La
puerta se abría sin hacer ruido, pero la pequeña la oyó y corrió por todo el
pasillo hasta llegar a su madre, que entraba.
—¡Mira
mamá, estoy borracha!
—¡Pero
Lena, cómo se te ocurre! Uy, sí es verdad que estás bebida. ¡Ven aquí granuja!
Mi madre me enseñó un truco muy sencillo para quitarse la borrachera de encima.
—¡Para
mamá, que me haces cosquillas! ¡No estoy borracha, no estoy borracha! —y a Lena
se le saltaban las lágrimas de la risa.
—Anda
y corre con tus hermanos, y que no me entere yo de que vuelves a beber.
La
pequeña salió corriendo y la madre suspiró, notablemente alto, al entrar en la
cocina y ver la mesa llena de trastos, trastos que pertenecían al padre, que
bordaba en un bastidor.
—Buenas
tardes, cariño —dijo él sin levantar la mirada pero con uno de esos reojos que
parecen demostrar que no se levanta la mirada porque lo que se mira es aún más
importante.
—Hola.
¿Cambiaste el pantalón?
—No,
he decidido quedármelo.
—Se
te pasó el plazo, ¿no?
Y
entonces él ya sí levantó la vista:
—Coincidieron
que se acabara el plazo con que decidiese que me gustaba así.
—Bueno,
tú verás. Por cierto, los niños vieron a Katy muerta.
—¿Y
quién es Katy? No me suena.
—Katy
es la gata de los vecinos. Era.
—¿Y
están muy disgustados?
—Justo
es eso, que no lo están.
—Somos
terribles.
—No,
idiota, me refiero a que no entienden qué es la muerte. Me preguntaba si podrías
hablarles tú del tema.
—Claro.
—¿En
serio?
—Sí,
pero no ahora.
—¿Esperamos
a que se les muera un amigo, pues?
—Te
pediría que no pusieses ese tono porque tengo una idea.
—Uno,
dos y tres —dijo mientras les tocaba con el dedo en la tripa a cada uno.
—¿Solo
eso?
—Sí,
así de fácil.
—¿Entonces
Katy consiguió las piedras? —Lena, con la sábana a la altura de la barbilla, no
se sabía si no se llegaba a creer la historia o si le asustaba un poco.
—¿Katy
tenía alma?
—Sí.
—Entonces
debió conseguir las piedras, ¿no crees? —y con el dedo con el que le acababa de
tocar la tripa hablándole de la muerte, ahora le tocó la nariz.
—¿Cuántas
piedras doradas necesita el alma de un gato para que el Guardián de la Noche le
deje pasar?
—Ah,
yo eso no lo sé, yo nunca me he muerto.
—¿Y
por qué conoces esta historia entonces?
—Porque
yo estudié para muerto, pero luego dije “¡alto, yo no me puedo morir sin ser
primero el padre de tres granujillas!”. Pero anda, ahora a dormir, si no os
incordiáis entre vosotros mañana os contaré la historia del alma de vuestra tía
abuela María, que a veces viene por aquí y me pregunta muy seriamente si os
educo bien.
El
padre fue hasta la puerta, apagó la luz, salió, cerró la puerta y esperó unos
segundos un poco tenso por ver si todo se derrumbaba.
—Lo
has hecho muy bien —y sintió que una mano cariñosa se le apoyaba en el brazo.
—Antes,
un comentario así hubiera venido aderezado con un beso en la mejilla.
—Tendrás
que mejorar tus historias para eso.
Su
madre había bordado, y lo había hecho muy bien, y él tenía que haber ido a
aprender justo cuando ella no podía enseñarle nada. Vaya forma de estropear un
legado.
—Buenas
tardes cariño, qué tarde llegas hoy.
—Una
reunión. Por cierto, ha llamado la señora Concha, los niños están obsesionados
con la muerte.
—¿Quién
es la señora Concha, otra gata del vecindario?
—La
señora Concha es la maestra de Lena. Me ha llamado en nombre del colegio para
decirme que nuestros queridos hijos están obsesionados con el tema de la muerte
y que han revolucionado sus respectivas clases.
—¿Ves?
Ya te lo decía, llegarán lejos.
—¿Me
quieres escuchar? Tienes que arreglar este embrollo.
—¿Embrollo?
¿Y por qué lo tengo que arreglar yo?
—Pues
porque tú les has llenado la cabeza de espíritus y ahora tenemos tres hijos
protosuicidas encantados con la idea del más allá.
—Bueno,
pues solo tienes que ir y hablarles de que cuando uno se muere su conciencia se
desvanece en la nada y su cuerpo se pudre para dar lugar a millones de nuevos
tipos de vida nacidos de la putrefacción.
—¿Trampas?
—Sí,
querer morirse antes de tiempo.
—¿Y
uno cuándo se tiene que morir?
—Cuando
le toca.
—¿Y
cuándo le toca?
—¡Menos
mal que no lo sé! ¿Os imagináis? Qué aburrida la vida si lo supiéramos.
—Pero
Lena, no le interrumpas. Sigue, papá.
—Pues
eso, el Devorador de Almas. Dos cavidades oscuras por ojos, miles de dientes
afilados como astillas, un hedor frío proveniente de sus entrañas.
—¡Pero
si tiene las piedras doradas!
—¡No!
Hizo trampas y se quitó la vida antes de tiempo. Cuando le enseñe las piedras,
éstas ya no serán doradas, de pronto se verán rojas, y el Devorador de Almas es
ciego y sordo, pero sin embargo se siente repelido por el color dorado… y atraído
por el rojo. Buenas noches, chicos, ale, a dormir.
Cuando
salió del cuarto de los niños reinaba el silencio y se encontró solo en el
pasillo, su mujer no estaba allí.
—Y
mira que las revistas de costura siempre me parecieron lo más aburrido del
mundo, ¿te puedes creer?
—Sí,
sí, claro.
—¿Me
estás escuchando?
—Cariño,
ahora no tengo tiempo, me han llamado del trabajo, me tengo que ir.
—¿A
estas horas?
—Sí,
es una urgencia. Por cierto, tienes que hablar con los niños para que hagan los
deberes, cuéntales un cuento si quieres.
—Cariño.
—¿Qué
pasa?
—Llevo
ya un tiempo con este bordado y no me has dicho nada sobre él.
—Ya
me lo enseñarás. Buenas noches.
—Ni
la espada, ni la flecha, ni la magia. Nada. A aquel dragón solo le hacía efecto
un antiguo hechizo venido de lo más profundo del desierto de Udon’Don. Así que
la doncella y el vagabundo tuvieron que juntar todos sus conocimientos, todo lo
aprendido, que ante ellos fue creciendo como una bola de azul púrpura. Ella
aportó lo que le enseñaron sus maestros; él, lo que le enseñó la vida. Y cuando
le lanzaron la bola, el dragón se deshizo en hilos de fuego que volvieron al
Sol, de donde había salido. Buenas noches.
A ellos dos se les olvida lavarse los
dientes, y Lena aún se resiste a la ducha.
—¡Se
le había empezado a caer la piel! Así que Bartín-Bartón le llevó hasta la Gran
Cascada, donde el agua le limpió y le devolvió la nariz que se le había caído
durante el camino. En agradecimiento, él le cubrió las encías con un mágico ungüento
blanco, azul y rojo que hizo que le volvieran a nacer los dientes. Buenas
noches.
Se dejan la mitad del plato. Sí, hoy también
tengo reunión.
—¿Y
sabéis por qué había vencido la joven Damieris a los tres colosos? Sí, porque
se había comido todo el banquete que le había ofrecido el Rey Sol. Buenas
noches.
Y uno de los niños les enseñó unas
fotografías de un hombre con una erección.
—Y
así es como nacen los niños. Buenas noches.
No le pueden levantar la voz a un profesor.
Buenas
noches.
—¿Hoy
también trabajas?
—Sí,
es este proyecto, que nos tiene a todos hartos en la oficina.
—¿Alguna
idea para la historia de hoy?
—No,
hoy tema libre. O si quieres descansa, estarás cansado.
—No,
tranquila, tengo algo en mente. Una lección de la vida.
—Bien,
genial, yo me voy ya.
—Cariño.
—¿Sí?
—Recuerda
que tienes tres hijos.
—¿Por
qué lo dices?
—Ten
buena noche.
La
puerta se abría sin hacer ruido. La madre sacó el móvil del bolso y dejó éste
sobre una silla junto a la entrada. También se quitó los tacones y pasó de
puntillas a la cocina a por un vaso de agua. Sobre la mesa, terminado, estaba el
bordado de su marido, era el capullo de una rosa roja en el proceso de
florecer. Lo acarició, era bonito. En el pasillo vio que aún había luz bajo la
puerta de la habitación de sus hijos, y al llegar a ella la empujó con los
dedos. Dentro, sobre la cama, estaban tumbados sus tres hijos mirando al padre,
también tumbado, que le daba la espalda a la puerta.
—Y
es así cómo él ya no pudo hacer nada más. Nuestro protagonista se encontraba
delante del espejo que había colocado allí el brujo, y su amada estaba detrás
de él, en algún lugar extraño junto a ese mago. Nuestro protagonista atacó el
espejo con todo lo que tuvo, intentó romperlo, pero sus golpes se le volvían en
contra, hasta que cayó exhausto. Y al otro lado, una risa conocida, no dejaba de
oírse.
—¿Y
así termina?
—Así
termina. Buenas noches, chicos —entonces se giró sobre la cama y la miró a ella—.
Buenas noches para ti también, mi amor.
Buenas noches y lindos sueños.
ResponderEliminarPd:no hay posdatas