domingo, 7 de enero de 2018

Onironauta

Nadie se movió cuando sonó el timbre, después, al cabo de un rato, justo antes de volver a llamar, desde fuera se pudieron oír unos pasos débiles, aunque no se sabía si se debía a la fuerza de la pisada o al calzado. Una señora llegó hasta la puerta y su mano fue a abrir, pero se detuvo, entonces fue a acercarse a la mirilla, pero se detuvo de nuevo, apoyó las manos sobre la madera y las empezó a mover en círculos con los ojos cerrados.
—¿Hola? Buenos días, soy Violeta, vengo por la entrevista.
Le habían oído, así que la señora abrió los ojos y abrió la puerta. La abrió despacio al principio, para poder ver por la rendija que quedaba a la chica joven que, efectivamente, venía a la entrevista, pero la siguió abriendo despacio después, aunque ya hubiese quedado a la vista el interior de la casa.
—Sí, Violeta, claro, pasa.
La señora se dio la vuelta y enfiló sin más por el pasillo a la cocina. Violeta, que no sabía qué hacer, frotó a conciencia las deportivas contra el felpudo y entró cerrando la puerta. La casa, lo que pudo ver, tenía una decoración  de esas que son antiguas porque nadie se ha dedicado nunca a sustituir las cosas que quedaron rotas. Antes de llegar a la cocina, más allá en el pasillo, vio a un chico joven, adolescente, que salía del baño en pijama.
—Buenos días, soy Violeta, puede que acabe siendo la cuidadora de tu hermano.
—Yo no tengo hermanos —el chico tenía esos ojos que se tienen cuando se está enfermo o se duerme demasiado.
—El trabajo sería para él —la señora, al oír la conversación, había vuelto atrás y ahora se encontraba en el quicio de la puerta, justo al lado de Violeta, y a ella, pese a ser la señora bastante baja, le molestaba increíblemente su cercanía.
—¿Él necesita una cuidadora?
El chico volvía a entrar en su cuarto, del cual no salió luz mientras estuvo la puerta abierta, lo que quería decir que dentro las persianas seguían bajadas.
—Pase, siéntese, ¿le apetece algo, un café?
—Un vaso de agua, por favor. ¿Qué edad tiene?
—Dieciséis años.
—¿Pero tiene algún tipo de, bueno, de problema?
—No, no exactamente, siéntese, por favor. Tome, el agua.
Ambas estaban ahora sentadas en una mesa de cocina algo pequeña, casi cara a cara con un televisor muy pequeño a un lado que estaba colocado en una mesa igual de alta que la otra pero del mismo ancho que el aparato.

El cielo es violeta, el aire es violeta, a lo lejos parece haber torres… pero no las puedo ver, las tapa una niebla, no, no es la niebla, es el cielo que me envuelve. El aire es violeta y ya no suena el crepitar de las llamas como sonaba antes, pero, ¿cuándo sonaba? No recuerdo cuándo fue, pensaba que era hace un rato, pero ahora se me antoja muy lejano. Alguien me llamaba, alguien gritaba mi nombre, pero no pedía auxilio, esa persona me odiaba. No logro recordar quién era… Espera, ¿quién eres tú? Detente, no te alejes, si lo haces te perseguiré hasta que te canses. ¿Qué dices? No logro oírte, espera, ¡espera!

—¿Todo lo de los papeles es cierto? No tengo forma de comprobarlo, si me dice que lo es la creeré.
—¿El currículo? Sí, trabajaba hasta hace dos meses cuidando a dos hermanos a tiempo completo.
—¿Pero tiene experiencia con chicos, con adolescentes?
—Hice prácticas en un instituto y me tocó llevar algunas clases de chicos de su edad, pero nunca he tratado con ellos en un sentido tan íntimo. ¿Necesita algún cuidado especial, en el aseo tal vez?
Mientras Violeta hablaba, el brazo de la señora, como si fuese algo distinto al resto del cuerpo, como si fuese una serpiente quizás, se había ido alargando hasta alcanzar el mando a distancia del televisor, lo encendió, bajó el volumen hasta que apenas se oyó, y empezó a cambiar de canales centrándose solo en los que hablaban de noticias. Violeta se concentró en pensar que aquello era inherente a la edad y que nada tenía que ver con la educación.
—No, no… él se ducha y come bien, algo despacio, puede, pero ahí podría descansar usted, mientras esté despierto en general.
—¿Despierto, dice?
—Sí, sí… Solo tiene que vigilarle el sueño.
Y Violeta empezó a pensar en la autolesión, la masturbación o la apnea del sueño, que no tenía muy claro en qué consistía pero que sabía que algo tenía que ver con dejar de respirar mientras se duerme.

—Ah, eres tú, me alegro mucho de verte. ¿Has visto? Aquí todo es violeta.
—No, por favor, no, otra vez no.
—¿Qué te ocurre? Esto es precioso, ¿por qué lloras?
—¿Por qué tienes que hacer esto? Déjame en paz, por favor, si me quieres vete.
—No te entiendo, no sé a dónde quieres que vaya, no entiendo qué ocurre, ¿por qué lloras?
—¡Quita!
—Intentaba limpiarte las mejillas. ¿Recuerdas…? Bueno, da igual... ¿Recuerdas cuando…?
—¡Vete!
—¿Pero qué te ocurre? ¡¿Qué te he hecho?!
—¿Que qué me has hecho? ¡Mira esto, mira dónde estamos!
—Dónde estamos… ¿Dónde estamos? Aquí todo es precioso.
—No, ¡No!
—¿Qué haces? Deja que te abrace.
—¡Quita! ¡Quítate de encima! ¡No!

—¿Entonces le parece bien?
—Sí, es perfecto, es el doble de lo que cobraba en el último.
La anciana asintió un par de veces sin apartar la vista de la pantalla, se había ido metiendo cada vez más en ella.
—¿Entonces qué dice que tendría que hacer?
—¿Eh? Nada, nada. Solo sentarse a su lado, vigilarle, limpiarle la frente si suda mucho, traerle agua si se lo pide, y despertarle cuando se altere.
—¿Despertarle?
—Señorita, ¿acostumbra a leer el periódico por la mañana? —la mujer se levantó, alcanzó un ejemplar que había doblado junto a la nevera y se lo acercó—. Página treinta y dos.
La página treinta y dos incluía dos noticias: la primera era una extensión menor de un caso de corrupción política por un asunto de un vertido de residuos, la segunda hablaba de un incendio en un bloque de pisos de la capital. Violeta esperó a que la señora le mirase y entonces le interrogó levantando las cejas.
—Él soñó con fuego.
—¿Soñó que pasaría lo del incendio?
—Soñó que pasaba.
—¿Está diciendo que él lo provocó?
—En uno de esos pisos vivía un antiguo compañero suyo de colegio.
—Siento oír eso, pero creo que acaba de explicarlo; cuando se enteró de la noticia debió imaginar que había soñado con fuego y ya toda la historia cobró sentido en su cabeza. Esas cosas pasan, y no quiere decir que mienta, a veces, sin más, uno acaba por creerse cosas que no son reales.
La señora miraba la pantalla con el labio torcido, en ella se veían los restos de un avión que se había estrellado en la madrugada.
—¿Esa compañía es española?
—No, he volado alguna vez con ella, creo que es alemana o al menos centroeuropea.
Y entonces cambió de canal.
Y entonces sonó el timbre.
La señora miró a Violeta y Violeta miró el reloj preguntándose si no sería otra entrevista.
—Abra —y su voz salió sin que abriera apenas la boca, como si el sonido se propagase por el aire muerto de una cueva.
Violeta fue a abrir, estuvo ausente dos minutos y volvió.
—En la puerta hay dos agentes, preguntan por su hijo, no les he dejado pasar.
La silla volcó cuando se levantó, recorrió el pasillo y abrió la puerta de la habitación de su hijo.
—¿Qué has hecho?
En el cuarto solo brillaban las mejillas húmedas.
—Lo siento, mamá, de verdad que lo siento.

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