jueves, 5 de mayo de 2016

El tacatún

Ay, el mundo, que me trata como un tacatún. Un tacatún chiquito que corre por las praderas haciendo tucutún, tucutún, tucutún. Un tacatún gris sobre cielo azul, hierba verde, lago claro y montañas marrones y blancas. De pronto sopla el viento y el tacatún bufa, buuuuu. ¡Pobre tacatún! La ciudad avanza y el tacatún huye al siempre inmenso prado, porque se conoce que el tacatún es un animal de horizontes, horizontes que, como mucho, solo pueden ser cubiertos por nubes. Si se queda sin horizontes, el tacatún muere, y si hay niebla, el tacatún duerme para no ver que no puede ver. Al tacatún le pone triste el mar, no lo comprende, es amplio, sí, pero él no puede andar por el agua, se hunde, así que no le sirve como pradera, además el agua salada no le gusta y no puede beberla, no entiende el mar. El tacatún no busca reproducirse por el deseo sexual, sino porque a veces le da por sentirse solo, busca reproducirse por obtener así cariño. Cuando esto sucede, busca una colina y la sube y baja corriendo tucutún, tucutún, tucutún, mientras bufa su deseo: tucuuú. El problema es que al tacatún le gustan las grandes praderas vacías, sin ciudades, animales ni mar, solo hierba para comer, lagos para beber y montañas, pero no demasiadas montañas, lo que hace que donde haya un tacatún vivo no hay nada más, ni siquiera un tacatún hembra, lo que va a llevar a estos animales a una inevitable extinción, sin necesidad de que les alcance la ciudad o los deprima el mar.

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