hecho un gran trato por una magnífica estatua y que por ello no merecía el desprecio, esto acalló al patriarca, que escucho con la mirada clavada en el suelo cómo sus hijos se armaban con las espadas de guerra y cómo sonaba la puerta al cerrarse.

Los hijos del patriarca dieron con un grupo armado en un claro, mataron a varios hombres antes de acabar ellos también muertos.

El patriarca de la familia Corel, abatido, con sus tres hijos muertos, tomó una decisión. Cogió un martillo y golpeó la estatua hasta quedar sin fuerzas, después marchó a la fragua y arrojó la estatua al fuego, viendo como ésta, originaria de tantos problemas, desaparecía.

La noticia de la destrucción de la estatua de AlenasaH llegó a oídos de Saraiih, el esfuerzo de tres generaciones había desaparecido, y no solo llevándose consigo sudor y trabajo, sino que había cernido sobre la familia Oshar un fúnebre destino, pues la edad de la Caleidad de su fallecido hijo Steferi era próxima y no habría nada que entregar a los hombres del emperador.

La guerra se desató, los Oshar querían vengar su honor y preferían morir en la batalla que ajusticiados por los hombres del emperador, los Corel se defendían, y muchos, al igual que los hijos del patriarca, clamaban venganza. Duras fueron las batallas y muchos los muertos y heridos, solo la mañana antes de la última batalla en el valle del Luín,el dios AlenasaH, desde el cielo, se dignó a mirar a las dos familias que se iban a enfrentar a muerte. La batalla empezó y el cielo se cubrió de flechas, gritos y el entrechocar de las espadas. Aquel día era la fecha fijada para entregar la estatua de oro rojo, y los soldados del emperador ya recorrían el camino para reclamarla. El valle del Luín era inclinado desde todos los puntos hasta el centro, así que las dos familias, separadas en un momento de rearme, vieron como ríos de sangre de muertos y heridos se dirigían al centro, formando un pequeño lago, entonces empezaron a sonar fuertes truenos con la ausencia de sus rayos, el cielo parecía estar abriéndose, y ciertamente las rubes dieron paso a una inmensa figura que cayó en aquel lago de sangre. Al erguirse, AlenasaH estaba cubierto de sangre, una sangre que se secó inmediatamente.


Los hombres del emperador vieron con asombro una inmensa estatua de oro rojo de AlenasaH, cabeza de elefante, trompa ladeada, brazos ligeramente separados, alas desplegadas y rodeada de cadáveres.

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