jueves, 17 de octubre de 2013

Cuchillo de filo negro

El hombre embutido en negro llama al timbre, nadie abre pero no vuelve a hacerlo, sabe que ella está nerviosa, probablemente cerca de la puerta, mirándola y pensando, meditando nerviosa una de las decisiones más importantes de su vida. Finalmente abre la puerta, está sorprendente mente tranquila, tendrá treinta y cinco años, se la ve joven y guapa, pelo rizado y moreno por los hombros, pero algo lo estropea todo, una sombra que cubre su rostro y la ausencia de una sonrisa que parece que hace mucho que no pasa por allí.
Ninguno dice nada, ella simple mente se aparta y él entra despacio, para no asustarla, y cierra la puerta tras él.


-¡AGH!- Choca el vaso contra la barra.
-Duro ¿eh?- Sonríe el dueño del bar.
-Calla coño, ¿Qué mierda es esta?- Pero aun así se le escapa una sonrisa. Arturo se levanta, le da la mano al dueño, amigo de hace ya varios años, y se marcha de allí. Al salir, Arturo ve el cielo nublado anunciando tormenta, cuando había entrado en el bar, estaba despejado, mal augurio. Anda lentamente hasta su casa, cansado del trabajo y las horas pasadas en el bar. De repente se pone a llover, acelera el paso. Pisa un charco, resbala y para no caer se apoya en la pared sintiendo un dolor punzante por todo el brazo y lo aparta rápidamente. Mientras se lo masajea bajo un portal recuerda de donde proviene el dolor.
Había sido un día especialmente duro, sin nada bueno relevante, en realidad nada relevante, ni bueno ni malo, un día vacío que le había hecho pensar en su situación, una situación carente completamente de emociones pero con tantas anclas echadas que era imposible cambiar o huir  el pensamiento le llegó a provocar malestar físico, náuseas. Cuando llegó a casa, la comida, la cena mejor dicho, estaba servida fría sobre la mesa, una menestra de verduras hecha hacía bastante rato, una comida que ya odiándola bien hecha, fría era incomestible. Se sintió abatido, vació el vaso de agua que se encontraba frente a él, pero hacía mucho que solo el alcohol le quitaba la sed. Después de marear lentamente la comida con el cubierto con la mente perdida mucho rato, entró María en la cocina, le preguntó secamente  por el plato y el contestó borde, empezó una discusión que se enlazó con otras y acabaron gritándose en el pasillo y tras soltar ella unas palabras que desempolvaban una realidad que se habían obligado a olvidar, él le contestó con una bofetada que por poco la derriba, ella se llevó la mano a la cara que le ardía, de repente se dio la vuelta, pensando en un bate que descansaba en el perchero de la entrada, pensado para asustar en caso de necesidad pero nunca utilizado. Arturo adivinó lo que iba a hacer así que alzó el brazo y lo bajó de cuajo y la golpeó malamente en la cabeza, María calló al suelo aparentemente sin sentido y Arturo, ahogando un grito, se agarró el brazo que le dolía tanto que pensó que el hueso se hubiese descolocado. Ella podía llegar a parecer muerta, tumbada boca abajo con el pelo revuelto pero empezó a arrastrarse lentamente hacia la entrada y él, Arturo, entre el dolor, la rabia y odio empezó a darle patadas, cada vez con más y más fuerza, por todo el cuerpo, hasta que se cansó y respirando fatigado vio que ahora no se movía nada, no era la primera vez que la pegaba, pero nunca tanto, agarró la puerta y anduvo varias manzanas hasta llegar a un bar donde nadie le conociese.  Regresó al día siguiente, María no estaba.

Eso había sido ya hacía casi dos semanas y no había sabido nada de ella, tendría que empezar a buscarla. Entra en el portal con los hombros empapados, sube las escaleras despacio, tiene cuarenta años pero su cuerpo es mucho más viejo. Llega arriba exhausto, sin aire, se apoya en las rodillas.
-Maldito edificio de mierda sin ascensor- murmura- que deprimente.
Tras un forcejeo con la cerradura, la puerta se abre. Entra y en la penumbra del pasillo, como en una película de miedo, recortada la figura de su mujer le observa, los ojos le brillan en la oscuridad. En el segundo de confusión, una sombra se coloca frente a él, la sombra le mira a los ojos a pocos centímetros de distancia. Y Arturo pierde la respiración, y no por el susto o el miedo, algo se lo impide. Da apenas dos pasos atrás y baja la vista para ver el mango de un cuchillo de cocina que sobresale de su cuerpo. Mira con ojos cargados de terror a la sombra, resulta ser un hombre vestido de negro que le mira a los ojos, muy serio. De repente se acuerda de ella y mira por encima del hombro del hombre a María que apenas ha abierto levemente la boca, ni un amago de movimiento. Arturo cae muerto. El hombre de oscuro extrae el cuchillo con cuidado, se lo da a Marta que lo coge con manos temblorosas y le indica dónde debe dejarlo caer, ella obedece.  El hombre observa las tres pequeñas gotas de sangre de su propia ropa, saca una jeringuilla, extrae algo de sangre del cuerpo inerte e imita las tres marcas en la ropa de María.
-Recuerda- Habla muy bajo pero con determinación- Estabas cortando verduras en la cocina, entró, saliste al pasillo, parecía borracho, se abalanzó sobre ti y se clavó el cuchillo. Horrorizada diste varios pasos hacia atrás y dejaste caer el arma, no, mejor no digas arma. Inmediatamente llamaste a la policía- Estiró el brazo y cogió un teléfono que reposaba en la mesa del pasillo y se lo puso en la mano- llama en veinte minutos.- Se dio la vuelta y con la mitad del cuerpo fuera ya, metió la cabeza y añadió
-Suerte- María no volvió a saber de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario