lunes, 3 de noviembre de 2014

the sounds of silence

Cuando el hermano de Elia murió en aquel accidente, ella se llevó del hospital, de entre la bolsa de sus pertenencias, su reproductor de música, y en un rincón de su habitación, con los cascos puestos y las rodillas abrazadas, lloró y escuchó música toda la noche.
Así se fue haciendo inseparable de aquel reproductor, a todas partes lo llevaba, junto con su cargador por si se le acababa la batería. Siempre estaba escuchando la música que su hermano, como el experto de una materia, había seleccionado con cuidado y de una manera meticulosa durante toda su corta vida. Los ojos acabaron por secarse, pero la tristeza se aferraba a Elia, quizá en parte por las dos cadenas blancas que siempre llevaba asomando desde las orejas. Le fascinaba aquella música, y un autor en especial, pero nunca miró qué grupo o qué canción sonaba, escucharla era como escuchar a su hermano, y no quería estar tentada de dejar de oírle. Con el tiempo las cosas cambiaron, como los parques, que llega un momento en el que interrumpen su ciclo se árboles verdes, árboles marrones y árboles sin hojas para que empieces a ver árboles que faltan, árboles que antes no estaban ahí y árboles que se pasan el año verdes, sin cambiar, y todo es un cambio que pasa sin que te des cuenta hasta que te das cuenta, y así es como Elia salió, sin saber cómo, de su mundo de soledad y música y apartó el reproductor de música en un cajón saliendo de vez en cuando con unos nuevos amigos, uno de los cuales se fijó en ella y observó, sorprendido, cómo ella se alteró mucho una vez en un bar al sonar una canción en concreto.
Tiempo más tarde aquel chico y Elia empezaron a salir, y una vez, en casa de él, comenzaron a besarse con la inmediata intención de quitarse la ropa, y él, ávido y listo, estiró el brazo a la par que su otra mano cogía a Elia por la cintura y sus labios no se despegaban un momento, y cogió el mando a distancia del equipo de música. Elia en un primer momento gritó y creyó ver a su hermano en todas partes a su alrededor, luego se dio cuenta de que era la música. El chico había pensado que aquel autor le gustaba a Elia y había grabado todas sus canciones, y ahora tenía los restos de una antigua sonrisa congelada en el rostro. Tras apagar la música y calmar a Elia, el chico le explicó que aquel era un conocido cantautor, y ella no pudo soportarlo, aquel no era un cantautor conocido por todo el mundo, aquel era el secreto de su hermano que solo ella conocía. No pudo soportarlo.

Aun hoy no se sabe qué fue de ella, aunque, temeroso, investigué y por lo menos sé que viva está. A veces, cuando paso por su antigua casa, aunque sé que no puede ser, me parece escuchar desde la que fue su habitación la voz de un hombre con una guitarra, una canción triste, pero no de las que te hunden, sino de las que te ayudan a salir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario