Solo dos escenas diferenciaban el Valle de cualquier otro
día: la primera era la de una mujer asomada al balcón de una alta torre con la
falda moviéndose furiosa por el viento, como pidiendo volar; la otra era la de
un caballo y su jinete, recorriendo la llanura verde a galope. La mujer tenía
escondidas bajo la cama las sábanas anudadas para poder fugarse, y el destino
del jinete, que visto de cerca no era más que un muchacho apenas adolescente,
era el mismo, liberarla, y ya manifestó sus intenciones cuando sin cesar el
galope acabó con la guardia que se le acercó a pedir que se identificase. El
muchacho se fue enfrentando a todos los soldados que se le interpusieron,
primero en el pueblo, donde su caballo, que ya echaba espuma por la boca, no
dejó de torcer tomando nuevas calles a fin de evitar más enfrentamientos. Al
final atravesó las murallas, donde su caballo cayó y siguió a pie hasta las
puertas del palacio, donde murió abatido por los arcabuceros que disparaban
desde las ventanas. La mujer, que oyó un estruendo, pensó que aquel sería un
buen momento. Se acercó a uno de los dos soldados que había en su alcoba, le
apartó la barba y lo degolló con un abrecartas, acto seguido se dirigió al
otro, que la miraba pálido, e hizo lo propio. Cuando abrió la puerta se topó con
un soldado y su armadura, tan completa y dura que no tenía nada que hacer. Ella
había tomado de uno de los dos soldados su espada y su escudo, y con ellos
luchó contra el soldado, contra el que no pudo hacer nada hasta que el empuje
falló y entonces empezó a avanzar él. El soldado golpeaba el escudo de ella,
que no dejaba de retroceder recorriendo sus aposentos, hasta que dio el golpe
fatídico que no recibió nadie porque ella se había apartado y cuya inercia le
hizo caer por el balcón donde la falda había susurrado sus mejores intenciones.
Ella entonces salió de nuevo, para ver cómo ya recorrían los soldados la mitad
de las escaleras, y es entonces cuando usó las sábanas anudadas, ellos subían
corriendo y flotando ella bajaba. En el vestíbulo no quedaba nadie, nadie tampoco
en la entrada, solo su contrincante caído por el balcón y un muchacho joven con
los ojos cerrados y el pecho agujereado.
Muy, muy, muy feliz cumpleaños.
ResponderEliminarEs muy bonito
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