domingo, 18 de junio de 2017

Paraíso

Deja el plato que estaba fregando en la pila, suspira y mira al cielo.
—Desde entonces, nublado. Anda que no es rencoroso ni nada.
Baja la vista y ve de nuevo los platos que aún le quedan por fregar. Los niños podrían ayudarla, pero prefieren jugar y correr como si aún fuesen otros tiempos. Si levanta la vista solo ve el árbol y el jardín, y más allá la valla que lo delimita. Qué locura, antes hubiese sido impensable que necesitasen una valla. Escucha a los niños jugar a la entrada de la casa y decide ir a ver cómo están.

—Partún.
—No, ese sí está bien puesto: tortuuuga. Es un nombre largo porque es un animal lento. El tuyo es para un animal rápido, como el guepardo.
—Pues el guepardo se llamará partún.
—¡No! Al guepardo le queda bien guepardo.
—Pero guepardo es un nombre largo, como tortuga. Que el guepardo se llame partún y la tortuga guepardo.
—¡Pero a mí me gusta guepardo!
—¡Lo que pasa es que no me dejas cambiar ningún nombre!
Entonces les sorprende la voz de su madre:
—Niños, qué pasa aquí.
—¡Abel no me deja poner nombres!
—¡Es que los suyos son muy feos!
—Os he dicho muchas veces que dejéis a los animales como están, papá y yo ya les pusimos el nombre a todos. Si queréis podéis ponerle nombre a los insectos pequeños.
—¡Pero yo quiero llamar partún a la tortuga!
—Pues ese será su nombre, desde ahora esa tortuga se llamará Partún. ¡Y no quiero oír hablar más del tema!

Adán, que entra por el jardín de atrás, recorre la distancia hasta la casa caminando deprisa con la cabeza gacha y sin dejar de fumar. Ya en la puerta da una última calada, tira al suelo la colilla, la pisa y mira al árbol.
—Un manzano, un manzano tenía que ser, me cago en la leche —se quita el sombrero y al entrar cambia el tono de voz—. Hola, cariño, qué tal el día.
—Cómo quieres que vaya, pero mira el cielo, siempre negro, así se amargan hasta los diablos. A ver cuándo hablas con él, que ya es hora, no sé, una cosa es que estemos aquí abajo y otra que no podamos ver el Sol. ¡Si no fuera por nosotros no sabría ni cómo se llama! No me negarás que su enfado es del todo desproporcionado.
—Ya sabes que él y yo no nos hablamos—dice Adán despacio, mientras cuelga el abrigo—. Tendremos que buscar a quien nos haga el favor.
—Pero cómo que no habláis, ¿te crees que soy tonta? Dime, dime, ¿quién se levanta en mitad de la noche y acaba de rodillas en el salón? Lo que pasa es que me sigues echando la culpa a mí, ¡y no fue mi culpa! ¿Me oyes? Fue tu amiguita Lilith.
—No era Lilith, era el otro. Además, esa no es la cuestión, el problema es que tuviste que desobedecerle, ¡lo dejó muy claro!
—Se pasaba el día diciendo frases ambiguas y de pronto dice que no toquemos el puñetero árbol, pues qué quieres que te diga, si dentro de un mundo en el que podemos hacer lo que sea me dicen que no puedo comerme una manzana pues me suena a broma. Si me sale un animal diciendo que coja la dichosa manzana y en principio los animales los creó él, pues yo creo que es un recado, una prueba de valentía o algo así. Y la culpa es suya por permitir que sus enemigos se le cuelen disfrazados en el jardín.
—¿Te habló una serpiente y lo viste normal? Dime, cariño, ¿cuántos jodidos animales hablaban allí arriba?
—¡Pues tú y yo sin ir más lejos! Pero dime, ¿qué le pides por las noches? Oh, señor, yo soy bueno, tu favorito, oh, señor, la culpa fue toda de Eva, que es mala y es débil, por favor, señor, déjala aquí sufriendo y devuélvenos a los niños y a mí al cielo, ¡al fin y al cabo aún me quedan más costillas!
—Cállate de una maldita vez, ¿me oyes? Esto es culpa tuya. Antes vivíamos bien, teníamos comida y hasta podíamos ir desnudos. Habría sido un buen lugar para los niños.
Adán se vuelve a poner el abrigo, coge el sombrero y mientras sale por la puerta, Eva le grita:
—¿Ahora te preocupan los niños? ¡Pues podrías empezar haciéndoles caso! —y continua murmurando—: antes le ponía nombre hasta a las piedras que veía diferentes, pero cuando nacieron los niños tuve que ponerles yo el nombre, mientras él estaba ahí, sentado a los pies de la cama, con la mirada perdida. Ojalá hubiera salido él de mi pecho, sin duda las cosas hubieran sido distintas.

—¡Qué no!
—¡Te digo que sí!
—¡Retíralo!
—¡Quita, me haces daño!
—¡Niños! ¿Se puede saber qué pasa?
—Abel dice que es su favorito.
—¿De quién?
Caín señala a las nubes sin llegar a estirar del todo el dedo ni el brazo.
—Pero cómo va a ser ninguno su favorito, no digáis tonterías. Él nunca sería tan cruel de preferir a uno antes que al otro.
—¡Que sí, que me lo ha dicho!
—¡Que no!
Y Eva entra en casa dejándoles pelear. Solo hay que esperar a que crezcan, entonces se tratarán bien, como buenos hermanos.

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