-¿Qué pasó con el chico callado del final de la
calle?
-No lo sé.
-Pues invéntatelo.
-Era un chico extranjero, de nombre Steferi, que
cuando llegó aquí, a los siete años, no sabía nada de castellano, lo que le
hizo empezar las cosas con una deficiencia de amigos…
-Pero era italiano, se llamaba Luco.
-Luco tenía una hermana que se fue de casa cuando
él era muy niño, dejándole dolido y pensando que cualquier día aparecería y,
con completa naturalidad, le diría de irse con ella y, aunque ya había pensado
que, de darse el caso, le sería muy difícil hacerlo, se había prometido que
iría con ella sí o sí, dejando atrás lo que fuese. Pero ella nunca fue a
buscarle, y él no se molestó en buscarla pues no quería saber nada de quien le
había abandonado.
Luco no sabía por qué, y de hecho le asustaba,
pero odiaba a sus padres, algo que nunca les hizo saber y encubrió con las
mejores notas que pudo sacar y sin sobresalir nunca en nada malo. Luco amaba a
sus abuelos maternos, quienes habían venido con ellos a España y con quienes
pasaba todo el tiempo posible, sintiendo que solo con ellos era realmente libre.
A casa de sus abuelos iba sobre todo los fines de semana, y por eso tú le veías
los domingos.
-También le veía los lunes y los martes.
-Los abuelos de Luco, sobre todo la abuela, vieron
lo qué realmente pasaba y acogieron a Luco en su casa algunos días de la semana
con la escusa de liberar a los padres del trabajo de educar al niño. Luco era
muy flaco, pero por algún motivo tenía el abdomen hinchado, por lo que los
demás niños le decían que estaba gordo y así empezó a llevar ropas muy anchas
que ocultasen su silueta, y la ropa le acercó más que su curiosidad a los
peores chicos de su instituto que, gracias a Dios, no eran tan malos como
podría haber sido. Así Luco empezó a fumar y a beber, a beber alcohol, cosa que
no quiero que hagas nunca ¿Me oyes? Y también a pintar grafitis, donde
casualmente triunfó entre sus compañeros al hacer de pinturas callejeras obras
realmente tristes. Este hecho le sacó de las malas compañías y fue así como
vecinos y dueños de locales le pidieron, a cambio de pagarle el material, que
empezase a decorar puertas y paredes, lo cual empezó a hacer de casas baratas
para gente pobre una ciudad hermosa y triste. El problema vino cuando el
ayuntamiento le hizo el encargo de pintar la fachada del edificio de las
juventudes y, debido a la forma de pago, los padres de Luco descubrieron qué
había estado haciendo tanto tiempo en secreto. A los padres de Luco no se les
podría definir en absoluto como personas violentas, pero su padre, al sentirse
sumamente angustiado al ver que su inocente hijo era todo un terrorista de la
propiedad ajena, le pegó, y además le pegó sin escatimar esfuerzos al no tener
experiencia en eso de impartir palizas. Tras este episodio volvieron a Italia,
pensando que allí las cosas serían mejores, pero no fueron así los abuelos, el
último apoyo de Luco.
-¿Y los abuelos siguen viviendo al final de la
calle?
-Claro, y tienen un limonero enfermo que
languidece con ellos y que es la fuente de ese mal olor que hay en verano.
-¿Podemos ir a verles?
-No hasta que vuelva Luco.
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