Probablemente no sabrían
concretar en qué momento se conocieron, o más bien en qué momento supieron el
uno del otro. Simplemente estaban ahí los dos, flotando en el espacio de la
Red, y se habían mirado alguna vez sin haber llegado a hablar. Y la primera vez
que hablaron es probable que tampoco la recuerden, tan solo fue una
conversación insustancial por aburrimiento o por algún gusto común. Pero esa
vez ya sí dio pie a algo; una noche de verano David se sentó en la arena de la
playa, sacó su teléfono y estuvo mirando entre sus conversaciones pasadas hasta
que dio con Abel. Le escribió, sin esperar nada:
—¿Estás despierto?
Y Abel cogió el teléfono de la
misma porque estaba frente al ordenador y no era habitual que le escribieran a
esas horas. Vio que le escribía David, un chico simpático con el que solo había
hablado una vez, así que sintió mucha curiosidad y le respondió:
—Hola, sí, estoy despierto, ¿qué
tal?
(Se entiende que ambos escribían de otra forma, en forma de chat, con
alguna que otra falta de ortografía, pero para el caso es lo mismo)
David entonces directamente
preguntó:
—¿Te puedo llamar?
Y Abel cogió el móvil con las dos
manos mientras suavemente hacía girar sobre sí misma la silla de escritorio.
Miró la pantalla del ordenador y juzgó la importancia de lo que estaba
haciendo. También miró por la ventana, el calor que junto a las polillas
danzaba en torno a la farola. La verdad es que no le importaba levantarse un
rato de la silla y no le preocupaba que sus padres le oyesen porque dormían en
el otro extremo de la casa. Antes de que contestara volvió a escribir David:
—Si no puedes no pasa nada.
—No, no. Sí puedo. ¿Cómo hacemos,
te doy mi número?
—Sí, dámelo.
David estaba sentado en la arena,
mirando el mar. Alguna luz del pueblo cercano iluminaba levemente la playa. El
mar, a aquellas horas, no parecía negro, sino más bien violeta. Tenía el rostro
encendido, en parte por el alcohol, en parte por haberse quemado con la última
luz de la tarde y en parte por el disgusto que había tenido hacía una hora y
que era el motivo de que hubiese llamado a Abel, el cual, mientras hablaban, se
había levantado de la silla y caminaba por la habitación despacio, jugando con
el que cada paso de sus pies desnudos se quedase pegado al parqué. Después pasó
a tumbarse en la cama, boca arriba, mientras David le contaba que vivía en un
pequeño pueblo costero de Galicia, muy popular en verano, y que entre los
turistas había venido este año un chico catalán muy guapo que se había dedicado
a seducir y acostarse con toda la juventud del lugar, chicos y chicas, mientras
sonreía y conseguía que nadie se ofendiese ni se sintiese utilizado, porque
tampoco los utilizaba, todos sabían lo que él quería, el juego que traía, su
forma de moverse, y no les importaba danzar con él aunque cayesen a la primera
vuelta. Todos menos David, quien se había propuesto no entrar en la pista y
quien por ello se había llevado más miradas de refilón. Y lo cierto es que
entre aquellas miradas y su forma de ser David había cedido, pero no de
cualquier forma, había planeado estar con el desconocido en último lugar,
cuando el pueblo estuviese agotado, y llevarse consigo las semanas que le quedasen
de vacaciones al catalán en una especie de amor de verano. El extranjero había
parecido aceptar tácitamente, pero hacía una hora todo había acabado y ya ni
siquiera estaba en el pueblo, parecía haber buscado otro lugar de la costa, tal
vez Portugal.
Abel no tenía sueño, se
encontraba bien, le gustaba la voz de David y el rumor de las olas que se
escuchaba a veces. Le molestaba la luz de su cuarto, así que la apagó, y así
pudo darse cuenta de que ya empezaba a amanecer.
—Está amaneciendo, ¿allí también?
—No, aquí todavía no. Pero hace
un rato vi anochecer.
—Estás en la costa equivocada, si
estuvieras en el Mediterráneo podrías estar viendo amanecer y contarme cómo es.
—El amanecer se ve poco, hay que
madrugar, pero el atardecer se ve siempre que levantas la vista en la tarde.
—Por eso mismo me parece más
bonito ver amanecer. Es algo especial.
Todo el mundo lo repetía, pero en el fondo nadie llegó a creerlo. Por eso todos se refugiaron aquí.
domingo, 28 de febrero de 2021
El lugar para encontrarse
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me ha encantado, es el relato que más me ha gustado por ahora, cada día lo haces mejor.
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