Por ejemplo, una mujer sale de
casa para hacer la compra, lleva hasta su propia bolsa para no tener que
comprar una en el supermercado. Al empezar a bajar las escaleras (vive en un
tercero) se da cuenta de que se ha olvidado algo, así que vuelve a subir. Una
vez arriba descubre que se ha dejado las llaves dentro y no solo eso, sino que
también ha olvidado por qué había vuelto a subir.
Esta es una idea para relato que
da mucho juego, el cómo va a hacer la mujer para volver a entrar en casa, o si
va a ir a la compra esperando que el relato termine antes de que tenga la
necesidad de volver.
La mujer, por ejemplo, se llama
M., nombre castizo. Su abuela fue la mujer más paciente que ha conocido, tenía
un pelo blanco muy fuerte, tanto que se decía que en una ocasión usó uno de sus
pelos en lugar de una aguja. Su abuela y su abuelo no se llevaban muy bien, sin
embargo, y el abuelo acabó desapareciendo. M. no sabe si el abuelo desapareció
literal o metafóricamente, pero lo cierto es que no le recuerda, y si algo
recuerda ya anda por ahí el recuerdo de la abuela barriendo el recuerdo del
abuelo. Pero, un momento, dice M., ¿y esto en qué me ayuda a mí a entrar en
casa? M. no es demasiado mayor y come bien, pero no hace ejercicio y se acaba
cansando si permanece largo tiempo de pie sin moverse, como es el caso.
Se puede estudiar la posibilidad
de que un familiar tenga llaves de la casa de M., en cuyo caso habría que
quitarle el móvil, para que no le pueda llamar o el relato perdería su nudo.
Igual lo que no recuerda M. que se dejó dentro de casa y por lo cual volvió a
subir dándose cuenta de que no tenía las llaves era el bolso, y así no tiene ni
teléfono para llamar a los familiares ni dinero ni nada para el transporte, de
forma que tendrá que ir a verlos a pie, una emocionante aventura por la ciudad.
Pero claro, en el bolso llevaría las llaves, y eso haría que solo hubiese
olvidado una cosa dentro de casa, cuando es más interesante que sean dos y que
una de ellas no sepamos cuál es.
Pero yo me inclino por pensar que
M. no tiene familiares o no se lleva bien con ellos. Igual una vecina tiene
llaves, pero claro, piensa M., hace mucho que se las dio, ahora ya no se
hablan, ahora de hecho se llevan mal.
M. se resiste ahora a abandonar
ese hueco donde está de pie enfrente de su puerta e ir al supermercado o a la
calle, porque quien lo ha descrito lo ha descrito muy bien y M. puede ver a la
perfección cada escalón, de los que suben y de los que bajan, y la puerta de
los vecinos de enfrente. No se mueve ni aunque le tires de la bolsa que sí sacó
del apartamento. Pero eso te da una idea, dentro de la bolsa podría descubrir
ella algo, las llaves, quizá, haciéndolo todo extraño, o una pequeña rana verde
que da saltos de un lado a otro sobre la superficie reforzada del fondo de la
bolsa diseñada para que si compras botellas de vino y apoyas la bolsa en el
suelo estas no se vean perjudicadas.
Lo cierto es que la idea para
relato se ha tornado en algo parecido a un relato o a un tumor maligno que no
quieres tener cerca, así que quieres acabarlo ya, pero no sabes cómo, no se te
ocurre una idea hasta que das con algo que te parece brillante. Dedicas un
párrafo a hablar de la abuela de M. y acabas diciendo que, bien pensado, se
parecen. Entonces M. se pone muy seria, levanta el brazo, se arranca un pelo y
usa éste para forzar la cerradura. Es un buen final, te sientes orgulloso, el
telón se cierra y tú piensas que, por qué no, igual un día podrías dedicarte a
escribir.
Pero, al otro lado de la cortina
ya cerrada, M. mira ésta con una cara inexpresiva, porque da igual lo que hayas
dicho, lo del pelo es una estupidez, no puedes utilizar un detalle bonito para
resolver un relato, así que M., en tu ausencia, sola en el mundo que has
construido en tu ignorancia y el cual has abandonado, acabará por bajar las
escaleras y terminará por vivir en la calle, pidiendo en la puerta del
supermercado, perdiendo la bolsa en manos de un niño que responderá a los
gritos de ella con un calla-puta y que más tarde abandonará la bolsa en un
parque, desde donde el viento la arrastrará, en un proceso lento, hasta el
Mediterráneo. M., cada vez que pueda, cogerá un cuenquito de agua, si es agua
de lluvia mejor, que es más triste, subirá los escalones hasta el tercer piso y
la arrojará contra su puerta, en un intento de pudrir la madera y poder
atravesarla de un golpe. Pero el tiempo pasa, y el día que M. por fin logre
pudrir la puerta no tendrá fuerzas para golpearla, así que volverá a bajar las
escaleras, se sentará en el suelo y cerrará los ojos a la vera del
supermercado.
Enhorabuena, has matado a M.
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