Y con éste termina la colección de "los cuatro cuentos que te cuento".
Supe de un perro llamado Aquiles que le desgarró la garganta a otro llamado Héctor, y de uno llamado Weasley que se peleó con uno llamado Draco. Y es que los perros parten de la imaginación del hombre.
Supe de un perro llamado Aquiles que le desgarró la garganta a otro llamado Héctor, y de uno llamado Weasley que se peleó con uno llamado Draco. Y es que los perros parten de la imaginación del hombre.
Por una razón desconocida,
en la feria ganadera de Copablanda, el hijo de un pastor, que debía traer un
perro para pastorear a las ovejas, compró un lobo. Era aún un cachorro y sus
dueños no sabían qué metían en casa, aunque el gato doméstico sí pareció darse
cuenta con su repentina desaparición. Al poco tiempo, ese mismo hijo se
trasladó a la ciudad para continuar sus estudios, y como el lobo no parecía
llevarse bien con la granja, le dejaron llevarlo con él. Allí, en la ciudad, el
lobo se hizo hombre, digo perro, digo adulto, y sus increíbles estallidos de
violencia fueron aplacados con golpes en el hocico, venidos de la enseñanza de
los perros. El lobo se sentía ciertamente fuera de lugar. Era curioso ver a los
demás canes cuando el hijo del pastor le sacaba a pasear, grande y de pasos
lentos, perros y mendigos parecían ofrecerle pleitesía. Por las noches, el
incondicional coro de ladridos era acallado por un único aullido, venido, sin
duda, de la televisión. Sin embargo no atacaba, miraba como si lo fuese a hacer
en cualquier momento, pero no atacaba. Si le pedías la patita cobraba mayor
seriedad si cabe y la patita acababas por dársela tú.
El hijo del pastor
volvió a casa para enterrar sus estudios y los pájaros echaron a volar cuando
el animal descendió del coche. El pastor, que se había tornado duro con el hijo
y su mascota, puso al lobo a pastorear a las ovejas. Desaparecieron los zorros,
pero las ovejas siguieron muriendo por motivos inexplicables. Recordando las
aceras, en una ocasión, el hijo del pastor salió a pasear al bosque cercano,
llevándose a su compañero con él, a pesar de las advertencias del padre de que
aquella era época de lobos. Y efectivamente, al llegar a la cumbre perlada, les
rodearon los gruñidos. Cinco bocas enseñaron los dientes y, sobre el peñón, el
lobo blanco se irguió aullando. El chico empezó a temblar, y el lobo hizo lo
único que podía hacer, empezó a ladrar.
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