miércoles, 25 de marzo de 2015

Naufragio

Es de noche y el barco se empieza a inclinar. Puede no parecer más que el balanceo propio de las olas, pero el ángulo empieza a ser cada vez más preocupante. Finalmente mi mesa en cubierta y la silla donde estoy sentado se empiezan a deslizar hacia la derecha, fruto de la gravedad. Como no muevo el brazo, el líquido oscuro de mi copa también se inclina, y antes de que salga de ésta y vuelva al mar, me lo bebo. Las patas de la mesa y de la silla se levantan de cubierta, hemos volcado. Oigo las exclamaciones de alguna persona que ha llegado a tiempo a cubierta para presenciar el espectáculo, yo me llevo la copa vacía a los labios para no tener que hacer lo mismo. Abro un momento la boca para intentar coger aire, pero no hay suficiente para todos debajo del mar, así que la cierro pues prefiero recordar en mi paladar el sabor de la copa frente a lo salado del mar, también cierro los ojos, que allí abajo escuecen. Si un barco choca contra el fondo del mar y nadie lo oye ¿hace ruido? Sí, pues estamos muertos, pero no sordos. Lo que ocurre es que a excepción de los pocos que estábamos en cubierta, algún operario y la tripulación, todos estaban dormidos cuando el suceso, y como puede haber pasado por una ligera turbulencia, muchos siquiera han despertado mientras soñaban que morían, así que todas estas personas se despiertan pálidas entre algas y peces, y como les resulta extraña la situación pero siguen aun algo dormidas, algunas se van a dar una ducha, otras van a desayunar, otras deciden leer un libro cuyas páginas se desintegran cuando las pasan y otras, si tienen pareja, juegan a las caricias desde primera hora de la mañana. En la cocina se produce una extraña situación, pues el cocinero sufría de insomnio y el naufragio le encontró fumando cerca de mí, así que no entiende la demanda de huevos y café si están todos muertos, pero la amenaza de despido sobrevive a la muerte y se pone a faenar. Los mecheros no encienden a aquellas profundidades, así que los fumadores se ponen nerviosos ya que a sus pulmones les da igual que estén llenos de agua y siguen requiriendo nicotina, entonces a un operario se le ocurre facilitarles actividades para que se distraigan, actividades como limpiar los pasillos, que desde que están inundados  se encuentran muy descuidados, o tender, que es relajante ver como las prendas recién lavadas flotan hacia arriba con ese armonioso movimiento.

Pasados unos días la actividad en el barco es exactamente igual a la que había antes, cuando la luz del sol nos llegaba sin intermediarios, y hasta hay personas que le preguntan al capitán que cuánto queda para llegar a puerto y que tenga cuidado con los icebergs. De pronto una luz potente nos ilumina y a algunos les da por pensar que es el camino a la otra vida, pero lejos de ello es un submarino enviado a encontrarnos, o mejor dicho, enviado a encontrar el barco, pues a través del ojo de buey del aparato, observo la cara de incredulidad del submarinista. Sin dudarlo golpeo su portezuela para que abra y pueda invitarle cortésmente a un vino aguado, pero resulta que al hacerlo olvidó que él estaba vivo y nosotros no, y la falta de aire le hace morir entre aspavientos sin duda exagerados. Pobre hombre, que ni puede subir con los vivos ni tiene pasaje, ya que el controlador requiere billete para ofrecerle un camarote. Finalmente le acabo colando y se convierte en un polizón, qué triste, le toca ser polizón para toda la eternidad.

1 comentario:

  1. Gracioso, ocurrente y bien contado. Me ha gustado esa naturalidad en la pura imaginación, realismo mágico marino.

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