Él
me mira, quiere comerme, lo desea. No expresa sentimiento alguno pero yo lo sé.
Estoy sentado en la cama y él frente a mí, a unos cinco metros. La criatura, sí,
eso, la criatura, así se llamará, me tiene asustado. De vez en cuando mueve la
cola o produce algún sonido extraño con la boca, a veces demasiado alto.
Pero por lo general está inmóvil.
Tiene
dos grandes orejas que le cubren parte del rostro, pero sus ojos, sí, eso, son sus ojos, me tienen confundido, son ellos los que me quieren comer. La
nariz de la criatura es negra y de ella procede su rítmico sonido de
respiración, y más abajo están sus inmensos colmillos, sus poderosas armas de
destrucción, pero que no son nada sin las órdenes de los ojos. Está sobre cuatro
patas, por raro que parezca, de la misma altura.
Suena
un chasquido, creo que ha empezado su ataque, pero la criatura mueve la cabeza
hacia un lado, yo también, y me doy cuenta de que procede de la ventana. Al
otro lado hay un felino con bigote manchado de amarillo que me mira también, ¿me
querrá comer? De un salto desaparece. Cruzo una extraña mirada con él. No
pasará nada por un sueño corto, me tumbo. Al día siguiente amanezco muerto.
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