No quiero importunar, tan solo contaros, lo más brevemente
posible, que un tipo llamado Julián, apremiado por una lágrima tatuada en una
mejilla ajena, cogió un barco de velas blancas y se lanzó al mar en una
gloriosa aventura. También que los duendes se rebelaron contra la bruja, y que
como no sabían cómo hacerle daño, se pusieron a aplaudir con más fuerza y
energía que en ninguna ocasión pasada, y aplaudieron tanto que la bruja se
sintió arrinconada y dijo de liberar al preso como si fuese decisión suya,
entonces los duendes aplaudieron de nuevo. Mientras el preso, llamado ahora
Protagonista y antes Juan, se tatuaba una lágrima en la mejilla y se dedicaba a
olvidar a los duendes, a la bruja y a la cueva, vio pasar a un joven perdido,
habló con él, le besó y vio como se alejaba en un barco de hermosas velas
blancas que se perdía en una bruma lejana. Un duende escapó de la cueva,
incapaz de seguir albergando tanto odio hacia la bruja, y dijo llamarse también
Protagonista, lo que desembocó en una confusión de nombres en todo el reino.
Finalmente el Hada exhaló su último respiro, eco de un ya lejano orgasmo, y
dijo “ya está bien”, y en todos los lugares del reino se prohibió aquel día la
entrada a los cementerios. Al final un viejo general, tuerto y rapado, perdedor
de mil guerras, abrió la puerta del palacio y un hombre, un duende y un ser se
arrodillaron y le entregaron al Hada sus presentes, sus promesas y sus futuros.
Y entonces, ya para terminar, alguien escribió aquella canción que por título
llevaba “el Amor”, y que todos en el reino empezarían a tararear desde aquel momento
sin recordar nunca la letra, el motivo ni quién la escribió.
No sólo escribes bien, sino de forma muy inteligente.
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