domingo, 26 de febrero de 2017

Escena venida de una canción

Solo dos escenas diferenciaban el Valle de cualquier otro día: la primera era la de una mujer asomada al balcón de una alta torre con la falda moviéndose furiosa por el viento, como pidiendo volar; la otra era la de un caballo y su jinete, recorriendo la llanura verde a galope. La mujer tenía escondidas bajo la cama las sábanas anudadas para poder fugarse, y el destino del jinete, que visto de cerca no era más que un muchacho apenas adolescente, era el mismo, liberarla, y ya manifestó sus intenciones cuando sin cesar el galope acabó con la guardia que se le acercó a pedir que se identificase. El muchacho se fue enfrentando a todos los soldados que se le interpusieron, primero en el pueblo, donde su caballo, que ya echaba espuma por la boca, no dejó de torcer tomando nuevas calles a fin de evitar más enfrentamientos. Al final atravesó las murallas, donde su caballo cayó y siguió a pie hasta las puertas del palacio, donde murió abatido por los arcabuceros que disparaban desde las ventanas. La mujer, que oyó un estruendo, pensó que aquel sería un buen momento. Se acercó a uno de los dos soldados que había en su alcoba, le apartó la barba y lo degolló con un abrecartas, acto seguido se dirigió al otro, que la miraba pálido, e hizo lo propio. Cuando abrió la puerta se topó con un soldado y su armadura, tan completa y dura que no tenía nada que hacer. Ella había tomado de uno de los dos soldados su espada y su escudo, y con ellos luchó contra el soldado, contra el que no pudo hacer nada hasta que el empuje falló y entonces empezó a avanzar él. El soldado golpeaba el escudo de ella, que no dejaba de retroceder recorriendo sus aposentos, hasta que dio el golpe fatídico que no recibió nadie porque ella se había apartado y cuya inercia le hizo caer por el balcón donde la falda había susurrado sus mejores intenciones. Ella entonces salió de nuevo, para ver cómo ya recorrían los soldados la mitad de las escaleras, y es entonces cuando usó las sábanas anudadas, ellos subían corriendo y flotando ella bajaba. En el vestíbulo no quedaba nadie, nadie tampoco en la entrada, solo su contrincante caído por el balcón y un muchacho joven con los ojos cerrados y el pecho agujereado.

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