Este escrito no es un escrito, es un desahogo. Pero
tranquila, mamá, que no pasó nada, solo desahogo las cosas que no funcionan,
los nudos del cuerpo y las zonas desgastadas por el roce de la piel del alma.
Ha sido empezar a escribir y ya estoy más calmado. Una vez un hombre me explicó
que el disco duro a veces va lento porque va dejando información aquí y allá y
tarda yendo y viniendo a buscarla y que se puede arreglar dejando al ordenador
una noche para que agrupe esos bloquecitos de información dispersa. Pues así
estoy yo, disperso, y juraría que hasta noto una división física en mi cabeza
en forma de tres cuartos alargados pero estrechos. Hoy, cuando llegué a casa,
las cosas más cotidianas me asaltaron, debía vaciarme lo bolsillos, dejar esto
aquí y esto allí, lavarme las manos, cenar, mirar una cosa en el ordenador, ver
qué película se estaba viendo en la televisión, mirar si alguien me hablaba por
el teléfono móvil, comprobar que no había perdido nada en la tarde, en fin,
tonterías, y sin embargo no sabía en qué orden acometerlas, o por lo menos la
urgencia de la siguiente atacaba a la primera, así que en ese momento me tumbé
en la cama y me sentí agotado, un nuevo y extraño agotamiento, distinto a todos
hasta ahora. Pensé en dormirme solo por no afrontar lo que quedaba de noche,
una noche por lo demás tranquila y con buena relación con la familia, pero al
final hice las cosas y descubrí con tristeza que lo único que me calmaba era
comer panecitos duros y almendras amargas, pero eso tenía un límite, y no el
lógico de parar de comer, sino uno material, porque me acabé comiendo todas las
almendras y todos los panes. Yo ahora me voy a dormir, de hecho he escrito esto
como desahogo, lo malo es que creo que la noche no me hará lo que al disco
duro, no me va a arreglar. Creo que dejaré de estar disperso con el tiempo, no
lo sé, pero hasta que no lo esté me temo que no haré nada del todo bien
pensando en las otras cosas que tengo que hacer.
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