lunes, 5 de abril de 2021

Una cuestión que no podía esperar

El camión se movía despacio por entre los escombros de las calles. En un punto dado se detuvo y de él bajaron dos soldados. Justo en ese momento hubo una explosión unas calles más allá y ambos se agacharon. De la que se incorporaban uno levantó la cabeza y se quedó mirando el coche negro que recorría el sendero dejado por el camión. Un coche negro, bonito, elegante, no un vehículo militar, una estampa extraña en aquella calle derruida que parecía estar al margen de todo aquello si no fuera por la película gris que se le había quedado a raíz del polvo y de los restos de edificios que no dejaban de caer. El soldado escupió al suelo porque aquello le parecía una insensatez, solo que además era una insensatez tal que podía costarle la vida. Aquella ciudad no estaba tomada, ni estaba cerca de estarlo, es más, el conflicto estaba tan solo a una manzana más allá. El enemigo podía avanzar y alcanzarles entre el caos, algún soldado podía haber traspasado las líneas y estar apuntándoles o directamente podían saltar en pedazos a causa del disparo de la artillería de uno u otro bando. Entre aquellas opciones el soldado prefería, desde luego, la del francotirador infiltrado porque cómo iban a dispararle a él cuando de aquel coche bajaba en ese mismo momento el Ministro. No un general, ni siquiera un político, era el Ministro, la mano derecha del Dictador, una de sus personas cercanas. Y no tenía nada mejor que hacer que pedir una escolta para ir a la línea del frente de una ciudad que llevaba meses bajo asedio.
El Ministro se bajó del coche y saludó a los dos soldados que le miraban desde detrás del camión. Miró a su alrededor y por un momento le costó reconocer la calle. No es que estuviese destruida, es que estaba cambiada y después destruida. Se acercó a la casa, un subsuelo al que se accedía bajando unas escaleras desde la calle, lo que había salvado el inmueble de las ondas expansivas de las explosiones. La puerta estaba cerrada y tuvo que pedir a los soldados que la forzasen. Entró, y cuando lo hizo aún no sabía si se encontraría a alguien dentro. No pidió a sus hombres que entrasen antes, lo hizo él directamente, pero con la mano cerca de la funda de la pistola. Sin embargo la oscuridad y lo cargado del aire le hicieron ver que aquella casa había sido abandonada hacía tiempo. En mitad del salón miró un momento hacia los cuadros de las paredes y después se dirigió directamente al último cuarto de la casa. En él buscó en la estantería y sobre la mesa, pero no lo encontró. Miró en la estantería del salón, debajo de la cama y en la basura. ¿Cómo podía ser? Se lo podía haber llevado, claro. Eso le hizo sonreír, imaginarse una evacuación de miles de personas y él, entre algo de ropa, comida y las joyas de su madre, acordarse de llevarse aquello. Así que el Ministro ya se iba cuando recordó algo. Volvió al cuarto del fondo, levantó la almohada y allí estaba, su libro. Cuando salió, uno de los soldados le preguntó si había encontrado lo que buscaba, pero el sonido de una explosión ahogó la respuesta.

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