Allá por un lugar antiguo pasaba
una comitiva de sabios y sobre una colina encontraron a un hombre musculoso
empapado en sudor. El hombre tenía sobre sus hombros dos grandes montañas y
parecía sostenerlas con esfuerzo. Los sabios hablaron entre ellos en susurros
y, sin preguntarle al hombre, decidieron ponerle nombre a sus montañas. Les
pareció propicio llamarlas Orgullo e Ira. El hombre seguía sosteniéndolas,
parecía no escucharles, pero ellos se pusieron a gritar “¡suéltalas,
suéltalas!”, y el hombre, al final, acabó soltando una montaña. Ira cayó sobre
la mitad de los sabios, aplastándolos. Ahora, con solo una montaña sobre sí,
con un hombro descubierto, el hombre no encontraba el equilibrio y danzaba en
círculos a fin de no caerse. Los sabios sobrevivientes, temerosos de que les
cayese encima, empezaron a gritarle que tirase la montaña que le quedaba lejos
de allí. El hombre así lo hizo, Orgullo fue a parar a mitad del desierto y allí
se convirtió en arena. Entonces los sabios vieron cómo el hombre, liberado de las dos montañas, con pavor
en el rostro, empezaba a levantarse del suelo, sin poder agarrarse a nada, ascendía y se
perdía como un globo entre el cielo despejado. Los sabios que quedaban cruzaron
la colina sin recordar nada que no les interesase recordar.
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