Tocotóc, tocotóc. Mi padre ordena papeles aquí a mi lado.
Los que decide tirar son rasgados primero. Las fotos que va encontrando las
deja con cuidado en una esquina de ésta mi mesa. Me molesta un poco el ruido,
es increíble que los papeles y las cartulinas puedan hacer semejante y tan
grave ruido. Pero tal vez lo que más me molesta es que está en su silla, con
sus papeles y demás, pero dando la espalda a su mesa, mirando hacia la
estantería y por tanto en la misma dirección que yo. No miramos lo mismo,
claro, yo mi pantalla y él sus papeles, pero más allá seguiríamos sin ver lo
mismo, yo la pared y él la estantería. Sin embargo solo necesita girar ligeramente
la cabeza para poder ver ésta mi pantalla del ordenador. Ahora, por ejemplo, el
ruido de papeles movidos y papeles rasgados ha vuelto a cesar, ¿se supone que
está leyendo con atención un papel en concreto o está mirando mi pantalla,
leyendo lo que escribo, pensando mi hijo está loco? Y claro, yo podría mirarle,
girar apenas la cabeza y ver a dónde mira, pero si lo hiciese él se daría
cuenta, porque girar la cabeza implica mover muchos músculos (unos se relajan y
otros se tensan, así funcionan los músculos, me lo enseñaron de pequeño en clase
por medio de un angustioso documental, angustioso porque vi que era imposible
tener todos los músculos relajados), arrugar la camiseta, la piel del cuello,
acomodar imperceptiblemente el brazo, entrecerrar un ojo y hacer ondular
cabello. Y si no se diese cuenta de que le miro la primera vez, se daría cuenta
otra de las muchas. Y si se diese cuenta de que miro a ver si mira, me estaría
delatando a mí mismo como infractor de algo que entonces él sí querría
descubrir, querría leer en este caso. Durante un momento ha vuelto a colocar la
columna de papeles (los que se han salvado) en la estantería, ha cogido los
rasgados y las fotos y se ha marchado, esto ha ocurrido mientras yo estaba
escribiendo, a la altura de la palabra “infractor”, y entonces ha dejado de
tener sentido el escrito, porque ahora, siendo sincero, no escribo para una pluralidad
de lectores, sino para mi padre, el mismo que quiero que no gire la cabeza y
mire lo que hago, lo que escribo. Y mientras no estaba me he sentido
desamparado, frío, añorando el sonido que me molestaba y al que ahora me he
aficionado (especialmente al de rasgar papeles), pero luego ha vuelto, como un
salvador, un superhéroe, y cuando se ha vuelto a marchar para vaciar el
cenicero en el retrete yo estaba seguro de que volvería, lo sabía, y eso me ha
dado la felicidad, saber que volvería a oír papeles moverse, que le oiría
rasgar algunos y lanzarlos a un lado y de que de vez en cuando reinaría el
incómodo silencio en el que me preguntaría si está leyendo lo que escribo.
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