domingo, 10 de agosto de 2014

Los ojos de Levita

Levita se levantaba cada mañana sin saber muy bien en qué pensar. Daba igual que se mirase al espejo, caminase por la calle o que saliese a la terraza con una manta y una taza caliente, las lágrimas siempre acudían. Cuando lloras suele ser por algo, Levita no sabía bien por qué lloraba, simplemente las lágrimas acudían sin que ella quisiese, sin que tan solo la limpiasen por dentro o la hiciesen sentir mejor. En la calle solían estar precedidas por un viento frío, y más de una vez Levita echó a correr, ignorando las posibles miradas de la gente, intentando que las lágrimas no saliesen de sus ojos, que se quedasen allí pese a rebosar. Pero las lágrimas aun así salían, y si Levita corría, las lágrimas quedaban suspendidas en el aire, a su paso, como perlas dueñas de la luz de los días grises.
Un día Levita se decidió a llorar, la única vez que quiso hacerlo por iniciativa propia, pensando que así sus ojos se vaciarían y que un tiempo debía pasar hasta que se llenasen de nuevo. Levita se sentó en su cama a oscuras, con las piernas cruzadas, y primero esperó, y tras ver que nada sucedía intento forzar los ojos, que parecían estar secos, y ante semejante impotencia empezó a llorar, pero esas lágrimas no le valían, pues no lloraba por lo que quería, entonces empezó a llorar aun más y más fuerte al llorar por lo que no era, y tal desesperación sintió Levita que se dirigió al baño armada con un cuchillo y, tras mirarse al espejo y ver sus ojos rojos y su cara mojada, se sentó en un rincón de la bañera, puso el cuchillo sobre su muñeca, cerró los ojos y apretó. Al sentir el frío del arma debajo de la piel pero ningún dolor ni el calor de la sangre, abrió los ojos. El cuchillo estaba manchado, pero no de sangre, sino de algo parecido a la grasa, y en su muñeca tan solo había un corte profundo de un intenso granate, como sangre coagulada, pero por ningún lugar marchaba la sangre, por ningún lugar se marchaba su vida.

Ya que Levita no podía morir por hacerse daño, dejó de comer, y a las dos semanas la tristeza la mató. En el velatorio los asistentes jurarían que fue el único cadáver al que vieron llorar.

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