jueves, 30 de abril de 2015

Jaque, y hasta otro día

El recién nombrado presidente levantó la cabeza de los asuntos nacionales para darse cuenta de que si bien nunca había estado la Nación a la par que el mundo, en aquel momento se encontraba bastante a la cola, así que llevó a cabo un plan de modernización que destacó por la compra masiva de ordenadores. En cada domicilio, a cambio de una cantidad simbólica, un mensajero te entregaba una gran caja de la que se extraían extrañas piezas que luego te enseñaba a montar un técnico. El problema se dio en los pueblos, pues en el campo la mayor parte de la población era anciana, y su espíritu conservador le impedía aceptar, ni pagar, aquel trasto, así que se optó por construir en las plazas de todos los pueblos una especie de cabaña en la que había una silla, una mesa y un ordenador.
La Nación, pese a los esfuerzos del intermitente gobierno, no consiguió modernizarse a ojos del mundo, ni a los suyos propios, la verdad sea dicha, y se acabó por olvidar el tema.
Pero un hecho curioso se produjo en relación con un ordenador, y, curiosamente, se dio en un pueblo. Un anciano, del que no se ha conseguido averiguar la identidad, movido por la curiosidad o el aburrimiento, entró un día en una de esas extrañas cabañas, se sentó en la silla, agarró el ratón y observó como se movía la flecha blanca sobre el fondo azul. Tras leerse la hoja de instrucciones básicas hizo doble clic en el dibujo en miniatura de la esfera del mundo bajo el que rezaba "Internet" y consultó la prensa del día, pero como solo estaba acostumbrado a recibir noticias nimias de los alrededores o bien de una importancia extraordinaria a nivel nacional, pronto se vio sobrepasado por nombres que no le sonaban y tecnicismos de los que nunca oído hablar, así que optó por buscar el título de una novela que había oído que estaba arrasando en la capital, y la encontró, pero antes de haber terminado la primera página sus ojos se habían revelado a seguir leyendo en la pantalla, así que optó por un último recurso antes de salir de aquella cabaña lanzando despropósitos contra aquella endiablada caja. En la hoja plastificada de instrucciones te explicaba cómo hacer para poder ver vídeos, y tras mucho pensar el anciano descubrió algo que casualmente nunca había visto y quería ver desde que tenía diecinueve años. Una vez le contaron que si servías leche en una cacerola y la ponías a calentar sin apartarla en ningún momento, se formaba una especie de pompa que estallaba poniéndolo todo perdido, así que el anciano escribió "leche caliente" y le dio a buscar. Las indecencias que aparecieron ante sus ojos le hicieron soltar un grito y cerrar a toda prisa aquella página, quedándose de nuevo su flecha blanca frente al fondo azul y su respiración terriblemente agitada. Fue entonces cuando levantó la vista, dispuesto a marcharse de allí, y vio en una esquina el pequeño dibujo de un caballo junto a un peón sobre un diminuto tablero, debajo una palabra, "Ajedrez".
Aquel anciano empezó a jugar al ajedrez todas las tardes, en el momento en que se marchaba la señora que chateaba cada día con uno de sus cuatro nietos, y cuando se cansó de la inflexibilidad del ordenador que jamás se despistaba o hacía un movimiento en falso, le comentó a un amigo suyo de un pueblo vecino que qué le parecía si echaban una partida semanal. Nunca hubo en todo un país un contagio más rápido. Todo los ancianos se encontraron de la noche a la mañana adictos al "chess", como algunos ordenadores lo llamaban, y el presidente de la Nación, sucesor de quien intentó llevar a cada hogar un ordenador en su idea de modernización y fue derrotado estrepitosamente por la tercera edad, se vio obligado a instalar en cada plaza de pueblo veinte cabañas en un principio, y cuarenta después.
El cómo el ajedrecismo se extendió a otras edades está más claro. Al parecer un niño llamado Miguel, en una crisis de existencialismo, empezó a pensar que la muerte está a la vuelta de la esquina y que la vida son dos días, y no pudo sino mirar con tristeza los parques que antes estuvieron poblados por gente mayor y ahora estaban vacíos... hasta que se dio cuenta de por qué estaban vacíos. Admirado por la destreza de la población envejecida y lo joviales que se les veía cuando 'mi alfil se lleva por delante ese peón despistado' o 'te dejo que me comas la reina si vas conmigo al cine esta noche, Margarita' empezó a ver cómo era eso de comer al paso y enseguida se puso a mendigar partidas a sus compañeros, los cuales no pudieron sino caer en su singular tela de araña.
La Nación, que no alcanzó ni un titular en el exterior cuando el fracasado del intento de modernización, de pronto fue noticia de la prensa curiosa, pues toda su población jugaba al ajedrez de forma desenfrenada, a veces incluso inquietante.
Pero aun se podía ir un poco más allá, un centro psiquiátrico puso en marcha una terapia experimental en la que a los pacientes que sufrían de violencia injustificada se les dieron piezas y tablero y se comprobó como desahogaban todo lo que tenían dentro en las partidas, con frases como "¿Ves tu torre? ¿ves tu torre? ¡Pues ahora ves mi caballo!" o "Erase un peón ¡que se convirtió en reina!" y quedaban después totalmente capacitados para la vida normal.
Así la Nación se volcó en el ajedrez hasta vaciarlo completamente de contenido y volverlo a llenar con otro distinto. Tableros y piezas de ajedrez se convirtieron en los objetos más vendidos y las franquicias de cafés donde hay sobre la mesa un tablero proliferaron a un ritmo desmedido hasta hacer difícil encontrar un café normal y corriente. Algunas personas cogían un peón, un alfil o un caballo, le hacían un agujero, pasaban por él un cordón y se lo colgaban al cuello en forma de colgante, hubo algún ególatra que se colgó una reina, y solo un tipo, un tal Salgado, se colgó un rey. El colmo del fanatismo ajedrecista se produjo cuando junto a la base de la Virgen de los Mimos aparecieron como ofrenda un puñado de peones.
El Hombre del Polvo, encargado de retirar el polvo de los edificios gubernamentales, El Hombre del Agua, encargado de llevar el agua a las zonas desérticas y El Hombre del Aire, encargado de comprobar la pureza del mismo en las zonas de minas y fábricas, dieron un susto enorme a la población cuando dejaron sus quehaceres para jugar al ajedrez entre ellos, por turnos. Igual pasó en la frontera suroeste, en la zona desértica, cuando las tribus indígenas, que desde hacía más de ciento treinta años luchaban por recuperar unos kilómetros de tierra que consideraban suyos, los tomaron sin lucha en apenas una noche por estar los puestos de guardia caballo que se mueve en ele, este juego es feminista porque la reina es la caña y el rey un patán.
Pero dos años después de que la Nación sucumbiese a las sesenta y cuatro casillas y de que los generales de la misma fuesen expulsados del Ejército Mundial por haber visto trastocada su visión de la guerra moderna, pasó algo extrañísimo, y sin duda amargo. Las cosas que suben muy deprisa, sin control, tienden a caer, y así pasó con el ajedrez, pero no porque la gente se cansase y guardase sus piezas o rindiera su rey tumbándolo, sino porque de alguna forma las partidas perdieron su estrategia y todos los resultados se empezaron a tornar en tablas, pero no cualquier tipo de tablas, todas las partidas desembocaban en que solo quedasen los dos reyes, partidas imposibles de seguir y de tablas automáticas, todas las partidas acabaron por dejar solas en el tablero a las dos piezas más importantes, y así se acabó todo.

1 comentario:

  1. He buscado ''leche caliente'' en google, pensando que no podría ser tan malo y ahora me doy cuenta de que soy muy ingenua

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