lunes, 2 de mayo de 2016

El bosque de los meados

Más tarde, cuando salíamos Guille y yo de allí y nos acercábamos a Daniela, la chica del pelo rojo, la chica del pelo negro y la chica del pelo azul, le pregunté si se podría escribir una historia sobre aquello —Guille también escribe, de hecho mejor que yo actualmente, pero todo será cosa de que se relaje y entonces me erigiré con un relato magnífico, que no será éste, y me llevaré el aplauso de las gemelas filólogas a las que les aburre el cine y les encanta el efectismo— y me contestó que no era fácil porque la orina era un elemento escatológico. La orina está muy mal vista y olida, eso es cierto, pero es que eso es lo genial de lo que sucedió, la orina, el pis, era el elemento protagonista del modo más corriente y natural que se pueda dar en la naturaleza, y que de hecho se dio en un bosque.

Yo acababa de salir de clase. En la entrada de la facultad se habían cerrado todas las puertas a excepción de una que custodiaban dos bedeles, dejando salir a la gente triste que había ido a clase un día como aquel, como yo, e impidiendo entrar a los ya borrachos estudiantes que, por finos, buscaban un retrete en vez de aprovechar el inmenso espacio desaprovechado que ocupaba el terreno de la universidad. Ese día llevaba semanas publicitándose, tanto que hasta el rector nos había enviado una carta pidiéndonos que este año por favor no destruyésemos los jardines, tirásemos las vallas, pintásemos las paredes, monumentos y estatuas y que, por favor, no lo dejásemos todo tan sucio como el año anterior (esto último venía seguido de un “es un gran coste monetario limpiarlo”). San Cemento, fiesta de Ingeniería de la Edificación, antiguos aparejadores, pese a que la gente no pudiese asociar el cemento a otra cosa que no fuese Arquitectura. Mientras resonaban en mi cabeza las palabras de un profesor que tuve en primero que, con añoranza en los ojos, nos hablaba de que antes la universidad era el templo del saber, veía como cada año aquella fiesta cogía más envergadura y ya no solo se juntaban los universitarios a beber desde el medio día hasta la madrugada, sino que los estudiantes de instituto y quienes consideraban que éste no era importante y no iban, ávidos por beber el alcohol de los mayores, venían en el metro con pantalones cortos, piernas depiladas, bolsas de hielo, peinados asimétricos —e iguales en todos ellos—, el discurso de lo mucho que iban a follar y el teléfono de sus madres apuntado en la funda del móvil. El resultado era un macro-botellón (hay que ver la de terminología moderna que creo que estoy usando en este escrito) en el que pese a que los integrantes fuesen universitarios, no verías que la borrachera les hiciese discutir a gritos sobre filósofos, acontecimientos históricos, la composición de tal color o la mejor forma de suturar una herida, llegando casi a los puños por defender lo que un catedrático, mal que bien, les había enseñado.
Bueno, iba contando que salí de la facultad con Daniela y que tras llamar ella a varias personas que no le contestaron y llamar yo a Paula que no me contestó, Guille me lo cogió a la primera y me dio la mejor indicación posible en aquel mar de personas:
—Estoy donde tu librero.
Mi librero es un tipo genial que lleva siempre un sombrero impermeable bastante feo, sea primavera o invierno (en verano no le veo). Lo cierto es que cuando me paro a mirar qué trae ese día y hablo con él tengo lo más parecido a esa idea mística de la que te hablan todos y yo desconozco: la vida universitaria. Gracias a él conocí con primicia al chico más inteligente de mi facultad, que también es cliente asiduo, pero no solo a él, sino también a profesores, personas estrafalarias y a un escritor mexicano que desprecia lo que escribe. Lo cierto es que no sé cómo se llama mi librero, solo sé que su madre tiene alzhéimer, que está con ella por las mañanas hasta que vienen a buscarla del Centro de Día, que entonces viene a Ciudad Universitaria, que tiene muchos libros en casa y que donde se suele situar se encontraban Guille y sus amigos.
Los hechos inmediatamente siguientes los enunciaré rápido porque no tienen demasiada importancia: Paula me dio un poco de tinto de verano y se marchó a la presentación que María hacía de su libro en Rivas, se fue con ella el chico con cara de animal con patillas con el que no me llevo muy bien. Nacho apareció de pronto con una chica con el pelo rojo, otra con el pelo negro y otra con el pelo azul. Guille me dio una botella de cerveza por saludarle y otra por presentarle a personas a las que en verdad yo no conocía. Los grupos de gente en este tipo de aglomeraciones mutan con facilidad, vas perdiendo integrantes, ganando otros y volviéndote a encontrar con los de antes. En solo un paseo vi a casi todas mis ex-parejas y a un par de chicos a los que en algún momento también les hubiera gustado serlo. Finalmente la chica del pelo azul nos propuso ir a su facultad asegurándonos que había césped, cálido sol y menos gente, así que fuimos. Bajamos de Paraninfo hasta la facultad de Ciencias de la Información por dónde bajamos unas escaleras a la altura de la entrada y seguimos bajando por el camino de la derecha. A esa altura Guille comentó la necesidad no sexual más frecuente que se da en esas situaciones, que dicha fínamente sería “ir al baño sin baño”. Pero claro, íbamos rodeados de muchas mujeres y no parecía propio arrimarse a cualquier pared. Así pues vi de pronto lo que parecía un enorme arbusto y le indiqué a Guille que sería un buen lugar. Por si acaso le acompañé, porque uno no sabe cuándo volverá a tener ocasión, y no sé cómo la botella de cerveza acabó en mi mano, a la que cada poco rato desenroscaba la tapa y daba un pequeño trago. Sin embargo aquel arbusto era muy diferente visto antes y después de atravesarlo. Antes parecía un arbusto tupido, seguido de otros pocos y terminado en un gran muro de piedra, sin embargo de pronto era solo una cortina verde que separaba lo de fuera de lo de dentro, porque de aquel lado ya no había muro de piedra, sino bosque, largo bosque hasta la M-30, supongo. Entonces buscamos alguna pequeña frondosidad donde poder arrimar el busto, pero esta aparente y simple tarea resultó complicada. Los arbustos estaban hechos a medias, como el grande que ocultaba el bosque, una vez te posicionabas veías que cualquiera te podía ver de frente y si alguno cumplía el mínimo de privacidad, te lo encontrabas custodiado por una pareja de jóvenes damiselas borrachas. Era inexplicable cuántas parejas de mujeres había allí, pero ninguna parecía verte, no estaban alerta o te seguían con la mirada esperando a que parases. Una chica se empezó a bajar los pantalones y a sentarse de cuclillas delante de nosotros y torcimos bruscamente nuestro camino, en un momento miré atrás y vi un inmenso y redondo culo blanco, entonces le di un buen trago a la cerveza y empezamos a ver culos por todas partes. Nosotros, buenos chicos, tan solo queríamos orinar y marcharnos, no buscábamos asaltar la intimidad de nadie, así que siempre que nos topábamos con una pareja modificábamos el rumbo y seguíamos internándonos en el bosque. Al final, harto, le propuse a Guille que esperásemos cerca de alguna de ellas a que measen, se fuesen y ocupásemos su sitio y creo que le pareció bien. Sin embargo había dos chicas muy inquietas, guiadas por un problema similar al nuestro habían ido a parar a un sitio poco resguardado —pensándolo ahora aquel sitio directamente no estaba resguardado, se habían pegado a un árbol, pero nada más, estaban en medio del bosque— y no veían el momento de ponerse manos al asunto, así que comenté y les comenté que nosotros podíamos ponerlos junto a ellas dándoles la espalda a modo de pantalla, pero apenas me hicieron caso. No era la primera vez que hacía algo parecido, hacía justamente un año, en el anterior San Cemento, Nacho había traído también a varias amigas suyas y una necesitaba desahogarse (otra forma fina de decirlo) cuanto antes, por lo que la llevé a mi facultad, pero los bedeles ya estaban montando guardia, así que lo intenté por otra puerta menos confluida, pero tampoco. No quedó más remedio que la llevase a una parte alejada del muro donde éste hacía una extraña u, allí monté guardia y ella obró, sin embargo, cuando ya estábamos de vuelta, una chica un par de años mayor nos preguntó dónde podía hacer pis, así que la llevamos a la u y esta vez montamos guardia los dos, ya a la vuelta la desconocida nos dijo que había estado a punto de abrir las dos puertas de su coche a modo de protección y hacerlo ahí, en el parking, qué difícil puede volverse esto de mear. Sin embargo, ya en el bosque de los meados, cuando nos alejamos, no sé por qué, se nos acercó una de las chicas, la rubia y nos dijo que era su amiga la que tenía necesidad, no ella. En cada mano llevaba unos cócteles amarillos con pajita y muy buena pinta y por poco le pido un trago. Después de que hablase sobre cosas extrañas nos dijo que su amiga se había bajado los pantalones y que cuando estaba a punto de liberarse, vio a un tipo mayor masturbándose al otro lado de los arbustos. Ella se reía, yo bebía cerveza y Guille encontraba un buen sitio con la mirada. Nos despedimos y Guille y yo meamos espalda contra espalda con los ojos cerrados, porque el blanco de tanto culo reflejaba el sol como si fuesen espejos.

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