lunes, 26 de abril de 2021

El traje

 De muy buena tela, el traje se sabía la prenda más bonita de la tienda. De hecho estaba en el centro, pero a la hora del cierre le movían junto al escaparate iluminado para que los viandantes pudieran seguir soñando con vestir tan bien. El traje era engreído, por supuesto, pero cambió el día que trajeron a la tienda un vestido de novia. Blanco, sí, pero sencillo, qué hermoso era. El traje había tenido lo suyo con algún vestido de noche, pero nunca nada con una prenda como aquella, así que no cesó hasta que ella le concedió una cita y juntos dieron vueltas sujetos al ventilador de aspas del techo.
Pero qué triste, el vestido de novia fue vendido. Tristeza para el traje, claro, no para la novia, que luciría de maravilla en su boda, ni para el vestido, que trabajaría un día y descansaría el resto de su vida. El traje se quedó solo y triste y esto le fue haciendo huraño, oscuro. Si su color no se perdía era únicamente por la calidad del material, pero cada vez se ausentaba más de su maniquí y decían que se le podía ver por la sección de rebajas. Al final dio con un cuarto pequeño al final de la tienda y allí se ocultó. Dicen que en aquel cuarto no volvieron a funcionar las bombillas y que quien entraba no volvía a salir, que en la oscuridad algo te atacaba sin que tuvieras tiempo de gritar siquiera.
El local fue vendido, una y varias veces, y en tanto que cambió de dueño el cuarto fue desapareciendo de los planos, de las conversaciones, y finalmente se tapió. Pero el traje dio con un desagüe con salida a las alcantarillas y un día se coló. Las ratas le hacían cosquillas al morderle pero no le hacían daño. Y así dio con él un vagabundo y el traje pareció poseerle, le enseñó a hacer dinero y a comprarse otro traje, momento en el que volvió a cambiar de dueño. Así llegó a dar con un ladrón que emulaba a los delincuentes de guante blanco, ladrón porque robaba y de guante blanco porque lo hacía bien vestido, así que el traje le acompañó en todos sus trabajos hasta que quedó olvidado –no casualmente, claro está- en el respaldo de una silla de una casa donde había entrado a robar. Las cortinas de aquella casa le gustaron, le hicieron pensar que allí se valoraba el buen gusto, así que decidió probar a quedarse un tiempo por entre aquellos armarios.
Fue un traje feliz en sus últimos días. Tuvo algún desliz con una sudadera pero luego se calmó gracias al ánimo de ser un traje y estar concebido para cosas serias. Vivió feliz hasta el día de su muerte, en el que fue convertido en trapos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario