viernes, 31 de enero de 2014

Aquél fue un suelo verde.

Tenía cinco un joven Matias cuando, temeroso de que se muriese la flor rosa que había arrancado de un jardín, corrió al monte y la plantó en el margen norte  de un prado verde, muy verde. La visitó con agua y mimos durante tres días y al cuarto, la olvidó. Pero la flor se congeló en el tiempo, no murió, no creció y sus pocos pétalos rosas no perdieron su color.
Tan solo dos años después, estalló una pequeña rebelión de campesinos que pedían lo que fuese que les impidiese morir de hambre como lo estaban haciendo, esta rebelión fue sofocada por las armas y al prado que una vez visitase Matias, vinieron a vivir bajo tierra quince cuerpos, sus casas se identificaban bien, eran rectángulos de tierra removida.
Meses más tarde lucharon ricos contra pobres, con mil motivos ideológicos, económicos y culturales que en realidad enmascaraban eso, ricos contra pobres. Perdieron lo pobres. Las zonas como la de Matias fueron especialmente castigadas, al prado se mudaron ochocientas cuarenta y dos personas, todas bajo la atenta mirada de la flor, que como mucho, lloraba gotas del rocío.
Durante nueve años, hubo conflictos, gritos, indignación, "basta ya"s, resistencia... y muertos. El prado cambió su verde por un marrón de tierra.
Con dieciséis años, un Matias cambiado, diferente, se metió en una pelea absurda a navajazos al final de una calle, la herida del abdomen terminó por matarlo, y fue enterrado "en aquél prado de allá, el de las afueras", bajo la atenta mirada de una flor que, con las brisas de la montaña, negaba con la cabeza.

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