¡Oh,
por favor! ¡Qué buen día hacía en Monterbaló! Los niños habían claudicado en su
huelga de no salir de casa y ahora corrían y jugaban, desprendiendo así sus
pieles un extraño vapor anaranjado que hacía sentir la necesidad de moverse, de
hablar y, sobre todo, de reír a quien lo respiraba. A pesar de no ser domingo,
la señora Filoberta tiró el trapo de cocina al suelo exclamando sonoramente
“¡Hombre ya!”, salió a la calle y montó su puesto de chucherías, siendo así el
ejemplo de toda una revolución que desembocó en un mercadillo en jueves. Don
Agustín partió en su carro para estar otro mes fuera, dejando así el cuidado de
la casa, los criados y las tierras a su hija de siete años Cataleya, que no os
preocupéis, no, que la niña estaba del todo preparada para ocuparse de esa
labor ya que la practicaba desde los cuatro años y era una de las razones por
las que Don Agustín se marchaba siempre que podía, y cuanto más tiempo mejor,
pues quería mucho a su hija, pero le intimidaba enormemente. La sombra de la difunta
madre de la niña se apreciaba en sus ojos, algo mágico y estremecedor a un
tiempo.
Así
pues, un pueblo generalmente gris azulado se tornó naranja y rojo, pero no
cualquier posibilidad de estos colores, sino los que se dan al atardecer. Al
pueblo solo le faltaba el cantar de unos pájaros que nunca había tenido. Pero
siempre existen sombras, y ahí apareció, haciendo retumbar el suelo por su peso
descomunal, el alcalde. No le acompañaban los dos secuaces de siempre pues el
vapor naranja de los niños les había hecho participar en una carrera de sacos,
pero a él ese vapor no le afectaba. Se situó en mitad de la plaza y, a través
de su megáfono negro, comenzó a gritar, acusando a la gente de amoral, irresponsable,
ilógica y demente. De tal modo que todos empezaron a sentirse culpables, hasta
que Cataleya dio un paso, extendió la mano y empleó la magia de su madre. El
alcalde pareció quedarse mudo, pues no emitía ningún sonido, pero lo que en
realidad sucedía es que cada vez que gritaba, la palabra salía de su cono
materializada en un pájaro de papel.
Y
así fue como el alcalde de Monterbaló se quedó afónico y la ciudad por fin tuvo
pájaros, aunque de papel.
Microrrelato presentado a concurso en el que pasaron de mí.
Microrrelato presentado a concurso en el que pasaron de mí.
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