Le llamaban el Niño porque nadie le vio nunca crecer,
¿cómo podía ser mayor alguien que sacaba el tiempo para fijarse en cómo
atraviesa la luz del sol las ramas de los árboles?
Pero a él gustaba que le llamasen así, todos pensaban
que saldría de este mundo como entró, deslizándose por suaves toboganes que no
admitían ruidos ni interrupciones. Todos pensaban que tendría una vida
tranquila pero simple, y se equivocaban, el Niño tenía objetivos, tenía más que
todo su alrededor junto, y tenía un objetivo inmensamente grande, tan grande
que no lo podía llevar con él y que guardaba en la parte más alta de la estantería.
El Niño a los quince años consiguió una novia, una chica de la misma edad,
pelirroja y a la que al sonreír se le veía una ligera separación entre los
incisivos. Aquella novia le dejó poco antes de llevar un mes porque no
soportaba que se quedase mirando el cielo, con ese aspecto de eterno abandono
que siempre tendría, haciéndola notar que no la quería. Lo que la chica
pelirroja nunca supo es que así, con ella al lado y mirando al cielo
demostraba que era feliz, pues cuando uno es feliz se puede abrir ¿y qué es más
abierto que un puro cielo azul sin nubes?
Aquel fracaso pseudo-amoroso dejó al Niño sin ganas de
ninguna relación hasta que cumplió los veinte años, durante ese tiempo se
dedicó a los estudios, sin ser malo ni destacar, y a dibujar todo lo que veía
con un estilo, un trazo y una técnica verdaderamente horribles. A los veinte
llegó Ana María, una chica que sonreía más de lo que debía y que sentía
predilección por las faldas. El Niño no perdía momento para besarla con pasión,
llevarla a los sitios más bonitos y susurrarle cosas preciosas en los momentos
precisos. En realidad el Niño hacía estas cosas para que Ana María no siguiese
la senda pelirroja de la malinterpretación, pero ella aun así le malinterpretó
y el Niño, sin haberlo buscado ni saber dónde se metía, descubrió los secretos
del cuerpo de mujer y los que habitan bajo las sábanas, todos juntos. Una tarde
en la que el tiempo se aburrió y decidió detenerse un par de horas a descansar,
el Niño le mostró a Ana María, ambos aun desnudos y empapados en sudor, su cuaderno
de dibujos del mundo conocido y por conocer, y ella le dijo lo primero y cierto
que pensó, que eran dibujos horribles, entonces él le enseñó otro dibujo, uno
que había escondido en una carpeta particular bajo la cama, en él aparecía una
mujer con un bulto en la tripa, y dentro de la misma había dibujado un niño.
Ana María se identificó con la nariz, las manos, la cruz de oro colgada al
cuello como regalo de su difunta abuela y la uña del dedo índice ligeramente
más larga, y entonces se encontró en un punto medio entre la diversión y el
escándalo al verse embarazada. Cuando Ana María le preguntó bromeando al Niño
si es que quería tener un hijo, él le contestó que ese dibujo no era de una
mujer embarazada, sino de ellos dos haciendo el amor, ella se marchó a casa y
al día siguiente le dejó.
Los años sustituyeron el jardín arbolado de los padres
del Niño por el cemento y los árboles que habitan en las aceras por educación.
A cambio obtuvo un cuarto entero para poder dibujar sus horrorosas imágenes y
hasta las puso por las paredes con celo y chinchetas, creando un santuario de
lo feo para el mundo y maravillosos para él. El Niño se había podido manejar
con dos amistades al mismo tiempo, pero cuando salió al verdadero mundo real
cayó abatido en un trabajo que consiguió por mano de su padre, y su impotencia,
la falta de un sol que se escondiese entre las ramas de los árboles, que los
niños de los parques le llamasen “señor” y no “¿cómo te llamas?” y que sus
dibujos espantasen al mundo posible, le acabaron deprimiendo tanto que decidió
entrar en el único mundo que le había prometido a su madre, de niño, que no
entraría, el oscuro e intrigante mundo de las drogas. Empezó con tacto y
cuidado, con cosas leves en efecto y duración que le relajasen, después buscó algo que le pudiese distraer y, finalmente, quiso algo definitivo que le hiciese
olvidar y, buscándolo, encontró a Claudia Negro. Dicen que cuando buscas algo
te pierdes, y que cuando no lo buscas te encuentras, así es como el Niño quiso
pasar por encima de Claudia Negro y tropezó con ella. Nunca supo el Niño qué
pasaba por la cabeza de aquella intrigante mujer, ni qué ocultaba su mirada
cuando reía, pero cuando una vez ella entró en el cuarto de sus dibujos y dijo
que eran preciosos, él se casó con ella.
No te dejan casarte con los muertos idiota.
ResponderEliminar¿Hasta que punto están muertos si les recuerdas? Es como un tiovivo, vas montado en un caballo que galopa y pese a ver lugares a los que podrías llegar, solo das vueltas una y otra vez, reviviendo lo mismo con sus mismos detalles, eso son los recuerdos.
EliminarAdemás, una persona puede estar muerta para uno y no para otro.