Nadie
se movió cuando sonó el timbre, después, al cabo de un rato, justo antes de volver
a llamar, desde fuera se pudieron oír unos pasos débiles, aunque no se sabía si
se debía a la fuerza de la pisada o al calzado. Una señora llegó hasta la
puerta y su mano fue a abrir, pero se detuvo, entonces fue a acercarse a la
mirilla, pero se detuvo de nuevo, apoyó las manos sobre la madera y las empezó
a mover en círculos con los ojos cerrados.
—¿Hola?
Buenos días, soy Violeta, vengo por la entrevista.
Le
habían oído, así que la señora abrió los ojos y abrió la puerta. La abrió
despacio al principio, para poder ver por la rendija que quedaba a la chica joven
que, efectivamente, venía a la entrevista, pero la siguió abriendo despacio
después, aunque ya hubiese quedado a la vista el interior de la casa.
—Sí,
Violeta, claro, pasa.
La
señora se dio la vuelta y enfiló sin más por el pasillo a la cocina. Violeta, que
no sabía qué hacer, frotó a conciencia las deportivas contra el felpudo y entró
cerrando la puerta. La casa, lo que pudo ver, tenía una decoración de esas que son antiguas porque nadie se ha
dedicado nunca a sustituir las cosas que quedaron rotas. Antes de llegar a la
cocina, más allá en el pasillo, vio a un chico joven, adolescente, que salía
del baño en pijama.
—Buenos
días, soy Violeta, puede que acabe siendo la cuidadora de tu hermano.
—Yo
no tengo hermanos —el chico tenía esos ojos que se tienen cuando se está
enfermo o se duerme demasiado.
—El
trabajo sería para él —la señora, al oír la conversación, había vuelto atrás y
ahora se encontraba en el quicio de la puerta, justo al lado de Violeta, y a
ella, pese a ser la señora bastante baja, le molestaba increíblemente su
cercanía.
—¿Él
necesita una cuidadora?
El
chico volvía a entrar en su cuarto, del cual no salió luz mientras estuvo la
puerta abierta, lo que quería decir que dentro las persianas seguían bajadas.
—Pase,
siéntese, ¿le apetece algo, un café?
—Un
vaso de agua, por favor. ¿Qué edad tiene?
—Dieciséis
años.
—¿Pero
tiene algún tipo de, bueno, de problema?
—No,
no exactamente, siéntese, por favor. Tome, el agua.
Ambas
estaban ahora sentadas en una mesa de cocina algo pequeña, casi cara a cara con
un televisor muy pequeño a un lado que estaba colocado en una mesa igual de
alta que la otra pero del mismo ancho que el aparato.
El
cielo es violeta, el aire es violeta, a lo lejos parece haber torres… pero no
las puedo ver, las tapa una niebla, no, no es la niebla, es el cielo que me
envuelve. El aire es violeta y ya no suena el crepitar de las llamas como
sonaba antes, pero, ¿cuándo sonaba? No recuerdo cuándo fue, pensaba que era hace
un rato, pero ahora se me antoja muy lejano. Alguien me llamaba, alguien
gritaba mi nombre, pero no pedía auxilio, esa persona me odiaba. No logro
recordar quién era… Espera, ¿quién eres tú? Detente, no te alejes, si lo haces
te perseguiré hasta que te canses. ¿Qué dices? No logro oírte, espera, ¡espera!
—¿Todo
lo de los papeles es cierto? No tengo forma de comprobarlo, si me dice que lo es
la creeré.
—¿El
currículo? Sí, trabajaba hasta hace dos meses cuidando a dos hermanos a tiempo
completo.
—¿Pero
tiene experiencia con chicos, con adolescentes?
—Hice
prácticas en un instituto y me tocó llevar algunas clases de chicos de su edad,
pero nunca he tratado con ellos en un sentido tan íntimo. ¿Necesita algún
cuidado especial, en el aseo tal vez?
Mientras
Violeta hablaba, el brazo de la señora, como si fuese algo distinto al resto
del cuerpo, como si fuese una serpiente quizás, se había ido alargando hasta alcanzar
el mando a distancia del televisor, lo encendió, bajó el volumen hasta que
apenas se oyó, y empezó a cambiar de canales centrándose solo en los que
hablaban de noticias. Violeta se concentró en pensar que aquello era inherente
a la edad y que nada tenía que ver con la educación.
—No,
no… él se ducha y come bien, algo despacio, puede, pero ahí podría descansar
usted, mientras esté despierto en general.
—¿Despierto,
dice?
—Sí,
sí… Solo tiene que vigilarle el sueño.
Y
Violeta empezó a pensar en la autolesión, la masturbación o la apnea del sueño,
que no tenía muy claro en qué consistía pero que sabía que algo tenía que ver
con dejar de respirar mientras se duerme.
—Ah,
eres tú, me alegro mucho de verte. ¿Has visto? Aquí todo es violeta.
—No,
por favor, no, otra vez no.
—¿Qué
te ocurre? Esto es precioso, ¿por qué lloras?
—¿Por
qué tienes que hacer esto? Déjame en paz, por favor, si me quieres vete.
—No
te entiendo, no sé a dónde quieres que vaya, no entiendo qué ocurre, ¿por qué
lloras?
—¡Quita!
—Intentaba
limpiarte las mejillas. ¿Recuerdas…? Bueno, da igual... ¿Recuerdas cuando…?
—¡Vete!
—¿Pero
qué te ocurre? ¡¿Qué te he hecho?!
—¿Que
qué me has hecho? ¡Mira esto, mira dónde estamos!
—Dónde
estamos… ¿Dónde estamos? Aquí todo es precioso.
—No,
¡No!
—¿Qué
haces? Deja que te abrace.
—¡Quita!
¡Quítate de encima! ¡No!
—¿Entonces
le parece bien?
—Sí,
es perfecto, es el doble de lo que cobraba en el último.
La
anciana asintió un par de veces sin apartar la vista de la pantalla, se había
ido metiendo cada vez más en ella.
—¿Entonces
qué dice que tendría que hacer?
—¿Eh?
Nada, nada. Solo sentarse a su lado, vigilarle, limpiarle la frente si suda
mucho, traerle agua si se lo pide, y despertarle cuando se altere.
—¿Despertarle?
—Señorita,
¿acostumbra a leer el periódico por la mañana? —la mujer se levantó, alcanzó un
ejemplar que había doblado junto a la nevera y se lo acercó—. Página treinta y dos.
La
página treinta y dos incluía dos noticias: la primera era una extensión menor
de un caso de corrupción política por un asunto de un vertido de residuos, la
segunda hablaba de un incendio en un bloque de pisos de la capital. Violeta
esperó a que la señora le mirase y entonces le interrogó levantando las cejas.
—Él
soñó con fuego.
—¿Soñó
que pasaría lo del incendio?
—Soñó
que pasaba.
—¿Está
diciendo que él lo provocó?
—En
uno de esos pisos vivía un antiguo compañero suyo de colegio.
—Siento
oír eso, pero creo que acaba de explicarlo; cuando se enteró de la noticia
debió imaginar que había soñado con fuego y ya toda la historia cobró sentido
en su cabeza. Esas cosas pasan, y no quiere decir que mienta, a veces, sin más,
uno acaba por creerse cosas que no son reales.
La
señora miraba la pantalla con el labio torcido, en ella se veían los restos de
un avión que se había estrellado en la madrugada.
—¿Esa
compañía es española?
—No,
he volado alguna vez con ella, creo que es alemana o al menos centroeuropea.
Y
entonces cambió de canal.
Y
entonces sonó el timbre.
La
señora miró a Violeta y Violeta miró el reloj preguntándose si no sería otra
entrevista.
—Abra
—y su voz salió sin que abriera apenas la boca, como si el sonido se propagase
por el aire muerto de una cueva.
Violeta
fue a abrir, estuvo ausente dos minutos y volvió.
—En
la puerta hay dos agentes, preguntan por su hijo, no les he dejado pasar.
La
silla volcó cuando se levantó, recorrió el pasillo y abrió la puerta de la
habitación de su hijo.
—¿Qué
has hecho?
En
el cuarto solo brillaban las mejillas húmedas.
—Lo
siento, mamá, de verdad que lo siento.
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