lunes, 26 de junio de 2017

Último giro

Está de puntillas y eso de alguna forma es hacer trampa, así que da un par de pasos atrás y planta las suelas de los pies contra los azulejos. Mete también los brazos para tener dentro cuanta más cantidad de piel. Entonces gira la cabeza y mira el jardín; el Sol ya ha pasado la esquina de la casa y su marca solo se ve en la copa de los setos más altos. Ahora, sin sol, ya no podrá secarse tumbado, así que haber sacado un libro es una tontería, se secará enrollado en la toalla y después entrará en casa a sentir eso que se siente cuando te quitas el bañador, y se duchará. Da un par de pasos más y se detiene con el agua a la altura de la parte inicial de la tripa, sin duda la peor parte, así que se detiene con el falso deseo de que el cuerpo se acostumbre al frío, frío que no es frío excepto en la tripa, a la que cualquier temperatura daña. Se mira los brazos, le hace gracia sacarlos y meterlos como si atravesar la superficie del agua fuese como atravesar un haz de luz, aunque la luz no es tan suave. Entonces siente una especie de agobio, piensa de qué puede tratarse y se da cuenta de que se trata de todo un poco, se trata del día improductivo, sí, pero éste abre la puerta a todo lo demás, a los últimos tiempos donde al final ha dejado de poder ir solucionando los problemas y ahora todo es un torrente de cosas invisibles que atacan como ahora, o como cuando no quiere levantarse de la cama porque ahí fuera todo es demasiado grande, o como cuando suspira ante lo inevitable y tiene que recurrir a la imaginación para crear fantasmas y poder matarlos. Piensa en soluciones, en soluciones a días como éste, pero entonces siente el agobio de conocerse y saber que su saliva es humo. Necesita distraerse. Las palomas son nuevas, antes no había palomas aquí, como son nuevas nada les ataca y se las ve muy gordas, tanto que les cuesta volar, alguien le dijo que comían unos frutos rojos y entonces, lo que le recuerda a que ha decidido bañarse antes de entrar a la ducha, pero entonces él está sucio, y pensar en que está lleno de escamas asquerosas que se desprenden de su cuerpo y se disuelven en el agua para luego convivir con quien entrará en la piscina más limpio, como una persona normal, le agobia también. Necesita distraerse y no hay insectos ahogándose cerca, necesita distraerse y los vecinos están callados. Silva las últimas notas que le vienen a la cabeza, no recuerda si la canción a la que pertenecen la escuchaba él o la escuchaba su hermano, pero son notas tranquilas, una melodía bonita, ha aprendido mucho sobre música en los últimos días, ahora ve a los compositores como verdaderos genios o artistas, recuerda una escuela para compositores sobre la que leyó hace algún tiempo, pero esos pensamientos mejor desecharlos, porque últimamente no ha dejado de oír que lo que no haces de niño ya nunca lo harás del todo bien, y eso le veta tantos caminos, le veta todos menos uno, y ese tampoco es un gran camino. Ahora va viendo cómo todos sus pensamientos acaban por tornar el mismo camino, uno bastante peligroso al que no quiere asomarse porque no entiende por qué está ahí, porque él está bien, es un chico joven que disfruta de las cosas de las que disfruta la gente. Vuelve a silbar las notas, siente que aunque la buscase no vendría otra canción a su cabeza. Vuelve a silbar y entonces se imagina a un vecino tras el seto, sentado, leyendo, harto ya de la misma tonada, y en ese momento deja de silbar. Cuenta hasta dos y se detiene de golpe, divertido por lo que casi acaba de hacer: hace ya tiempo, para enfrentarse a las cosas inmediatas y a las que no nos atrevemos, desarrolló el sistema de contar hasta tres, es decir, en cuanto termina de contar debe hacer aquello que se había propuesto, dando igual todo lo demás, y como es una regla que ha cumplido siempre, tiene miedo de contar hasta tres cuando no deba, porque entonces se tendría que lanzar inmediatamente a hacer algo que igual tan solo se le había ocurrido inconscientemente y en verdad no quiere hacerlo, o es imposible o, lo más probable, es una locura. Pero, ¿qué es lo que ha estado a punto de hacer ahora? Sencillo: sumergirse en el agua. Entonces lo piensa con detenimiento; puede bucear, dejar de acostumbrarse a la temperatura del agua y generar su propio calor en el corazón de la piscina, pero bucear no es tan sencillo como sumergirse, debe hacer largos buceando, como han hecho siempre su hermano y él, sorprendiendo a la gente en las piscinas comunitarias al realizar dos largos seguidos o como aquella vez en que grabaron a su hermano cuando logró hacer tres. Desde el verano pasado no hace largos, no se ha bañado en una piscina siquiera, así que está desentrenado. Piensa cuántos hacer y se da cuenta de que el reto empieza a los tres largos, pero igual no lo consigue, se le da bien prever sus derrotas, así que ha de concederse un deseo si lo logra, aunque esto también tiene su lado negativo, ya que si no lo consigue no se cumplirá aquello que pida. Lo piensa y de pronto le asalta una revelación, si lo consigue no ganará una apuesta, tan solo se sentirá bien, si consigue hacer los tres largos buceando se sentirá bien. Se mentaliza y se zambulle; todo pasa muy deprisa, parece no decidir nada, como si todo se hiciese por inercia. Se da impulso con la pared y nada rozando el suelo, con los brazos pegados al cuerpo e impulsándose con un movimiento de hombros. Es la forma de nadar de su hermano y ahora a él le está saliendo de forma natural, le impresiona que funcione mejor que la brazada a la que está acostumbrado. Sin embargo el primer problema aparece al terminar el primer largo, ya que tarda demasiado en lograr darse la vuelta e impulsarse con los pies en la nueva pared. Además, en el transcurso del segundo largo, siente un dolor en la planta del pie derecho y se da cuenta de que se le ha agarrotado. No puede siquiera permitirse pensar en él, pero probablemente el pie esté doblado, con el músculo completamente tenso, sin poder volver a estirarse, y así, sin un pie, termina el segundo largo y se tiene que impulsar en la pared con una sola pierna. Al fin ha llegado al tercer largo, está claro que lo va a logar, aunque tuviera que agarrarse con las uñas al suelo azulejo por azulejo, pero se le hace muy difícil porque le duele impulsarse con la pierna herida, lo que hace que no se pueda impulsar con ninguna, y eso lo desbarata todo, porque esa forma de bucear, aunque aparente ser solo un movimiento de hombros, es una sincronización de todo el cuerpo como si fuesen olas que recorren la espalda de un brazo al otro, y donde la ayuda de las piernas es vital, así que de pronto tiene que avanzar moviendo los brazos, como si apartase el agua que se encontrase delante de él, y es un avance eficaz pero lento, cada brazada le hace avanzar, pero le hace avanzar una distancia determinada después de la cual se queda quieto y necesita de un nuevo impulso. Ya ha llegado, casi, casi lo ha logrado, se encuentra en la parte honda de la piscina y piensa si impulsarse con el pie bueno desde el suelo para recorrer la distancia que le queda en diagonal y alcanzar la pared casi en el mismo momento en que saque la cabeza para respirar, y de hecho, no aguantando más la respiración, se impulsa. Sin embargo, terminado el tercer largo, aterriza a mitad de la pared, solo tiene que estirar la espalda para tomar aire, para haber ganado, pero él no piensa, no piensa en lo que hace, ni piensa en el dolor del pie, de hecho lleva mucho tiempo sin pensar de veras, así que se da la vuelta y desde la pared se impulsa hasta el fondo. Solo con el impulso llega a la mitad de la piscina, y entonces avanza de una forma extraña, como convulsionándose, utilizando de todas las técnicas posibles, brazos y cuerpo, y así toma aire apoyándose en la pared que da fin al cuarto largo. Le parece oler a regaliz, el pecho se le mueve agitado, el pie chilla mientras hace movimientos para desentumecerlo. Siente frío en el pecho, no tiene muy claro qué significa el cuarto largo, pero decide salir ya de la piscina y envolverse enseguida en una toalla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario