Si estás en un laberinto y te pierdes, puedes pensar “me he
perdido porque estoy en un laberinto”, el problema es cuando te pierdes y no
hay laberinto.
El avión, desde fuera, debía parecer un avión perdiendo
altura pensando en aterrizar, sin embargo, el avión era una mierda, pasemos de
él. Porque un chico sale a la calle con las manos en los bolsillos, una sola
idea en la cabeza y tal vez un arma en alguna parte, entre ¿los omoplatos? Bah,
da igual, ya es de noche, hay una prostituta en una esquina que mira al cielo y
ve un avión caer, demasiado deprisa como para pretender aterrizar. Ella ve el
avión silencioso, pero en el interior la gente no deja de gritar. Suena una
música triste mientras no se escuchan los sonidos cotidianos y la cámara
recorre una multitud de rostros, distintas historias que en algún momento se
encontrarán, porque de eso va la cosa. Tal vez el chico se acueste con la
prostituta al llegar al aeropuerto y descubrir, entre el mayor caos, que el
avión al que debía esperar se ha estrellado. Entonces le temblarán las piernas
y caerá al suelo, donde llorará mientras la música suena más fuerte y la cámara
se aleja, mostrando gente que corre y que ni siquiera ve a aquel chico. Él,
impulsado por el dolor, repasa sus planes, el por qué esperaba a aquella chica,
el que no llega a concebir que ya no esté, porque ella no es así, no es de
morir como todos, o de morir en una desagradable situación o de gritar antes de
hacerlo. Ella, para él, era una figura etérea y de metal a un mismo tiempo, y
el que muera no se entiende. Levanta los ojos, y a través de las lágrimas
intenta buscarla entre las personas, porque a ella sí se le han otorgado las
situaciones extraordinarias, la magia, lo imposible.
Entonces el chico llega a la bohardilla, la prostituta está
en bata mientras se peina. Le dice si le importa esperar y él se tumba en la
cama, a sus espaldas. Ella entonces empieza a hablar de si sabe lo del avión,
pero como es seguro que sí, empieza a comentar los detalles, que si el choque
fue brutal, que si la culpa se dice ahora que es de un técnico. Entonces él
apaga toda luz y paga toda impotencia con ella.
El arma no está entre sus omoplatos, está en su mano. Y no
hay nada más, alrededor ni las palomas quedan. Qué difícil es encontrar a un
técnico en una ciudad. La plaza ha quedado vacía y muchos rostros le miran
medio escondidos. Él se mira despacio la mano, que sujeta un arma, y después
mira los rostros asustados, a los policías que le apuntan y gritan cosas que la
música no deja oír mientras sus labios se mueven de forma grotesca a cámara
lenta. Entonces la ve a ella, pero no sale de entre la multitud, le mira
asustado. La ve más veces, todos los rostros son el de ella y él no entiende
nada. Entonces levanta el arma, se apunta a sí mismo y dispara a la única
persona que debió disparar. Y los días pasan, el cielo crece, las prostitutas
descansas y los aviones vuelven a volar. Los ataúdes se los traga la tierra,
aunque no tengan cuerpos. Los restos del avión acaban en un almacén de
chatarra. El técnico queda libre y se frota las muñecas, doloridas por las
esposas. Los ojos se cansan de llorar. Los golpes dejan de doler y una extraña
calma borra todo recuerdo como también borra a las personas.
Y entonces cambia la canción.
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