Más tarde, cuando
salíamos Guille y yo de allí y nos acercábamos a Daniela, la chica del pelo
rojo, la chica del pelo negro y la chica del pelo azul, le pregunté si se
podría escribir una historia sobre aquello —Guille también escribe, de hecho
mejor que yo actualmente, pero todo será cosa de que se relaje y entonces me
erigiré con un relato magnífico, que no será éste, y me llevaré el aplauso de
las gemelas filólogas a las que les aburre el cine y les encanta el efectismo—
y me contestó que no era fácil porque la orina era un elemento escatológico. La
orina está muy mal vista y olida, eso es cierto, pero es que eso es lo genial
de lo que sucedió, la orina, el pis, era el elemento protagonista del modo más
corriente y natural que se pueda dar en la naturaleza, y que de hecho se dio en
un bosque.
Yo acababa de salir de
clase. En la entrada de la facultad se habían cerrado todas las puertas a
excepción de una que custodiaban dos bedeles, dejando salir a la gente triste
que había ido a clase un día como aquel, como yo, e impidiendo entrar a los ya
borrachos estudiantes que, por finos, buscaban un retrete en vez de aprovechar
el inmenso espacio desaprovechado que ocupaba el terreno de la universidad. Ese
día llevaba semanas publicitándose, tanto que hasta el rector nos había enviado
una carta pidiéndonos que este año por favor no destruyésemos los jardines,
tirásemos las vallas, pintásemos las paredes, monumentos y estatuas y que, por
favor, no lo dejásemos todo tan sucio como el año anterior (esto último venía
seguido de un “es un gran coste monetario limpiarlo”). San Cemento, fiesta de
Ingeniería de la Edificación, antiguos aparejadores, pese a que la gente no
pudiese asociar el cemento a otra cosa que no fuese Arquitectura. Mientras
resonaban en mi cabeza las palabras de un profesor que tuve en primero que, con
añoranza en los ojos, nos hablaba de que antes la universidad era el templo del
saber, veía como cada año aquella fiesta cogía más envergadura y ya no solo se
juntaban los universitarios a beber desde el medio día hasta la madrugada, sino
que los estudiantes de instituto y quienes consideraban que éste no era
importante y no iban, ávidos por beber el alcohol de los mayores, venían en el
metro con pantalones cortos, piernas depiladas, bolsas de hielo, peinados
asimétricos —e iguales en todos ellos—, el discurso de lo mucho que iban a
follar y el teléfono de sus madres apuntado en la funda del móvil. El resultado
era un macro-botellón (hay que ver la de terminología moderna que creo que
estoy usando en este escrito) en el que pese a que los integrantes fuesen
universitarios, no verías que la borrachera les hiciese discutir a gritos sobre
filósofos, acontecimientos históricos, la composición de tal color o la mejor
forma de suturar una herida, llegando casi a los puños por defender lo que un
catedrático, mal que bien, les había enseñado.
Bueno, iba contando que
salí de la facultad con Daniela y que tras llamar ella a varias personas que no
le contestaron y llamar yo a Paula que no me contestó, Guille me lo cogió a la
primera y me dio la mejor indicación posible en aquel mar de personas:
—Estoy donde tu librero.
Mi librero es un tipo
genial que lleva siempre un sombrero impermeable bastante feo, sea primavera o
invierno (en verano no le veo). Lo cierto es que cuando me paro a mirar qué
trae ese día y hablo con él tengo lo más parecido a esa idea mística de la que
te hablan todos y yo desconozco: la vida universitaria. Gracias a él conocí con
primicia al chico más inteligente de mi facultad, que también es cliente
asiduo, pero no solo a él, sino también a profesores, personas estrafalarias y a
un escritor mexicano que desprecia lo que escribe. Lo cierto es que no sé cómo
se llama mi librero, solo sé que su madre tiene alzhéimer, que está con ella
por las mañanas hasta que vienen a buscarla del Centro de Día, que entonces
viene a Ciudad Universitaria, que tiene muchos libros en casa y que donde se
suele situar se encontraban Guille y sus amigos.
Los hechos
inmediatamente siguientes los enunciaré rápido porque no tienen demasiada
importancia: Paula me dio un poco de tinto de verano y se marchó a la
presentación que María hacía de su libro en Rivas, se fue con ella el chico con
cara de animal con patillas con el que no me llevo muy bien. Nacho apareció de
pronto con una chica con el pelo rojo, otra con el pelo negro y otra con el
pelo azul. Guille me dio una botella de cerveza por saludarle y otra por
presentarle a personas a las que en verdad yo no conocía. Los grupos de gente
en este tipo de aglomeraciones mutan con facilidad, vas perdiendo integrantes,
ganando otros y volviéndote a encontrar con los de antes. En solo un paseo vi a
casi todas mis ex-parejas y a un par de chicos a los que en algún momento
también les hubiera gustado serlo. Finalmente la chica del pelo azul nos
propuso ir a su facultad asegurándonos que había césped, cálido sol y menos
gente, así que fuimos. Bajamos de Paraninfo hasta la facultad de Ciencias de la
Información por dónde bajamos unas escaleras a la altura de la entrada y
seguimos bajando por el camino de la derecha. A esa altura Guille comentó la
necesidad no sexual más frecuente que se da en esas situaciones, que dicha
fínamente sería “ir al baño sin baño”. Pero claro, íbamos rodeados de muchas
mujeres y no parecía propio arrimarse a cualquier pared. Así pues vi de pronto
lo que parecía un enorme arbusto y le indiqué a Guille que sería un buen lugar.
Por si acaso le acompañé, porque uno no sabe cuándo volverá a tener ocasión, y
no sé cómo la botella de cerveza acabó en mi mano, a la que cada poco rato desenroscaba
la tapa y daba un pequeño trago. Sin embargo aquel arbusto era muy diferente
visto antes y después de atravesarlo. Antes parecía un arbusto tupido, seguido
de otros pocos y terminado en un gran muro de piedra, sin embargo de pronto era
solo una cortina verde que separaba lo de fuera de lo de dentro, porque de
aquel lado ya no había muro de piedra, sino bosque, largo bosque hasta la M-30,
supongo. Entonces buscamos alguna pequeña frondosidad donde poder arrimar el
busto, pero esta aparente y simple tarea resultó complicada. Los arbustos
estaban hechos a medias, como el grande que ocultaba el bosque, una vez te
posicionabas veías que cualquiera te podía ver de frente y si alguno cumplía el
mínimo de privacidad, te lo encontrabas custodiado por una pareja de jóvenes
damiselas borrachas. Era inexplicable cuántas parejas de mujeres había allí,
pero ninguna parecía verte, no estaban alerta o te seguían con la mirada
esperando a que parases. Una chica se empezó a bajar los pantalones y a
sentarse de cuclillas delante de nosotros y torcimos bruscamente nuestro
camino, en un momento miré atrás y vi un inmenso y redondo culo blanco,
entonces le di un buen trago a la cerveza y empezamos a ver culos por todas
partes. Nosotros, buenos chicos, tan solo queríamos orinar y marcharnos, no
buscábamos asaltar la intimidad de nadie, así que siempre que nos topábamos con
una pareja modificábamos el rumbo y seguíamos internándonos en el bosque. Al
final, harto, le propuse a Guille que esperásemos cerca de alguna de ellas a
que measen, se fuesen y ocupásemos su sitio y creo que le pareció bien. Sin
embargo había dos chicas muy inquietas, guiadas por un problema similar al
nuestro habían ido a parar a un sitio poco resguardado —pensándolo ahora aquel
sitio directamente no estaba resguardado, se habían pegado a un árbol, pero
nada más, estaban en medio del bosque— y no veían el momento de ponerse manos
al asunto, así que comenté y les comenté que nosotros podíamos ponerlos junto a
ellas dándoles la espalda a modo de pantalla, pero apenas me hicieron caso. No
era la primera vez que hacía algo parecido, hacía justamente un año, en el
anterior San Cemento, Nacho había traído también a varias amigas suyas y una
necesitaba desahogarse (otra forma fina de decirlo) cuanto antes, por lo que la
llevé a mi facultad, pero los bedeles ya estaban montando guardia, así que lo
intenté por otra puerta menos confluida, pero tampoco. No quedó más remedio que
la llevase a una parte alejada del muro donde éste hacía una extraña u, allí
monté guardia y ella obró, sin embargo, cuando ya estábamos de vuelta, una
chica un par de años mayor nos preguntó dónde podía hacer pis, así que la
llevamos a la u y esta vez montamos guardia los dos, ya a la vuelta la
desconocida nos dijo que había estado a punto de abrir las dos puertas de su
coche a modo de protección y hacerlo ahí, en el parking, qué difícil puede
volverse esto de mear. Sin embargo, ya en el bosque de los meados, cuando nos
alejamos, no sé por qué, se nos acercó una de las chicas, la rubia y nos dijo
que era su amiga la que tenía necesidad, no ella. En cada mano llevaba unos
cócteles amarillos con pajita y muy buena pinta y por poco le pido un trago.
Después de que hablase sobre cosas extrañas nos dijo que su amiga se había
bajado los pantalones y que cuando estaba a punto de liberarse, vio a un tipo
mayor masturbándose al otro lado de los arbustos. Ella se reía, yo bebía
cerveza y Guille encontraba un buen sitio con la mirada. Nos despedimos y
Guille y yo meamos espalda contra espalda con los ojos cerrados, porque el
blanco de tanto culo reflejaba el sol como si fuesen espejos.
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