viernes, 22 de mayo de 2015

Fantasía

No quiero importunar, tan solo contaros, lo más brevemente posible, que un tipo llamado Julián, apremiado por una lágrima tatuada en una mejilla ajena, cogió un barco de velas blancas y se lanzó al mar en una gloriosa aventura. También que los duendes se rebelaron contra la bruja, y que como no sabían cómo hacerle daño, se pusieron a aplaudir con más fuerza y energía que en ninguna ocasión pasada, y aplaudieron tanto que la bruja se sintió arrinconada y dijo de liberar al preso como si fuese decisión suya, entonces los duendes aplaudieron de nuevo. Mientras el preso, llamado ahora Protagonista y antes Juan, se tatuaba una lágrima en la mejilla y se dedicaba a olvidar a los duendes, a la bruja y a la cueva, vio pasar a un joven perdido, habló con él, le besó y vio como se alejaba en un barco de hermosas velas blancas que se perdía en una bruma lejana. Un duende escapó de la cueva, incapaz de seguir albergando tanto odio hacia la bruja, y dijo llamarse también Protagonista, lo que desembocó en una confusión de nombres en todo el reino. Finalmente el Hada exhaló su último respiro, eco de un ya lejano orgasmo, y dijo “ya está bien”, y en todos los lugares del reino se prohibió aquel día la entrada a los cementerios. Al final un viejo general, tuerto y rapado, perdedor de mil guerras, abrió la puerta del palacio y un hombre, un duende y un ser se arrodillaron y le entregaron al Hada sus presentes, sus promesas y sus futuros.
Y entonces, ya para terminar, alguien escribió aquella canción que por título llevaba “el Amor”, y que todos en el reino empezarían a tararear desde aquel momento sin recordar nunca la letra, el motivo ni quién la escribió.

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