Le perseguía un demonio. Él no
sabía lo que el demonio quería, pero sí sabía que era malo. A sus espaldas,
mientras corría, oía al demonio acercarse. Me pidió ayuda en la distancia y yo
le dije que se acercase a mi hoguera. Una vez allí le dije que continuase, pero
que ya no hacía falta que corriese, que yo hablaría con el demonio. Cuando el
demonio llegó le invité a sentarse frente a mí, junto al fuego, y él obedeció
sonriendo, previendo algún tipo de truco. Le invité a comer y hablamos largo
rato, pero llegado el momento me interrumpió para decirme que todo aquello era
en balde, que por mucho que le retuviese lograría alcanzar a mi amigo y se
introduciría dentro de él. Yo le contesté que estaba equivocado, que no quería
distraerle, sino ofrecerle que se introdujera dentro de mí dejando en paz a mi
amigo. El demonio dudó y después se introdujo en mí, yo lo asimilé como un
órgano más y mi amigo, desde lejos, debió pensar que yo era un héroe, un
sacrificado, que daba mi vida por salvar la suya sin pedir nada a cambio. Lo
que mi amigo no sabe es que algunas noches me levanto, apago el fuego que arde
delante de mí, reflejándose en mis ojos, y salgo a correr por las laderas,
susurrándole a la gente, haciéndoles correr, prometiéndoles, sin decirles nada,
que si se detienen están perdidos.
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