miércoles, 24 de agosto de 2016

Cuéntame los sueños en los que aparezco yo

—Es curioso —digo apartando la vista de ella y dirigiéndola a mis manos, que realizan algún movimiento distraído—. Vivimos a poco más de una hora de distancia, estudiamos en la misma ciudad, frecuentamos las mismas plazas y compramos libros en la misma tienda. Sin embargo solo nos vemos en los sueños.
—¿Dónde, la última vez?
Entonces sí la miro, para captar su expresión.
—En la India.
Levanta las cejas.
—¿Has estado en la India?
—Yo no, pero sí un buen desfile de familiares y amigos. Las fotos de todos ellos parecen las mismas: mismo Taj Mahal, mismos palacios y templos, mismos vendedores y niños y motos y cables y vacas en la carretera.
—Fotografían lo que les llama la atención, en este caso lo mejor y lo peor del país. Entre esos escenarios, ¿dónde estábamos nosotros?
«Qué raro —pienso— esa forma de hablar no es la suya.»
—En ninguno, en mis sueños tiende a pasar eso. Tal vez la plaza o alguno de los pasillos que aparecieron después tuviesen algo de la decoración del lugar, pero era la India porque en mi sueño se decía, sin decir, que era la India.
La miro, voy a comenzar la narración y quiero que me preste atención. Ella está fumando muy despacio, y eso es muy extraño, porque ella no ha fumado nunca y ahora lo hace con desenvoltura.
—Yo estaba con unos amigos…
—¿Quiénes?
—Pues… Manuel, Carlos y Jorge.
—Ahora mismo no hablas con ninguno, ¿son esos tus amigos?
¿Y cómo sabe ella con quién hablo y con quién no? Yo no se lo he dicho, desde luego.
—Eso ahora da igual, yo estaba con ellos, caminábamos y luego acabábamos sentados en una especie de sofás acolchados que había en medio de la plaza. Reíamos, estábamos bien, pero entonces levantaba la cabeza del corro y te veía con otras chicas, que antes de que preguntes no sé quiénes eran. De hecho me costaba reconocerte, en parte lo hacía porque tú también me mirabas.
—¿Cómo iba vestida? —y sonríe.
—Eso no lo recuerdo, creo que oscuro o gris… —veo que se desanima—, pero sí recuerdo tu pelo, lo llevabas muy corto, cortísimo, y lo habías teñido de un color como blanco o plateado.
Se coge un mechón de pelo castaño y se lo acerca a los ojos, sin dejar de mirarlo pregunta:
—¿Crees que me lo debería dejar así?
—Bueno, no sé, en el sueño te quedaba bien. Aunque claro, tendrías que buscar un peluquero onírico. En fin, continúo. No sé cómo luego estábamos por unos pasillos que no sé si se encontraban a un lado de la plaza, es posible que me hubiese librado de mis amigos para buscarte. Cuando al final te encontraba te veía junto a un puesto de esos que se componen únicamente de un carrito pequeño que empuja el mismo comerciante y que sirve a la vez de expositor y mesa. Lo extraño es que tú estabas contra la pared, la comerciante eras tú. Ahora recuerdo algo tus ropas, parecían de éstas que están compuestas de pantalón y camisa hechos como de trapos o de cuero, perdón, no sé explicarme, tampoco es que lo recuerde muy bien… bueno, atendías en silencio a una señora, me veías pasar por detrás de ella y me seguías con la mirada. En un momento me acercaba por un lado y me susurrabas que esperase, que le estabas leyendo la mano.
—¿Y ya está? ¿No pasaba nada más?
—No, creo que no. Al menos que yo recuerde, ya sabes que mis sueños mutan. Por cierto, ¿seguiremos viéndonos solo en sueños?
—Ahora nos estamos viendo.
—¿Pero es esto real?
—Claro. Lo que llamas la realidad y los sueños en realidad son lo mismo, ambas caras de un mundo, sol y luna, lo único es que una está más desdibujada, como un rostro y su reflejo en el agua.
«Esas palabras, esa reflexión no son suyas. ¿Esto es un sueño en sí mismo? Probablemente. Pero, ¿y lo otro, estoy recordando un sueño dentro de un sueño o es que eso que he dicho ha sido el sueño justo anterior? Mírala, podría levantarme y hacer cualquier cosa. Podría incluso matarla, aunque no le desee el menor daño, pero si la matase al despertar nada habría cambiado. Los delitos cometidos en los sueños son los que antes prescriben.»
Ella salta de la mesa en la que estaba sentada, ya no fuma.
—Me tengo que ir. Al despertar mira el buzón. Espero verte pronto.
Pienso si con verme se refiere a la realidad o a otro sueño, y entonces despierto.

Aquí el cartero pierde todo el romanticismo y no llega por la mañana. No puedes ser un buen personaje de película y salir en bata a tu jardín delantero a por el correo y el periódico para el desayuno. Aquí el cartero pasa entre la una y media y las dos del mediodía. Por si acaso salgo a las tres. Nada, el buzón está vacío, ni siquiera publicidad.
Me siento decepcionado y aliviado a la vez. Me apetecía una carta, claro, pero haberla recibido habría significado que la ella del sueño tenía razón, lo que crearía en mí una duda horrorosa: ¿era algo más que mi subconsciente? ¿y si cuando la encuentro en los sueños ella me encuentra a mí? ¿Y si ella es la ella de verdad y ha estado oyendo todo este tiempo esas cosas que yo decía porque estaba seguro de que nadie podía oírlas?

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