domingo, 21 de febrero de 2021

El callejón

 Me dijo que escribiera sobre una calle, me dio un relato a modo de ejemplo, pero lo imprimí solo para guardarlo en el cajón. Yo quería pensar en una buena calle, una avenida con historias, o una callejuela de un pueblo del sur con un fuerte olor de los árboles que nadie cuida y son de todos. Pero solo me venía a la cabella este callejón, y es un callejón ridículo. Corto y ancho, con farolas que fueron modernas y ahora no son nada, que solo sirven para que dancen las polillas y tenga donde mirar de noche para saber si está lloviendo. Recuerdo que hace años no había farolas y había quien lo cruzaba con el coche, el callejón es ancho, sí, pero un mal piloto podría arañarse. Junto a la valla de los vecinos, que tiene un saliente, me sentaba al volver del instituto con una vecina, y como nos sentábamos a hablar y éramos chico y chica la gente nos preguntaba si éramos novios. Hace todavía más tiempo salía allí a jugar cuando me dejaban jugar fuera de casa, no es que cambiase mucho el escenario de juegos, pero para un niño sí debía serlo, porque lo subía y bajaba corriendo durante toda la tarde, de hecho fue allí donde aprendí a montar en bici. No hay mucho más, no hay relatos que contar. En verano vienen a veces en la madrugada adolescentes dilatando la hora de volver a casa y hablan y ríen sin dejarme dormir. Mi hermano dice que una vez vio cruzar a una rata.

Es por el callejón donde vi pasar al gigante. He empezado a escribir esa historia muchas veces pero nunca ha llegado a nada. Empieza diciendo “desde mi ventana vi pasar la cabeza del gigante, si le hubiera seguido habría muerto”, pero esta no es esa historia, sino la de un callejón que no sé si tiene nombre pero al que le podrían poner el mío cuando yo muera o me haga famoso, un sitio que todos conocen pero que no es importante.

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