miércoles, 1 de abril de 2015

Cuento sin ovejas

No me gusta escribir bajo presión, a pesar de que sea tan estúpido de que me la haya impuesto yo mismo, pero si miro la situación con la debida perspectiva podría llegar a pensar que soy un héroe, sí, un gran héroe...
Me explico. Estaba yo vagando por los páramos oscuros en los que se convierte internet por la noche cuando me encontré un conjunto de personas que hablaban solas quejándose de que no tenían nadie con quien hablar a aquellas horas, así que me acerqué a aquellas gentes y fui a hablar con un chico cuyo pelo crecía como crece el pelo de muchos niños, haciendo una especie de tazón hacia abajo. Aquel chico me dijo ser homosexual antes incluso de decirme su nombre, y como me empezó a hablar del sexo como si fuese un adolescente, pasé de largo. El pelo de un niño y la boca de un adolescente, me preguntaba si tendría algo de adulto cuando me encontré con una muchacha de edad incierta que me causó una agradable impresión antes de fijarme en que todo lo que decía daba vueltas alrededor de una idea de belleza que, tras contemplar fijamente, observé que era una mezcla de cuerpo anoréxico y ropa gótica, así que en vez de seguir hablando con ella y agotarme argumentando lo malo que sería para ella tan siquiera acercarse a lo que quería, opiniones que de hecho ella no me había pedido, me marché de allí también. Estaba a punto de tirar la toalla e irme a la cama, que no a dormir, pues en caso de ir a la cama antes leería otras dos horas que dormirme sin más, sin embargo vi algo, algo que me imaginé que sería una chica en pijama dando vueltas por su habitación, una chica que si fumase estaría fumando en ese momento. Me acerqué y, asomando la cabeza por la puerta entornada, la miré. La miré, me miró y le pregunté que qué hacía, a lo que me contestó que no podía, o no quería, dormir, así que le prometí, palabras textuales, contarle un cuento que no tratase sobre ovejas que contar.
Así que ahora ya se entiende la situación, la historia que tengo que elaborar, el por qué y la buena causa. Le pregunté que si sentía cariño por un género o por un tipo de personaje en concreto, a lo que me contestó que el personaje le daba igual y que le apetecía que fuese un drama, a lo que respondí con una cara similar a la que pones cuando alguien te golpea en la boca del estómago sin que estuviese preparado, los dramas no son mi fuerte.
Yo había pensado en una niña que iba al campo, le pasaban un par de cosas surrealistas y volvía a casa, pero me pidió un final sorprendente, lo que no cuadraba con mis planes, así que decidí hacer algo extraño sin perspectiva de buenos resultados, me la llevé conmigo para que fuese ella misma la protagonista de una historia que sea lo que dios quiera…
Yo me vestí de invisible para poder hacer de mago y narrador y que así solo hubiese un protagonista. La llevé al campó verde que ya había pensado para la anterior protagonista, pero como era noche cerrada, aquel parecía un campo completamente negro. Como hasta hace un instante ella había llevado un pijama, la había vestido con ropa que esperase que le gustase, unos pantalones negros, una camiseta blanca y negra y un bonito colgante que nadie veía porque lo llevaba por debajo de la camiseta. Hasta que no echó a andar campo adentro, hacia la oscuridad, guiada por ésta, no me di cuenta de que a la hora de vestirla se me había olvidado imaginarle unas botas y ahora iba ella descalza.
De pronto se topó, en mitad de aquel campo y sin previo aviso, con un inmenso camaleón ciego. El animal era tres veces más grande que ella y permanecía inmóvil, ella se acercó y dijo... ¿qué dijo? ¿Acaso la conozco como para poder poner palabras en su boca? Mejor no dijo nada y bordeó al camaleón, el cual, pese a estar ciego, la siguió con la mirada.
Drama… ella quería drama, pero, ¿qué es el drama? Busqué en el diccionario y me quedé con los dos significados que mejor pegaban con lo que intentaba imaginar: “acciones y situaciones tensas y pasiones conflictivas” y “suceso de la vida real, capaz de interesar y conmover vivamente”, pero si no os importa de esta segunda quitamos lo de “suceso de la vida real” que no viene mucho al caso, porque a estas horas de la noche uno ya no distingue lo que es real y lo que no. Asesinato y una pareja a punto de romper vendrían genial, podría hacer que quien lo leyese viese azul y gris como símbolo de lo tenso de las situaciones, pero eso lo podría hacer si no fuese tan de noche y yo no estuviese tan cansado, así que, si nadie se opone, la situación es la siguiente:
Ella nota como algo alborota el silencio que hasta hacía unos instantes reinaba en aquel campo, se acerca hacia el riachuelo y allí ve una escena catastrófica. La mamá erizo y dos de sus vástagos contemplan horrorizados a un tercero que se encuentra colgando de una rama sobre el riachuelo, a punto de caer, gritan, gritan su nombre de erizo, gritan su nombre con lágrimas en los ojos. El erizo que cuelga tiene los ojos cerrados y se aferra a la rama con todas sus fuerzas. Puede caer en cualquier momento, y si lo hace el agua le arrastrará hasta quién sabe dónde. Ella se acerca, pues no le cuesta nada salvar al erizo, pero aquí surge un problema, he dicho al principio que contar esta historia a estas horas me convierte en un héroe y si ella salva al erizo se convertirá en una heroína, lo que me hará dividir el mérito o incluso perderlo, así que no, ¿no me había reclamado un final inesperado? ¿No quería drama?
Ella, desde el borde del riachuelo, que en realidad no le llega ni al tobillo, estira la mano temblorosa hacia el erizo, casi lo tiene, pero éste al soltarse puede caer en vez de salvarse. De pronto ocurre algo muy deprisa, un fugaz movimiento y ya no hay erizo, ella mira con los ojos empañados hacia la fuente del movimiento y ve al gran camaleón ciego masticando algo.

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