martes, 24 de marzo de 2015

Clara

Clara siempre se despierta antes que yo, se levanta de la cama y se desvanece entre las habitaciones sin que yo altere lo más mínimo el sueño, no noto su ausencia hasta que al despertar busco su cuerpo a tientas y, abriendo los ojos, veo tan solo la mitad vacía de una cama. Lo que hace tan temprano es variable; alguna vez, ahuyentando la amenaza de rutina, me ha traído una bandeja con el desayuno a la cama, entre risas, caricias y el resultado final del zumo de naranja volcado sobre las sábanas, lo que ha provocado aun más risas. La vez que pretendí llevarle yo el desayuno por su cumpleaños, nada más levantarme me la encontré en el baño lavándose los dientes mientras me saludaba enérgicamente. Pero esto no quiere decir que nunca desayunemos juntos, de hecho muchas veces me espera leyendo o simplemente no se levanta tanto tiempo antes. A veces me despierto y no sé de ella en toda la mañana, cuando vuelve veo que viene de correr o directamente no sé que ha estado haciendo, pues no me da pistas, no soy celoso y me encanta que tenga sus misterios que, espero, pueda ir descubriendo poco a poco sin, digamos, arrinconarla ni dejarla vacía de sorpresas.
Clara cubre todas las artes sin centrarse en ninguna, y sigue el ciclo de que cada una le aburre, le desespera, le encanta y le vuelve a aburrir. Entre estas artes destacan la pintura, la escritura y el piano, y solo sobresale el teatro, pues nunca abusa de él pero tampoco se cansa, dice que interpretar a otras personas, reales o ficticias, en todo tipo de situaciones y épocas es una manera de poder evadirse cuando lo necesita.
Clara sabe conducir, pero prefiere poder observar las cosas desde el asiento del copiloto, lo que la mueve a desplazarse muchas veces en transporte público pese a que tenga otras opciones; tiene licencia para pilotar avionetas, pero yo nunca la he visto pilotar pues una vez tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia y no ha vuelto a volar en cualquier vehículo que sea más pequeño que un avión corriente de pasajeros, en los cuales tampoco subió durante un tiempo hasta que el amor por viajar y visitar culturas exóticas la puso contra las cuerdas y acabó cediendo. Clara tiene multitud de extrañas amistades de las que calculo conocer una cuarta parte, pues además de los grupos, llamemos, normales, como sus compañeros del trabajo, de teatro, compañeros de la facultad, amigos de toda la vida, etc, también posee amistades individuales repartidas la mitad por todo el país y la otra mitad dispersa por el mundo. Posee un increíble don de gentes, si bien es verdad que muchas de las personas que va conociendo le cansan enseguida si no consiguen resultarle divertidas, interesantes, especiales o, simplemente, no le gusten por el motivo que sea.
Podría seguir hablando de Clara, me doy cuenta de que cada vez que llego a un aspecto suyo me encuentro frente a varios caminos por los que puedo seguir, lo que me obliga a escoger uno pero prometiendo volver a los otros más tarde, lo que convierte esto en algo posiblemente eterno, pues ¿no es imposible definir realmente a alguien? Aunque tal vez deba decir que Clara en realidad se llama Dalila y no posee muchas de las cualidades que acabo de nombrar. Tal vez debería empezar por el principio, tiempo atrás.


Clara


La primera Clara fue llamada así a posteriori, se llamaba Isabela y éramos los dos un par de niños que perfectamente podrían haber protagonizado una de esas películas de aventuras que se suelen emitir en televisión después de comer, en las que siempre hay final feliz y que hacen envidiar al resto de niños. La situación familiar de Isabela era muy extraña y de tener trato con ella en la actualidad sin duda requeriría más información a cerca del asunto. La madre, abuela materna, hermanas mayores y hermana pequeña eran marroquíes, bueno, Isabela también lo era, pero lo que quiero decir es que todas ellas portaban el velo y las ropas anchas propias de dicha religión, mientras que Isabela ya discrepaba desde el nombre. La única manifestación de su rama materna era su tez ligeramente cobriza y el hecho de que con todas sus familiares anteriormente nombradas hablaba en árabe. Todo esto se debía probablemente al hecho de que su padre nada tenía que ver con el mundo árabe y a la especial relación que hubo siempre entre ambos.
Isabela y yo éramos novios, o eso nos decíamos en secreto y nos decían riendo los adultos. Gustábamos de explorar y de averiguar cosas, pero no con libros y clases, sino como suelen hacerlo los niños. Probablemente gastó mi madre más dinero en renovarme pantalones rotos en apenas dos años que lo que haya podido gastar yo en dicha prenda el resto de mi vida. Pese a lo que he dicho antes, yo sentía algo de miedo hacia el padre de Isabela, por lo que prefería codearme con su madre y hermanas, las que me trataban fantásticamente y frente a las cuales Isabela parecía apagarse.
Pero aquel tiempo lo recuerdo borroso en comparación con un día en concreto, una sola tarde, que resultó ser el final de todo aquello.
No recuerdo por qué gritaba llorando la madre de Isabela. Estaban su madre y hermanas al fondo de la calle descuidada por el medio de la cual aun pasaban las vías olvidadas de un ferrocarril. Nosotros estábamos al otro lado de la calle, recuerdo estar mirando a la madre que gritaba estirando hacia nosotros los brazos mientras Isabela, de espaldas a todos, seguía andando. No sé qué pasaba ni lo sé hoy, pero recuerdo que la madre me gritó "¡Te hubiésemos dado la bendición!" y que cuando la hermana pequeña empezó a llorar también, la madre la abrazó y yo me di la vuelta para seguir a Isabela.
Creo que fue después de aquello cuando le robamos el chaleco al italiano con pistola. El italiano con pistola era un hombre que cuando no estaba en el saloon poseía un humor peligroso y extremadamente cambiante, se decía de él que portaba en todo momento un arma de fuego y siempre, siempre, llevaba un chaleco atigrado. Aquella vez estaba colgado secándose en un callejón donde los vecinos tendían, y nos pareció divertido coger el chaleco. Huíamos riendo por las calles oyendo tras nosotros los gritos y amenazas del italiano con pistola, hasta que llegamos a un edificio de pisos abandonado con la puerta abierta y entramos. Subíamos por los amplios escalones de piedra de la escalera de caracol mientras los gritos subían tras nosotros, a una distancia lejana, pensábamos. Finalmente entramos en en una habitación, y de esta pasamos, a través de unas grandes puertas de madera abiertas, a otra, para ver que no había salida, así que giramos nuestros pies para ver como entraba el italiano por la primera puerta. Creo que levanté el brazo ofreciéndole su chaleco, pero aun así me cogió, me levantó en el aire y me lanzó contra el suelo de la primera habitación, cerrando tras de mí la puerta de madera. Corrí hasta allí pero la puerta estaba cerrada, empecé a oír a Isabela gritar dentro, fui a la ventana y empecé a gritar. No tardaron en llegar dos hombres, uno me cogió en brazos y me bajó por las escaleras, oí que el otro tiraba la puerta abajo. Fuera, sentado en la acera, vi como salía del edificio el segundo hombre con Isabela en brazos, estaba desnuda de cintura para abajo, yo pensaba que el italiano debía de haberla azotado, hasta tiempo después no comprendí lo que había pasado realmente, no volví a ver a Isabela.

Nos mudamos a los dos días de aquello. Lo hicimos mi madre y yo, pues nunca tuve padre.
Fuimos unos días a una casa de una amiga de mi madre que se encontraba en una de las primeras líneas de playa, recuerdo con nitidez y una especie de nostalgia que cuando bajé a la calle nada más haber llegado, unos chicos me dijeron que me fuese con ellos al faro, así que me prestaron un bañador viejo y azul de uno de ellos y fuimos al agua. Recuerdo que se trataban de una forma un tanto extraña entre ellos, como con poca conversación y algo de distancia, pero me trataban a mí de la misma forma, por lo que me sentía parte del grupo, además de que se aprendieron mi nombre con tan solo decirlo una vez y lo usaban como usan los nombres algunos chicos, acortándolo o convirtiéndolo en un mote. El desierto azul, así llamaba todo el mundo al mar de aquella ciudad, y no hacía falta preguntar por qué pues era obvio además de muy apropiado. El agua, azul y eterna, estaba en completa calma, no se movía nada, ni siquiera unas leves ondulaciones u olas en la playa, nada, tan solo agua desagradablemente caliente para los adultos que parecía estancada pero que de alguna forma no lo estaba. El faro del que me habían hablado los chicos no se encontraba en unas rocas o al lado de la playa, sino en el centro y bastante entrado en el agua, pero como no había resaca y había que andar un rato para dejar de hacer pie, no había problema en que unos chicos como nosotros pudiesen llegar hasta el edificio de ladrillo sujetado por unos pilares de madera llena de algas verdes. No sabría decir el nombre de la amiga de mi madre que nos acogió, ni la reconocería a ella, su casa o su calle, pues tan solo recuerdo estar siempre que podía en el faro, con mis amigos de la playa, buceando en aquellas aguas que de no moverse se volvían completamente transparentes. Cuando nos fuimos, aquellos chicos me despidieron como si hubiese sido un amigo de toda la vida, y cuando el coche arrancó, ellos se quedaron parados en el sitio donde había estado éste, todos en silencio, hasta que dejé de poder verles a través de la luna trasera. Lloré en silencio en aquel viaje en coche y ni me sentí con fuerzas de enfadarme con mi madre por no habernos podido quedar allí.


Isabela fue Clara a título honorífico, pues por aquel entonces ésta aun no existía. El origen de Clara no está claro (disculpen la broma), pues es una especie de idealización que no soy consciente de haber fabricado ni de haber presenciado frente a mí de la noche a la mañana. Muchas chicas han sido Clara, con la mayor parte no he intercambiado más de unas pocas palabras y lo mejor para definirla sería decir que suele destacar en algo, algo que tal vez es nidio y solo yo aprecio, es guapa, solo hay una a la vez y tiene un ligero misterio constante. Así que seguramente, con retrospectiva, Isabela no hubiese sido Clara, pero de hecho lo fue.

Mi madre y yo nos mudamos varias veces más, impulsados por su certeza de un trabajo mejor y una sensación mutua que corroía la normalidad más vorazmente que el óxido al hierro, haciendo que todo nos pareciese ceniza y necesitásemos cambiar de aire, pudiendo echar de menos hechos pero no los lugares en los que éstos sucedieron.
En esos lugares, y conforme a que abandonaba la niñez y daba unos primeros pasos torpes en la adolescencia, conocí a mis dos primeras e imperfectas Claras, no tiene sentido hablar de ellas pues, como ya he dicho antes, con muchas, entre ellas éstas, no tuve trato. Que no se confunda esto de lo que estoy hablando con la persona que allá a donde va cree siempre enamorarse de alguien.

Recuerdo una bonita urbanización en la que nos instalamos de la cual lo que más me llamó la atención fue que no pasaban coches, las calles estaban vacías y un agradable silencio lo cubría todo. Llegamos por la tarde, con la mudanza prácticamente terminada, y aun estando el cielo empezando a oscurecerse salí a dar una vuelta, pues tenía que curiosear aquello.
Descubrí un callejón pintado fuera de lugar y en él seguí a un gato; encontré donde acababa aquella civilización y empezaba un campo desde el cual sí se podían ver estrellas; observé como todas las farolas se encendían al unísono y que había dos tipos de ellas, unas naranjas y otras blancas; saludé a la luna, inmensa, digna de un relato y, lo más importante, vi a una chica volver de tirar la basura, pelo negro, alta, Clara.
En el nuevo instituto comprendí que cuanto más íbamos escalando mi madre y yo en la jerarquía social, más insulsa se volvía la gente, así que hice mi presentación ante todos con mi parafernalia de teatro tan conocida por mí y tan poco por ellos, pero yo buscaba entre sus rostros y entre sus conversaciones a mi vecina, de la cual no volví a saber nada hasta dos semanas después.
La vi llegando con mochila muy tarde a casa, lo que me hizo pensar que iba a clase por la tarde, que realizaba alguna extraescolar, que acudía a clases de apoyo o que alargaba las horas para pasar el mayor tiempo posible fuera de casa, lo importante es que supe cuando llegaba a casa y pude ajustar mis salidas a las suyas, así me ofrecía a sacar la basura, salía a pasear, a 'hacer ejercicio' o me inventaba extrañas tareas de observación de plantas en las que ¡oh, vaya, mamá! se me hacía tarde y salía a hacerlas cuando el cielo se teñía de mil colores o era ya de noche, y, lo más curioso: me encontraba de lejos con aquella chica.
Un día fue diferente, había salido de casa a la hora indicada, pero al pasar por su calle no la vi, así que fingí atarme los cordones ganando algo de tiempo, pero nada, por lo que recorrí la distancia durante la cual aun veía la puerta de su casa muy despacio, pero nada, así que esperé escondido en la esquina menos transitada, pero nada, por lo que me fui al campo cercano a darle patadas a las piedras, enfurruñado. Creo que estaba sentado cuando oí un ladrido y a una mujer contestando a su perro, me giré y la vi. No iba maquillada ni bien vestida, de hecho llevaba pantalón de chándal, deportivas y un forro polar, pero aun así me pareció preciosa. No me veía desde donde estaba a no ser que realizase un movimiento brusco o el perro me ladrase, pero al poco se fue y su visión me hubo sabido a poco, así que la seguí. No pasó nada, solo que esta vez, en su calle, ella miró hacia atrás un momento, yo me escondí en las sombras y no supe si me había visto o no, después me acerqué hasta su puerta por primera vez. Allí se encendió de pronto la luz de un cuarto del chalet y yo me fui lo más deprisa posible, con la cabeza gacha, suplicando en bajo que nadie se hubiese asomado a la ventana.
Al día siguiente hice lento desde un principio el trayecto desde donde veía su puerta, pero aun así no la vi. Al doblar la esquina de pronto me la encontré, y no a lo lejos y distraída con alguna tarea, sino mirándome a tres de distancia.
-Hola, fisgón.
-¿Fisgón?
-Llevas siguiéndome por las tardes mucho tiempo.
-No, es que...
-Tranquilo, no me importa, nunca había tenido uno, me gusta. Si quieres dar una vuelta espérame en mi puerta en una hora, que tengo que sacar a la perra.
Cuando aun quedaban veinte minutos ya estaba de camino, pero como no quería presentarme allí demasiado pronto me obligué a sentarme en una acera de una calle vecina, cada hora eras tres minutos en mi reloj, aun así llegué cinco minutos tarde.
Se llamaba Marta, su perra Xana. Trabajaba por las mañanas y estudiaba por las tardes, Marta, no Xana. Hablamos de esas cosas tan interesantes que luego no se recuerdan, cuando se tuvo que ir del parque me pidió entre risas que no la acompañase hasta la puerta de su casa, antes de irse me besó, pero yo creo que aquel beso ligero era pura malicia .
Así nos vimos durante un año casi todas las tardes, durante el tiempo que dura sacar a pasear a un perro. Un domingo fortuito conocí el sexo en su casa vacía, y como las condiciones no volvieron a ser propicias, no lo volvimos a probar. Al finar todo acabó, pero no como un coche que se estrella, sino como un coche al que se le va acabando la gasolina. Y nos volvimos a mudar.

El instituto terminó a la par que el acné, y por el fin de ambos me sentí libre. Una vez hube entrado en la universidad, en medio de esa vorágine y tan distintos aires no pude sino decirme "Bien, ¿quién será la próxima Clara?", y no tardé en encontrarla, la primera Clara rubia, y con rubio me refiero a pelo relativamente amarillo, pues hay un color que la gente llama rubio y yo castaño. A esta Clara la vi durante años, y para que nos hagamos una idea, yo tuve novia durante esta época, y ni mi novia fue Clara ni Clara fue mi novia. Nunca supe su nombre.


Durante años me hice sacerdote de mis sentimientos, jugando a esconder algunos durante cierto tiempo, teniendo extrañas épocas que algunos llamarían de 'conocerse a si mismo', en las que principalmente me dedicaba a mis amistades, las cuales fueron las que me catapultaron bajo las faldas de la mujer más mala, y tal vez más irresistible, con la que me he acostado. Se llamaba Maya y jamás intente siquiera pensar en describirla. Acabamos viviendo juntos, y por lo que me contaron amistades comunes, fue todo un logro.
Un día, incapaz de seguir viendo las noticias y con un sentimiento de romántica tragedia, me fui a la guerra. La verdad es que fue bastante decepcionante en el sentido de los combates, pues nunca participé en uno. A nosotros nos tocaba patrullar valles desérticos en los que buscábamos zulos en los que hubiese armas, encontramos dos, y las únicas personas muertas que vimos fueron dos soldados enemigos abatidos antes de que llegásemos por un francotirador aliado. Por las noches a veces improvisaba historias para mis compañeros, y como algunas de mis imágenes eran un tanto complicadas me tocaba explicarlas después, lo que hizo que Inteligencia pensase que les podía servir, por lo que abandoné a mis compañeros, durante el tiempo que había pasado con ellos ninguno había resultado muerto o abatido. La verdad es que fue divertido trabajar en aquel campamento, me decían que escribiese historias y encubriese ciertos datos entre las metáforas, excepto cuando eran cuentos para despistar, los cuales se identificaban porque en ellos el protagonista siempre se llamaba Juan. Un día una granada disparada por mortero cayó en pleno campamento volando un coche por los aires, lo que hizo que nos trasladasen a un buque, en el que hacinados me aburrí muchísimo y eché tanto de menos a Maya... que de hecho, cuando volví a casa, no hallé rastro de ella, una Clara que se escapó por la ventana.



Yo vivía con un amigo en un piso en el que la luz se filtraba dorada desde las ventanas, en el que las cortinas blancas se movían a cámara lenta cuando las ventanas estaban abiertas y en el que el frío y el calor parecían menguarse hasta llegar a un punto medio. Mi amigo tenía una novia, a pesar de que ninguno emplease jamás esa palabra, y recuerdo que el día que ella entró por la puerta y ella entró se me cortó la respiración y no pude dejar de evitar pensar en ella toda la tarde. Era una mujer de pelo moreno, corto y con las puntas ligeramente rizadas. Siempre llevaba faldas o vestidos, y la luz y las corrientes de aire de aquella casa se convirtieron en su mejor complemento, así que no pude evitar ir enamorándome de ella, eso sí, sin intentar nada, pues era la 'amiga' de mi amigo y yo le encontraba un ligero sabor dulce a la imposibilidad, además de que creía imposible que ella pudiese estar conmigo aunque no hubiese estado con alguien.
Un día se pelearon y ella salió dando un portazo de la habitación de él. Me encontró en el pasillo con ropa de estar por casa y un yogur en la mano, se paró a mi altura y me dio un beso antes de desaparecer, no pude evitar reírme, pues ese beso ya me lo habían dado antes, Marta, para ser exactos.
Una semana después mi amigo llevaba dos días desaparecido después de avisar de que se marchaba tres, y yo deambulaba por la casa tarareando y sintiéndome libre, pero cuando me dirigía al baño, miré hacia el interior de la puerta de mi compañero de piso y no pude sino evitar sobresaltarme cuando allí vi a Clara. Tampoco pude evitar ese cálido escalofrío cuando contemplé a los rayos del sol, bajo ese vestido vaporoso, su cuerpo sin ropa interior. Pero no sería entonces cuando pude verla completamente desnuda, eso sería después. Me dijo que había ido allí a por un par de cosas y acabó la explicación invitándome a salir aquella tarde hasta que se hiciese de noche y la noche madrugada, yo, que tras aquella visión y lo que sentía por ella mezclado con la lascivia no estaba en mis cabales, dije que sí, probablemente sin llegar a pronunciar el monosílabo. Salimos, bebimos poco y bailamos mucho, o mejor dicho, ella bailó y yo la intenté seguir. Pero todas las miradas se clavaban en ella y ella debía de haber sentido por mi compañero algo más fuerte de lo que me había podido imaginar, pues en determinado momento, con lágrimas en los ojos que no apreciaría yo hasta más tarde, se subió a una plataforma del lugar y ante los ojos de todos dejó caer su vestido mostrando su cuerpo desnudo, un cuerpo de diosa, sin duda, y ahí, como ya había anunciado, fue cuando la vi desnuda, no así en las circunstancias que me hubiese gustado.


Poco después, cansado de mi pasado, que aunque no malo estaba sobrecargado, llegó una breve etapa de mi vida que fueron algo así como tres años con la sensación de un verano continuado. Paz, sobre todo paz, pero también tranquilidad, salud, suerte, previsión... y Helena, Helena en mis brazos, en mis mañanas, en mis gustos compartidos y en una cocina deliciosa. Lo más importante fue el mes de viaje en coche por el Mediterráneo, probablemente el mejor viaje de mi vida, dejando recuerdos de olor a sal, como los edificios blancos con tejados azules, el mar tranquilo recordándome al de mi niñez solo que más vivo, las amplias terrazas, los cultivos sin gentes, las ropas de pana, los sombreros de ganchillo y las puestas de sol contempladas desde el capó de un coche.
Aun hoy no estoy seguro de si Helena fue Clara, pero lo que sí sé es que Helena fue una de las mejores personas con las que he estado.

La siguiente época volvió a estar sembrada de Claras con las que muchas veces no hablé, como la mujer que a veces aparecía en el parque por las mañanas y a veces no o la prostituta que portaba por bandera esa dignidad y ese orgullo que la hacían ser aun más deseada por sus clientes.


Y así llegamos al final, a la mujer hecha de pura luz, a Dalila, con quien me casé. Ay, Clara, si tu supieses lo que he sufrido hasta llegar hasta aquí.
Y ese es el problema, con los ojos ya aclarados miro a Dalila y veo que es perfecta, más de lo que pudiese haber soñado, y aun así pienso que la tengo que dejar, que esto resulta falso e incompleto, y es que es lo que tiene llevar sobre los hombros el peso de una idealización.



El nombre de Dalila es el de la chica que estaba en el ordenador de al lado mientras yo empezaba a escribir esta historia, yo le pedí su nombre y ella me pidió a cambio un folio.

2 comentarios:

  1. Siempre juegas y consigues poner capas y capas de metáforas, creando una autobiografía falsa que tiene algo de verdad. Después de 14 días sin escribir, vuelves con cosas tan buenas e ingeniosas como esta. Escribes genial Miguel, nunca me cansaré de repetirlo.

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  2. Hacía mucho tiempo que no escribías. Me ha gustado mucho tu relato, tus recursos, tus imágenes, todas esas pequeñas sorpresas inesperadas, como un mago que saca conejos blancos de su chistera... Pasé un buen rato leyendo.

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