domingo, 13 de junio de 2021

Sobre el asfalto

 

El camionero ha colgado el teléfono y ahora fuma un cigarrillo con una mano en el bolsillo y el cuerpo apoyado contra la cabina, junto a la rueda. Le han preguntado que en qué kilómetro estaba, no lo sabía y tenía que consultarlo en el gps del teléfono, pero para eso debía colgar la llamada, así que lo ha hecho y cuando ha vuelto a llamar le ha contestado otra teloperadora distinta, de manera que no está seguro de si dentro de un rato llegarán dos unidades en lugar de una.

Una mujer, unos metros más allá del camión, se ha sentado bajo un árbol mientras se abanica con un trozo de publicidad que le habían dejado en el limpiaparabrisas. La publicidad se la pusieron en la calle Vallesverdes, en Madrid, un tipo negro de origen colombiano que trabaja poniendo publicidad en los limpiaparabrisas de los coches aparcados por todo el barrio, a veces trabaja también metiendo publicidad en los buzones. En este caso la publicidad era de ventanas, una oferta para cambiar todos los cristales de tu casa por un precio muy razonable a pagar a plazos. La mujer se abanica pensando en el calor y en los problemas que le podrá acarrear el incidente cuyos retazos puede observar frente a ella. Uno de los principales problemas es que no llegará a Valencia hasta la tarde cuando pensaba comer allí y dar así por inaugurado el verano.

En frente de la señora que se abanica camina de mala manera otra señora aún mareada por el golpe. Tiene la vista fija en el suelo y va recogiendo los pedazos del coche de su marido que juzga suficientemente grandes. No se ha planteado por qué los está recogiendo, el coche no tiene arreglo, quizá para limpiar la carretera y no molestar a los demás con su tragedia. No importa que le hayan embestido por detrás, se encuentre mareada y le duela el cuello, si tuviese una escoba se pondría a barrer todos los trozos de cristal desperdigados por el asfalto.

El marido de la señora que recoge su coche a cachos sigue sentado en el asiento del conductor. Hace un rato la señora del otro coche le preguntó si se encontraba bien y él contestó que sí (entonces ella sintió que había hecho todo lo que tenía que hacer antes de buscar en su guantera los papeles del coche, coger el papel de la publicidad de los cristales e ir a sentarse bajo el árbol), sin embargo después le ha venido una especia de mareo, ha cerrado los ojos y ha apoyado la frente en el volante. Sin que se de cuenta pierde el conocimiento por un momento y la frente le resbala hasta tocar el claxon, pero éste se ha estropeado con el golpe y no suena. No sabe que tiene una conmoción y que se morirá al cabo de doce horas sin haber pasado por el hospital.

Los primeros coches del atasco ya formado deciden que han hecho una espera prudencial para no parecer egoístas y pitan al camionero que se había detenido a ayudar (otros tres coches habían pasado antes sin apreciar que nadie pudiese necesitar ayuda) y éste tiene que acabar marchándose por el sembrado de trozos de luna, haciendo que la señora del coche siniestrado se sienta bien por haber quitado los trozos del parachoques que sin duda obstaculizarían. El camionero se despide de ella con la mano, de su marido no se despide porque le cree dormido. Al lugar llegarán efectivamente dos coches de policía y dos ambulancias, coincidiendo los paramédicos en que el hombre no necesita pasar por el hospital y los policías en que sin duda aquel kilómetro es terrible, lleno de accidentes, y se debería reducir la velocidad.

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