miércoles, 9 de enero de 2013

Este fue un regalo de hace varios meses.



Y resultó que, hace muchos años, surgió de repente un simpático reino con bufón, castillo, rey y hasta princesa. La princesa desde muy niña no dejaba de sonreír y llenar de luz cada habitación por la que pasaba. Se le buscaron mil nombres pero cada uno de ellos se evaporaba por su propia simplicidad, al final, el mago que deambulaba por todos los cuentos buscando las respuestas a todo decidió que su nombre debía ser el viento transportando los murmullos que dejaba a su paso.

Pero por desgracia tanta cosa buena y felicidad atrajo a innumerables seres desagradables y malvados. Entre ellos se hizo destacar un dragón, que además tenía renombre entre los dragones. Este dio un ultimátum, o le entregaban a la princesa o acabaría con todos los habitantes del reino, incluida ella misma. El rey quedó paralizado del susto, el primer ministro se tiró por la ventana y los gloriosos caballeros se desnudaron, vistieron a sus escuderos con sus armaduras y salieron corriendo del reino. La princesa ante lo absurdo de la situación decidió entregarse, eso si, sin perder la sonrisa ni las ropas que llevaba, siempre iba perfecta.
Un príncipe llegó desesperado buscando un cuento donde poder meterse y pensó que esta era la suya. Cogió una gran espada, se vistió con sus mejores galas, siempre hay que ir guapo a rescatar princesas, y se dirigió a la guarida del dragón que casualmente había encontrado la cueva perfecta para sus fechorías.

La situación era la siguiente, el dragón estaba tumbado mirando al príncipe que temblaba espada en mano y la princesa, metida en una jaula que colgaba encima del dragón, suspiraba aburrida. Tras respirar pacientemente y tomarse su tiempo, el héroe en cuestión comenzó su ataque pero cada golpe rebotaba contra las duras escamas del dragón y este le derribaba con un dedo para reírse de él. La princesa harta de todo gritó que le tirase la espada a ella y cuando la cogió cortó de un tajo la cadena de la jaula que calló estrepitosamente sobre la cabeza del dragón. Al salir, la princesa se sacudió el vestido, estampó la espada contra el pecho del caballero que la miraba incrédulo y volvió a casa tarareando una canción

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