miércoles, 22 de abril de 2015

Hilos

El Titiritero construyó durante la noche un muñeco articulado, durante la mañana lo pintó y en la siguiente noche le dio vida. El muñeco podía ver y pensar, pero no podía moverse si no era por medio de los hilos. Al poco tiempo el Titiritero abrió una gran caja y de ella sacó otro muñeco, uno que no había hecho él y que tenía pintadas las facciones de una mujer. El primer muñeco la observó largo tiempo hasta descubrir que ese otro muñeco también poseía vida, y no solo eso, sino que además había aprendido a mover sus cuerdas a espaldas del Titiritero. Mientras que el nuevo muñeco recorría el taller por las noches en lentos movimientos, el primer muñeco, imitándola, aprendió a moverse por si mismo también, y a la siguiente noche se acercó a ella, con sus ojos pintados increíblemente grandes y su boca en una mueca de curiosidad y, alzando el brazo, recorrió la cabeza redonda del nuevo muñeco, mientras que éste alzaba también la mano para recorrer con ella los hilos del primer muñeco. Así pasaron las noches, el uno frente al otro, cuando el Titiritero desaparecía, recorriendo él en lentos ademanes la madera de ella y ella, con ojos inexpresivos, los hilos de él. Una noche, nada más dejó de sonar el lejano violín y se hubo cerrado la puerta del fondo tras el Titiritero, el primer muñeco se acercó al nuevo, sin atreverse a tocarlo, con una idea de madera pendiendo de sus labios pintados, pero de pronto el nuevo alzó su mano, la cual sujetaba unas tijeras, y uno a uno, ante la incomprensión del títere, fue cortando sus hilos, hasta dejarlo tirado en el suelo, sin poder moverse, siendo tan solo un amasijo de madera.

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