martes, 8 de enero de 2013

Relato Erótico

Este es un relato que escribí en verano del que me siento orgulloso.



Ocurrió cuando yo tenía quince años, no sabía nada de la vida y menos aún del sexo. Es verdad que a mi edad se pueden encontrar madres y hombres de la casa en otras culturas pero no me culpen, soy iluso por naturaleza. No se vayan a creer algo que no es, yo si que me había masturbado y había compartido mis labios con algunas chicas, pero ahí terminaba mi currículum.
Trabajaba para la señora Moi, aunque el que pagaba era el señor Moi. Mi trabajo consistía en acompañarla a todos lados, llevarle las bolsas o cualquier peso que no fuese su pequeño bolso, hacerle recados y, de alguna manera protegerla. Yo vestía como un criado del siglo XVIII o XIX, muy extravagante todo, pero ya me había acostumbrado y por el precio que me pagaban llevaría hasta una faldita rosa.
Ocurrió hace diez años.
No me acuerdo del mes ni el día pero la escena la recuerdo como si acabara de suceder hace apenas unos minutos, cada olor, cada pensamiento y cada detalle.
Había llegado de Comprar con Susan Moi a su inmenso piso del centro, su marido creo que no estaba en la ciudad o el país. Ella quiso echarse una siesta. Se cerraron las puertas de castaño de su habitación y yo me quedé en la sala de al lado. Se me relajaron los hombros, me quité un par de brillantes gotas de sudor de la frente y me senté aburrido en una mesa de una sola silla a ojear vagamente una revista. No se cuanto tiempo habría transcurrido, seguramente unos veinte minutos, pero que pesados veinte minutos, cuando lo oí. Era como un grito al que le faltaba energía pronunciando una “a”, como... un gemido. Nada más oírlo me puse de pie de un salto instintivamente, volví a oírlo dos, tres veces y cada una con un mayor grado de intensidad que el anterior. Al final reuní las fuerzas suficientes para acercarme a la puerta lentamente, llamar dos veces de manera suave con los nudillos, aclarar un poco la garganta y preguntar con un hilo de voz -¿Señora Moi?-Tragué saliva-¿Está usted bien?
-Si cariño- Me respondió una dulce voz- Hazme un favor ¿Quieres? Tráeme la cajita plateada de mi baño y un vaso de agua fría.-
Volví a llamar esta vez equipado con lo que me había pedido para oír un “adelante”, volví a tragar saliva.
Ella estaba tumbada de lado en la cama, mirándome, vestía con un albornoz blanco y su mano derecha hacía girar el cinturón del mismo, en un movimiento distraído.
-Acércate- lo hice- vamos, no muerdo.-
Su sonrisa era preciosa, no era total, solo media y me encantaba.
-¿Cómo te llamas?- Aunque en mi cabeza resonó mi nombre con total musicalidad, salió de mi boca a tropezones. Ella rió y dijo “me gusta”. Más tarde me indignaría pensar que después del tiempo que había trabajado para ella, no lo supiese.
-Anda, bebe un poco de agua- me fijé en que todavía tenía el vaso en una mano y la caja en la otra. Bebí y deposité ambas cosas en la mesita de cama después de que me hiciese un gesto con la cabeza.
-Ven, siéntate- Se incorporó un poco y golpeó dos veces con la mano un lado cercano a la almohada mientras ella estaba a los pies. Al sentarme me fascinaron sus ojos, no se si sería por como me miraba o porque esta vez no estaba vestida con caros vestidos sino con una simple bata.
-Dime ¿Eres virgen?-
-¡No!- El que la palabra se me escapase cual bala de los labios me delató y la hizo sonreír. Y mientras sonreía y sin apartar su mirada de mí, sus manos fueron lentamente hasta el nudo de su albornoz y lentamente lo deshizo. Cuando terminó, apartó las manos y se abrió solo y mis ojos degustaron la mayor de las maravillas. Sus pechos eran redondos, perfectos. Grandes y sin llegar a serlo demasiado, se mantenían firmes y sin asomo de decadencia, sus pezones no eran pequeños, eran algo oscuros y parecían tener muy buen sabor. El albornoz no dejaba ver del ombligo para abajo pero aún así algo se hizo fuerte en mi pantalón, y ella lo notó. Se agachó y con manos hábiles que sabían lo que hacían desabrochó mis pantalones rojos de criado y dejó al descubierto mi miembro erguido, con la punta algo brillante, sonrosado y reinando sobre mi vello púbico. Instantáneamente sus manos agarraron mi pene y la solo sensación me encantó, me pareció maravillosa, la calidad de sus manos ahí, pero no paró, las movió de arriba abajo y cuando vio la magia de sus acciones reflejada en mi rostro, se agachó e introdujo mi pene en su boca. El placer era tal que apoyé mi cabeza en la almohada, cerré los ojos y gocé, pero al cabo de un rato paró, yo enfadado por la detención de mi mundo de placer, me recosté sobre un codo y la miré para ver como se terminaba de quitar el albornoz y dejar al descubierto algo que tenía muchísimo más misterio que sus oscuros pechos. Tenía algo de pelo en el pubis, pero era muy poco, como dejado ahí aposta y yo al verla de rodillas frente a mi, con toda la magnitud de se cuerpo desnudo, comprendí que había sido un egoísta al intentar volar yo solo. Pero ella se me adelantó, avanzó de rodillas hasta ponerse encima de mí y su mano cogió mi miembro y con suma delicadeza lo introdujo dentro de ella mientras levantaba la cara hacia el techo, cerraba los ojos y exhalaba un suspiro. La sensación era agradable, sobretodo al sentir lo húmeda que estaba, pero prefería lo de la boca, hasta que empezó a moverse. Se movía de arriaba abajo y de alante a atrás mientras emitía unos gemidos que, con los labios apretados, parecían ser para ella y no para el resto del mundo. Sus ojos estaban cerrados pero los míos no podían dejar de mirar sus pechos y en especial, sus pezones que se movían constantemente y parecían hacerlo a cámara lenta. Las sensaciones que estaba sintiendo eran, para mi, nuevas y explosivas. Sentía una especie de presión en el pene, pero no me molestaba en absoluto, solo quería que no parase. No se como mis manos acabaron en sus piernas, cerca se su culo, al que quería llegar y, como no, ella debió adivinarlo porque, todavía con los ojos cerrados, sonrió y guió mis manos hasta su redondo culo de piel suave, en el que podía seguir los movimientos de aquella valkiria que cabalgaba sobre mi. Pero aquello no podía durar, quería sentir sus senos en contacto con mi piel y aunque estábamos follando me daba vergüenza apartar mis manos de sus imparables nalgas para coger sus tetas, así que lo que hice fue poner mis manos en su espalda y atraerla hacia mí con lo que se inclinó, abrió los ojos y me mordió una oreja. Entonces ocurrió algo nuevo, decidí tomar yo el control. Agarré su espalda con más fuerza y giré de manera que acabé por estar encima, todavía dentro de ella y con cada mano a un lado de su cabeza mientras que ella tenía los brazos en forma de “L” hacia arriba dando una sensación de sumisión total.
-Pensaba que no mordías- Dije y ella movió rápidamente el cuello hacia delante para darme un brevísimo beso en los labios y volver rápidamente a su posición inicial con una sonrisa angelical de pura inocencia. En todas las veces que estuve con ella me ha dado besos y dejado saliva en todas partes de mi cuerpo pero aquel fue el único beso que me ha dado en la boca.
Lamentablemente no me dejó liberarme dentro de ella pero eso no le resta resplandor a aquella velada.
Cuando terminamos, cogió la cajita de metal plateada y de ahí sacó un cigarrillo blanco que fumó mientras se ponía el albornoz sobre los hombros aunque sin tapar nada esencial de su divina figura, yo por mi parte me senté abatido y pensé que nunca la había visto fumar.
Nos vimos más veces, desnudos quiero decir, y cada vez se mostró como una maestra con ímpetu en que yo aprendiera y yo desarrollé mis técnicas e incluso hice cosas que llegaron a impresionarla y gustarla de veras.
En cierta ocasión le conté lo de que estaría dispuesto a ponerme una falda rosa, ella se lo tomó en serio y me consiguió una. Me hizo bailar con ella y después de reír a gusto, me folló sin compasión.

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