El camión se movía despacio por
entre los escombros de las calles. En un punto dado se detuvo y de él bajaron
dos soldados. Justo en ese momento hubo una explosión unas calles más allá y ambos
se agacharon. De la que se incorporaban uno levantó la cabeza y se quedó
mirando el coche negro que recorría el sendero dejado por el camión. Un coche
negro, bonito, elegante, no un vehículo militar, una estampa extraña en aquella
calle derruida que parecía estar al margen de todo aquello si no fuera por la
película gris que se le había quedado a raíz del polvo y de los restos de
edificios que no dejaban de caer. El soldado escupió al suelo porque aquello le
parecía una insensatez, solo que además era una insensatez tal que podía
costarle la vida. Aquella ciudad no estaba tomada, ni estaba cerca de estarlo,
es más, el conflicto estaba tan solo a una manzana más allá. El enemigo podía
avanzar y alcanzarles entre el caos, algún soldado podía haber traspasado las
líneas y estar apuntándoles o directamente podían saltar en pedazos a causa del
disparo de la artillería de uno u otro bando. Entre aquellas opciones el
soldado prefería, desde luego, la del francotirador infiltrado porque cómo iban
a dispararle a él cuando de aquel coche bajaba en ese mismo momento el
Ministro. No un general, ni siquiera un político, era el Ministro, la mano
derecha del Dictador, una de sus personas cercanas. Y no tenía nada mejor que
hacer que pedir una escolta para ir a la línea del frente de una ciudad que
llevaba meses bajo asedio.
El Ministro se bajó del coche y
saludó a los dos soldados que le miraban desde detrás del camión. Miró a su
alrededor y por un momento le costó reconocer la calle. No es que estuviese
destruida, es que estaba cambiada y después destruida. Se acercó a la casa, un subsuelo
al que se accedía bajando unas escaleras desde la calle, lo que había salvado
el inmueble de las ondas expansivas de las explosiones. La puerta estaba
cerrada y tuvo que pedir a los soldados que la forzasen. Entró, y cuando lo
hizo aún no sabía si se encontraría a alguien dentro. No pidió a sus hombres
que entrasen antes, lo hizo él directamente, pero con la mano cerca de la funda
de la pistola. Sin embargo la oscuridad y lo cargado del aire le hicieron ver
que aquella casa había sido abandonada hacía tiempo. En mitad del salón miró un
momento hacia los cuadros de las paredes y después se dirigió directamente al
último cuarto de la casa. En él buscó en la estantería y sobre la mesa, pero no
lo encontró. Miró en la estantería del salón, debajo de la cama y en la basura.
¿Cómo podía ser? Se lo podía haber llevado, claro. Eso le hizo sonreír,
imaginarse una evacuación de miles de personas y él, entre algo de ropa, comida
y las joyas de su madre, acordarse de llevarse aquello. Así que el Ministro ya
se iba cuando recordó algo. Volvió al cuarto del fondo, levantó la almohada y
allí estaba, su libro. Cuando salió, uno de los soldados le preguntó si había
encontrado lo que buscaba, pero el sonido de una explosión ahogó la respuesta.
Todo el mundo lo repetía, pero en el fondo nadie llegó a creerlo. Por eso todos se refugiaron aquí.
lunes, 5 de abril de 2021
Una cuestión que no podía esperar
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Mola
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