viernes, 15 de enero de 2016

Tristesse

Si estás en un laberinto y te pierdes, puedes pensar “me he perdido porque estoy en un laberinto”, el problema es cuando te pierdes y no hay laberinto.
El avión, desde fuera, debía parecer un avión perdiendo altura pensando en aterrizar, sin embargo, el avión era una mierda, pasemos de él. Porque un chico sale a la calle con las manos en los bolsillos, una sola idea en la cabeza y tal vez un arma en alguna parte, entre ¿los omoplatos? Bah, da igual, ya es de noche, hay una prostituta en una esquina que mira al cielo y ve un avión caer, demasiado deprisa como para pretender aterrizar. Ella ve el avión silencioso, pero en el interior la gente no deja de gritar. Suena una música triste mientras no se escuchan los sonidos cotidianos y la cámara recorre una multitud de rostros, distintas historias que en algún momento se encontrarán, porque de eso va la cosa. Tal vez el chico se acueste con la prostituta al llegar al aeropuerto y descubrir, entre el mayor caos, que el avión al que debía esperar se ha estrellado. Entonces le temblarán las piernas y caerá al suelo, donde llorará mientras la música suena más fuerte y la cámara se aleja, mostrando gente que corre y que ni siquiera ve a aquel chico. Él, impulsado por el dolor, repasa sus planes, el por qué esperaba a aquella chica, el que no llega a concebir que ya no esté, porque ella no es así, no es de morir como todos, o de morir en una desagradable situación o de gritar antes de hacerlo. Ella, para él, era una figura etérea y de metal a un mismo tiempo, y el que muera no se entiende. Levanta los ojos, y a través de las lágrimas intenta buscarla entre las personas, porque a ella sí se le han otorgado las situaciones extraordinarias, la magia, lo imposible.
Entonces el chico llega a la bohardilla, la prostituta está en bata mientras se peina. Le dice si le importa esperar y él se tumba en la cama, a sus espaldas. Ella entonces empieza a hablar de si sabe lo del avión, pero como es seguro que sí, empieza a comentar los detalles, que si el choque fue brutal, que si la culpa se dice ahora que es de un técnico. Entonces él apaga toda luz y paga toda impotencia con ella.
El arma no está entre sus omoplatos, está en su mano. Y no hay nada más, alrededor ni las palomas quedan. Qué difícil es encontrar a un técnico en una ciudad. La plaza ha quedado vacía y muchos rostros le miran medio escondidos. Él se mira despacio la mano, que sujeta un arma, y después mira los rostros asustados, a los policías que le apuntan y gritan cosas que la música no deja oír mientras sus labios se mueven de forma grotesca a cámara lenta. Entonces la ve a ella, pero no sale de entre la multitud, le mira asustado. La ve más veces, todos los rostros son el de ella y él no entiende nada. Entonces levanta el arma, se apunta a sí mismo y dispara a la única persona que debió disparar. Y los días pasan, el cielo crece, las prostitutas descansas y los aviones vuelven a volar. Los ataúdes se los traga la tierra, aunque no tengan cuerpos. Los restos del avión acaban en un almacén de chatarra. El técnico queda libre y se frota las muñecas, doloridas por las esposas. Los ojos se cansan de llorar. Los golpes dejan de doler y una extraña calma borra todo recuerdo como también borra a las personas.

Y entonces cambia la canción.

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