martes, 2 de mayo de 2017

El lobo

Y con éste termina la colección de "los cuatro cuentos que te cuento".


Supe de un perro llamado Aquiles que le desgarró la garganta a otro llamado Héctor, y de uno llamado Weasley que se peleó con uno llamado Draco. Y es que los perros parten de la imaginación del hombre.
Por una razón desconocida, en la feria ganadera de Copablanda, el hijo de un pastor, que debía traer un perro para pastorear a las ovejas, compró un lobo. Era aún un cachorro y sus dueños no sabían qué metían en casa, aunque el gato doméstico sí pareció darse cuenta con su repentina desaparición. Al poco tiempo, ese mismo hijo se trasladó a la ciudad para continuar sus estudios, y como el lobo no parecía llevarse bien con la granja, le dejaron llevarlo con él. Allí, en la ciudad, el lobo se hizo hombre, digo perro, digo adulto, y sus increíbles estallidos de violencia fueron aplacados con golpes en el hocico, venidos de la enseñanza de los perros. El lobo se sentía ciertamente fuera de lugar. Era curioso ver a los demás canes cuando el hijo del pastor le sacaba a pasear, grande y de pasos lentos, perros y mendigos parecían ofrecerle pleitesía. Por las noches, el incondicional coro de ladridos era acallado por un único aullido, venido, sin duda, de la televisión. Sin embargo no atacaba, miraba como si lo fuese a hacer en cualquier momento, pero no atacaba. Si le pedías la patita cobraba mayor seriedad si cabe y la patita acababas por dársela tú.
El hijo del pastor volvió a casa para enterrar sus estudios y los pájaros echaron a volar cuando el animal descendió del coche. El pastor, que se había tornado duro con el hijo y su mascota, puso al lobo a pastorear a las ovejas. Desaparecieron los zorros, pero las ovejas siguieron muriendo por motivos inexplicables. Recordando las aceras, en una ocasión, el hijo del pastor salió a pasear al bosque cercano, llevándose a su compañero con él, a pesar de las advertencias del padre de que aquella era época de lobos. Y efectivamente, al llegar a la cumbre perlada, les rodearon los gruñidos. Cinco bocas enseñaron los dientes y, sobre el peñón, el lobo blanco se irguió aullando. El chico empezó a temblar, y el lobo hizo lo único que podía hacer, empezó a ladrar.

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