Las llamas se alzaban contra un cielo gris y la
boca me sabía a ceniza, pero no me resultaba un sabor desagradable, más bien
conocido, pues hace un tiempo estuve todo un mes comiendo manjares para después
descubrir que cada bocado se convertía en mi boca en una ceniza densa como la
tierra.
¿Por qué arde? Porque yo le he prendido fuego.
Hace tiempo este lugar era un santuario hermoso,
con salas y habitaciones de todo tipo y extrañas gentes que deambulaban por los
pasillos para desaparecer al cruzar las puertas. También tenía una inmensa red
alrededor, pues las palabras se las lleva el viento y no había que dejarlas
marchar.
Una vez llegué y me encontré la puerta rota y solo
entonces observé lo vieja que era. Aquello era extraño, normalmente la puerta
estaba atrancada y debías emplear bastante fuerza para abrirla, y a veces
incluso estaba directamente cerrada con llave o con un letrero que no invitaba
precisamente a entrar. Aquel día entré con cuidado y me pareció aquél un lugar
frío y desnudo, al que le echaba en falta muchas cosas de las que en su momento
me habían fascinado, así que salí a la calle. Una vez bajo la luz del sol vi a
una chica en bicicleta y le pregunté si sabía qué pasaba, y me dijo “sí, han
trasladado la fiesta a otra parte, sígueme” y empezó a pedalear muy fuerte,
tanto que cogió mucha velocidad y no la alcancé corriendo, en ningún momento se
me ocurrió gritarle, pues pensé que volvería. Entonces empecé a seguir a gente,
a todo aquel que se dirigiese al lugar donde debía haber ido la ciclista pero a
muchos les perdía la pista de repente, de una manera casi mágica e irreal, y un
par acabaron describiendo círculos absurdos que no llevaban a ninguna parte. Un
par de veces emprendí el viaje en solitario, pero no encontré aquello que no se
encuentra si no te llevan, y mi último viaje terminó aquí, en el punto de
inicio, y con la rabia o la pena, o ambas, o tal vez una sensación a la que
nadie se ha molestado en poner nombre, le prendí fuego.
Las llamas se alzaban contra el cielo gris, y aun
lo hacen, pues queman y a la vez no queman aquello que el fuego no sabe cómo
tratar.
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